jueves, 10 de octubre de 2019

FEZ



 
FEZ
Los oficios siguen poblando de vida la medina de Fez. Más allá de  su historia de intercambios internacionales en su Universidad al Qarawiyyin, la medina sigue escondiendo secretos y tesoros.
Atrás queda aquella borrachera de chilabas y bigotes que veía tras mis gafas empañadas por la lluvia. Hoy luce el sol radiante, el cielo está azul. Oficios que te adentran en la vida de antaño donde las manos eran esenciales. Contemplo las herramientas que configuran bellos brocados, en tinte adecuado para los pellejos que se transformarán en bolsos, babuchas, cinceles que inmortalizarán los noventa y nueve nombres de Alá sobre el mármol, las vetas de cedro que serán transformadas en armarios, mesillas talladas que sostendrán la bandeja del té y los dulces de las confidencias.
El hamman Mernissi y la henna sobre la cabeza nos transforman en dos locas extranjeras que no tienen paciencia para dejar que la henna suba el color en su cabellera mientras charlan, toman té, escuchan música con las amigas, descubren artes amatorias,… estas locas siguen con su periplo sacando fotos medina arriba y abajo ante el asombro de los hombres y las risas de las mujeres. Sin duda esta sería una noticia que le contaría el carnicero a Fátima.
Fez ya no es aquel espacio desbordante, inabarcable donde no era posible encontrar la salida y los niños de apenas seis años acababan sacándome por unas monedas, ya que no sabía salir de aquel laberinto en el que acababa en un callejón, frente a una puerta cerrada.
Ahora son las mujeres las que mendigan monedas. Ya no es aquella inmensidad desbordante, pero mágica. Ya que los yins siempre han venido a mi auxilio en esta ciudad hermosa, antigua donde los deseos se encarnan y todo es posible.
Fez, capital religiosa, Fez y sus madrasas.
Fez, con su color azul que dibuja los bordados, las cerámicas, los versos del Corán que me traje hace veinte años en un cuenco de barro.
Fez, la de los brocados azules.
Fez, con sus tejados verdes y llamadas a la oración recorriéndola.
Fez es el cedro que te abraza y te rescata de tus miedos.
Fez es el centro de la magia entre el azul y el verde, entre la pureza y el mestizaje.
Fez por fin me acoge, no me devora y me escupe sino que me adentro en su medina y por primera vez me siento como en casa.
Fez abre sus secretos desde las fuentes, a los caravasares, desde la humedad del Hamam Rihab el Madina de su sala más caliente.
Fez te obliga a descubrir lo que hay en tu corazón cuando la brújula se rompe e intuyes que desciendes por una de las dos calle principales tras atravesar la puerta Bab Boujloud y en los callejones anexos las viviendas silenciosas serpentean hasta conducirte más cerca del Mausoleo, a otra calle en la que te reencuentras con el aguador que te conduce al hamam para quitarte la henna.
Alimento el sueño de volver a su medina, y disfrutar de la música andalusí en sus noches suaves donde la brisa me recuerda la brisa de mi tierra, en el norte, en Asturias.
La medina es un laberinto en el que me reconozco enfrentándome al minotauro, en el que sigo el hilo de Ariadna que me lleva al centro. Recorro sus callejones, y cada vez me siento más cerca de entender el entramado de este espacio que antaño me pareció imposible de recorrer, inexpugnable, hostil.
Ahora, recuerdo sonrisas de niños, hombres, mujeres, sonrisas cómplices y generosidad.
Fez me invita a mirarme en el espejo, a atravesar el umbral del sueño, a subir a sus azoteas y seguir las huellas de la tía Habiba. El alma de Fátima está aquí y me susurra: la herida de los árabes es el tiempo. Ese tiempo que discurre de forma tan diferente. Ese reloj que sigue la esquizofrenia del latido del corazón y el ritmo de la tradición junto a la modernidad.
Fez es la ciudad de la niña que vende cigarrillos sentada en un taburete en la medina y charla con dos extranjeras que lleva

