A Natalia Sánchez con gratitud
Nos sentamos formando un círculo,
nos tomamos de las manos y la energía comenzó a fluir. En la palma de mis manos
sentía la danza del corazón que el Porto do Son realizamos alrededor de aquel
tambor que latía imperturbable. Seguimos el pulso de la danza trazando ese
doble infinito o nudo celta que nos armonizaba. Pero ahora sentía a la energía
danzar en la palma de mis manos, trazar esa figura que se transmitía de mano en
mano.
Inspiré profundo y comencé a ver
como la luz descendía, se suavizaba. Y
entonces comencé a sentir…
…Ha llegado el invierno. El frío
avanza implacable. Se congelan las gotas de lluvia que se han introducido entre
las grietas de la corteza de los árboles. Las ramas son azotadas por el viento.
-
¿Peligra la envergadura de la copa?¿ Y si se quiebran
las ramas?
La fuerza del viento es cada vez
mayor y la fuerza de la savia desciende hasta la raíz. Sientes como se
adormecen las ramas más lejanas, y oyes
el crujido al quebrarse. Durante unos segundos la incertidumbre te tensa. La
preocupación se apodera de tu pensamiento.
-
¿Qué pasará? ¿Podré sobrevivir?
-
Es necesario desprenderse de lo que sobra. ¿Para qué
cargar con más peso del necesario? Libérate de la carga inútil. No hay dolor en
esa liberación sino gozo, apertura hacia lo nuevo. Tu seguridad está en la
raíz, retorna a la esencia y espera con paciencia, con confianza.
En la raíz la quietud te remansa,
los recuerdos vuelven pero como ecos vacíos de espinas que te ahuecan, horadan
cavidades nuevas, laberintos por los que transitará la savia en primavera.
Te serenas, vuelves a sentir
quién eres y para qué estás aquí. Eres mujer árbol. Un buen día sientes los
primeros brotes de las hojas desperezarse en el interior y brotan hacia afuera.
A las yemas le siguen los brotes, a estos las ramas, las hojas que eclosionan y
el viento las balancea. La lluvia con su caricia despereza a las flores. Se
escuchan los trinos de las crías de los pájaros.
¡Son los ciclos de la vida!
Disfruto de ese sol tibio, de la
flor que lucirá espléndida en noches de luna y se desprenderá de sus pétalos
blancos, con un hilo rosado. Su carnosidad se repliega hacia el interior del
fruto que comienza a crearse. Frutos que sientes medrar en el interior del
erizo.
Los pájaros intentan llegar a las
castañas pero las afiladas espinas las protegen. Sus intentos son canciones con
mucha percusión que sólo logran recolocar los frutos en el interior del erizo.
Unas serán grandes, hermosas, y otras en
cambio serán delgadas, blandas.
-
¿Acaso la madre no es la misma para sus hijos y aún así
cada uno es diferente y único?
-
¿Cuántos frutos son capaces de medrar?
-
¿Cuántos talentos tienes?
-
Cada momento vital me imagino que tiene sus
aprendizajes y ante esos cambios tienes formas de afrontarlos muy distintas.
Ahora empiezo a comprender que en esos frutos están nuestros talentos y todos
son necesarios. En unos momentos daremos más importancia a unos que a otros,
pero…
-
¿Darás más importancia?
-
Eso es, el enfoque. Todos son parte de ti, van contigo
siempre y están ahí por algo, para algo aunque no lo creas.
-
Sí, mi responsabilidad es desarrollarlos. Vivir para
que puedan aflorar.
Los días se acortan, las noches
largas y los vientos se enarbolan, enredan las ramas, mudan las hojas, sus
troncos verdes en troncos ocres, amarillentos. Quizás el recuerdo del sol se
cuela por sus poros antes de desprenderse de tus frutos.
Caen los erizos y unos niños
recogen las castañas.
-
¡Mira, éstas que buenas!
- Estas son más ruinas, no nos
sirven.
Y son esas las que desechan, las que ahora te
preocupan. Las otras sabes que nutrirán los estómagos de los niños y ancianos.