n la henna en su pelo mientras comen un tahin.
Fez, la primera ciudad con hospital psiquiátrico, Maristan Sidi Frej.
Fez y el zellig que decora el interior del riad, sus suelos, paredes generando una atmósfera floral en la que está vibrando el sonido del laúd, de la voz profunda de Oum Kelsoum, y de Fairouz rasgando el cielo de las noches de Beirut mientras la mirada se pierde en el cuadrado estrellado que cubre el patio, o la voz de Amina Alaoui recitando el poema sufí de Ibn Arabi:
“Tomate tiempo para: pensar, pues de la fuente del poder,
jugar, pues es el sendero de la perfecta juventud
leer, pues es la raíz del saber
viajar, pues es de las experiencias más excitantes,
rogar, pues es el poder más grande sobre la tierra
querer y ser querido, pues es un privilegio divino
la amistad, pues es el camino para la felicidad
reír pues es la música del alma,
dar pues es demasiado corto el día para ser egoísta
trabajar pues es el precio del éxito
la caridad, pues es la clave del cielo
y el cielo o empieza aquí en la tierra o no empieza nunca.”
Fez y su perfume sólido a jazmín como regalo para Hanzada desde el corazón de unas mujeres que te miran a los ojos.
Hoy entro en el Mausoleo de Mulay Idriss II descalza, con los brazos cubiertos pero me expulsan por mi indumentaria que rebela que no soy muslim. Las alfombras rojas en las que descansan las mujeres y comparten comida no son las que me expulsan, las alfombras me llevan a buscar un hueco libre pero llega el guardián y nos echa.
No me dejan ofrecer mis respetos al fundador de la ciudad que me concedió el deseo que le pedí, ayer cuando metí unos monedas en la ranura de bronce enmarcada en la estrella de ocho puntas que hay en uno de los laterales de la puerta principal. Pero volveré sabiendo recitar la Sahada para poder romper esas fronteras entre musulmanes y no musulmanes, como dos categorías civilizados frente a bárbaros, cristianos versus bereberes.
Mi alma es amazigh.
Fez y sus colinas es mi Roma, mi Meca. Fez es el lugar al que peregrinaré y volveré, inchalá.


miércoles, 9 de octubre de 2019

FLOR DE CACTUS




FLOR DE CÁCTUS
Las afiladas púas impiden que los dedos se adentren y alcancen a rozar la flor carnosa. Solo su aroma suave, dulzón puede lograr embriagarte si te acercas lo bastante con prudencia, sigilo, para olerla. Olvídate de rozarla. Las punzantes púas te impedirán acercarte más, se arremolinarán, se cerrarán alrededor salvaguardando la fragilidad de sus pétalos.
Si tienes paciencia y constancia podrás contemplar cómo se abre y se cierra cuando la luz se vaya y vuelva. Ella siente tu presencia, tu mirada, te brindará su olor más perfumado al amanecer cuando el sol aún no ha salido y el leve rocío de la noche hará que su fragancia sea intensa, densa, persistente. En cambio, al anochecer antes de cerrarse por completo girará sobre sí misma en una danza que te hechizará, haciéndote olvidar las punzantes agujas que te alejan de ella y su aroma será más leve, más etéreo, sutil, pero sus colores se intensificarán con la luz del anochecer y dejarán una huella imborrable en tus sueños.
Soñarás con deslizarte sobre sus pétalos hasta su interior que se irá llenando hasta colmarse con el agua de la lluvia. Cantarás feliz, bailarás formando una rueda alrededor de los estambres, danzarás hasta caer exhausto y feliz por haber llegado al interior de estos pétalos jugosos, carnosos, húmedos, cálidos como el primer beso.
Ese beso inesperado que rompe la frontera, más allá del hudud. Esos besos que se atesoraron como joyas que buscan los jóvenes marroquíes a los que está vedado el gozo de sus cuerpos, su sensualidad fuera del matrimonio. Besos que pueden acabar con sus cuerpos en la cárcel de un mes a un año según establece el artículo 490 del Código Penal o en el 491 que castiga el adulterio con una pena de seis meses a tres años de prisión. Penas que es posible canjear por una buena mordida en función del policía.
Ante tantos aguijones encontrar una flor que es capaz de elevarse y crecer por encima de las púas y dejarse acariciar sin miedos es un misterio, destino, nasib. Es una flor ansiada que anhelan poseer en su jardín secreto, dentro del harem.
Los cuerpos dialogan libres, sin temores, mientras las almas se rozan y tiemblan conmovidas, joviales, alegres. Todo está por descubrir y el cuerpo se transforma en desierto en el que transitar despacio gozando de cada elevación rodando desde la cresta al seno. Se despierta la sed voraz que siente el agua fluir bajo la piel y la rastrea hasta alcanzarla. El viaje no termina nunca. Las caravanas traen tantos tesoros: dulces, sedas, sal, instrumentos musicales, perfumes, poesía, versos, cuentos, canciones, especias, olores, sabores, colores que abarcan todo el abanico del arco iris, y que muestran a medida que cambia la luz del sol. La luz cruza el patio del harem, a medida que lo baña por completo y lo va dejando entre claroscuros que van oscilando de este a oeste te conducirá hacia las estancias a los lados del patio, desde las que vas a ser tú quien despierte su pasión y su deseo. 
Mirarás sin ser vista y sabrás el momento en que él estará esperando. Entonces abrirás la ventana de cristales de colores, te acercarás a la reja y mostrarás una parte de tu cuerpo. Las miradas se cruzarán e irá al otro lado del patio. Desde allí él abrirá la ventana y los cuerpos danzarán alimentando el deseo mutuo. El aire recorrerá el patio, se arremolinará en las dos habitaciones hasta que él abra tu puerta.
¿Por qué emponzoñar esta libertad con unos billetes? ¿Por qué romper ese intercambio limpio con unos dirhams?



martes, 8 de octubre de 2019

HAMMAN


HAMMAN
El ritual del hamman sigue siendo el mismo. Te da una sensación de continuidad en ese tiempo sin tiempo. Esa sensación de vivir los límites el cuerpo a través del tacto, de la piel que es acogida por el vapor en la penumbra, por el agua caliente que cubre tus poros y poco a poco pierdes la noción de dónde acaba tu cuerpo. Eres bóveda, arco, fuente, jabón negro deslizándose por los recovecos de las pieles morenas. El guante y la presión con que te despojan de la piel muerta vuelve a llevarte a las fronteras de tu cuerpo, a los contornos de tus senos, brazos, vientre, espalda, caderas, glúteos, piernas, pies, cara. El olor de los olivos se entremezcla con el gassoul y con la henna que se va ablandando sobre tu cabeza y te permite trazar sobre el mármol los mensajes cifrados de tu corazón, los mapas de los tesoros que guardabas y por los agujeros del techo de la bóveda se cuelan los haces de luz que, van marcando las sombras que van haciéndose más alargadas. Los calderos de agua chocan sobre los azulejos del suelo, suenan a hueco. El eco del chorro de agua de la fuente se vuelve cascada cuando golpean la pared y entra más agua para llenar la fuente con agua fría. Agua que lanzan sobre la cabeza para que dejes de diluirte en este espacio en el que cada oquedad te devuelve al placer de estar dentro del útero, de estar jugando y vivir el momento presente de la forma más absoluta y plena.
Las mujeres me miran de soslayo, sonríen, tumban a sus hijos sobre sus regazos y frotan sus piernas, sus nalgas con fuerza, mientras ellos boca abajo se adormecen, miran y les llama la atención mi piel blanca. Jóvenes, niñas, adolescentes, ancianas buscan más agua tibia para eliminar sus pieles muertas. Conversan. Se prestan jabones, la cuchilla con la que rasuran sus pantorrillas, su pubis, axilas y de vez en cuando la masajista vadea aguas calientes y frías para arratrar
los restos de cabellos, jabón, gassoul, henna hacia el sumidero.


Se sorprenden gratamente cuando me niego a salir y quiero quedarme un rato respirando el vapor, observando las huellas que la vida marcará en nuestros cuerpos. El ciclo de la vida se escribe en los cuerpos de estas mujeres que juntas de lavan, muestran sus cicatrices, sus carnes cuelgan con el paso del tiempo, de los partos, al lado de los pechos nacientes de las adolescentes se elevan y no sienten vergüenza alguna. Erguidas caminan con naturalidad, muestra sin tabúes, ni prejuicios sus cuerpos desnudos. 
La piel cobra una tanto sedoso, suave y la ropa se desliza por ella como una caricia. La más ligera corriente de aire que entra desde la calle te hace sentir la necesidad de cubrirte para no resfriarte. La frontera de tu piel es otra, más flexible, permeable, sensitiva, olorosa y el cuerpo entero reclama un té con hierbabuena y tumbarse relajadamente a disfrutar el olor a henna, olivas y unas gotas de jazmín que te echaste en las muñecas y en el cuello se expandan y te embriaguen.