Sabes que calentarán las manos de los
transeúntes en las aceras y serán el detonante de recuerdos ligados a la infancia,
a las abuelas picando y colocando sobre la chapa de la cocina de carbón, para
tenerlas a punto y ofrecer una, tras una larga mañana en la escuela. Pero las
que no despiertan deseo, a esas ¿qué les depara el destino? ¿Qué será de las
desechadas, las olvidadas, las invisibles?
- No, no son inútiles. Míralas
entre las hojas, algunas se descomponen y nutren el suelo para que otras puedan
germinar. Otras son el alimento de roedores que se las llevan para sus crías.
- Nada se desperdicia. Todo tiene
su función, su valor, ¿quién soy yo para comparar el valor de una frente a
otra?
- La naturaleza no juzga, la vida
palpita, actúa, es, se transforma, existe, es eterna.
-Yo soy naturaleza, humana y en
esa humanidad la mente ha intentado dominar la naturaleza.
- Sí, pero eres naturaleza y eso
está por encima del calificativo de animal, vegetal o mineral. Todo tiene su
equilibrio y la fuerza de la vida lo reestablece. La mente humana crea
universos, de ciencias, de creencias… Elabora para tratar de manipular, de
doblegar pero no es esa su función.
- Naturaleza… me has hecho sentir
la naturaleza vegetal y en sus ciclos los miedos, los gozos, las alegrías, las
preocupaciones no han servido para cambiar nada de lo que le ocurría al árbol.
¿Para qué preocuparse? Es inútil. Cuando dejo de pensar vivo intensamente esa
eclosión de las flores, sus fases sintiendo el color, la alegría de la
polinización, la gestación del fruto. No hay dolor, ni un antes, ni un después.
- Estabas en el presente, en el
ahora.
- Es cierto y era feliz. Sentía
paz.
- Eras paz. Nuestra naturaleza
humana tienen la capacidad de analizar esas otras naturalezas, de entender el
equilibrio y ayudar a que se reequilibren las energías que nos conforman pero
nuestra función no es tener el control.
- Me decía a mi misma “pasará, todo pasará”. Son
los ciclos, no es responsabilidad mía.
- Eso es, tu responsabilidad no
es el control.
-Vivimos tan ligados a la
necesidad de querer tener el poder de decisión sobre tantas cosas.
- Nos han educado para creer eso
y ahora debemos desprendernos de esas ataduras y contemplar, sentir nuestra
esencia natural, vivencia esos ciclos apasionadamente. Escucha los ecos, las resonancias de tu interior, las voces de
tus ancestros. La búsqueda de la felicidad está en vivir en el presente, es
estar pleno en este instante, aquí y ahora. El pasado ya fue, y el futuro está
por venir, se construye en este acto de hoy, de ahora.
- No podemos bañarnos dos veces
en la misma agua del río.
Cierro los ojos y respiro
profundo tres veces. La luz se apaga y entre las arenas anaranjadas del
desierto contemplo las acacias. Siento sus raíces adentrarse en las arenas y
alcanzar el agua subterránea. Esas aguas son las mismas que mucho más al sur
toman los árboles de argán y más al este, hacia oriente son las aguas del Amu
Daria en las que beben las cosechas de algodón y alcanzarán a duras penas el
Mar de Aral. Son los tesoros líquidos que canalizan los abedules desde las
altas montañas, más arriba de las coníferas, y las secuoyas, con sus cortezas
blancas en las que se refleja la luna y con las que erradicarán el dolor de
cabeza las tribus indias. Bosques de abedules, de robles de castaños, álamos,
olivos, cedros y palmerales, todos están
conectados. Bajo sus copas se mecen mis sueños, protegen mis besos y guardan
memoria de los tesoros de mi sabiduría.
La noche se cierne sobre las
dunas y el resplandor del fuego ejerce de guía. No me siento sola, no hay otra
persona conmigo pero siento la fuerza de la humanidad dentro de mi corazón. Debo
mantener vivo el fuego, esta noche la hoguera debe permanecer encendida y
camino alrededor de ella en círculos. Recojo excrementos de camellos que
pasaron por aquí hace mucho tiempo. Alimento las llamas con ellos y tomo té
mientras contemplo ese cielo estrellado donde las dunas son océanos que
oscilan, extendiéndose hacia el
infinito. Soy polvo de estrellas.
Encinas de Bareyo (Cantabria)
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