KHOL
Khol para los ojos
polvos de antimonio para desinfectar el ojo
protección para la vista de los bebés.
Miradas profundas, miradas abisales
universo silencioso, palpitando
que estallan en brillos intensos
Miradas de khol, polvo de estrellas en los lagrimales,
Horas solares devoradas por los minaretes,
por los minerales
que te traen y llevan las canciones,
canto de ancestros
cantos de guerra, lucha contra la ocupación,
resistencia silenciosa,
frente al expolio
Testigos mudos en la duna.
Duna sembrada de tumbas sin nombres, sin apellidos.
solo un círculo de piedras asomándose
El límite entre uno y otro cuerpo
piedras ardientes
piedras viajeras…
Te viniste al norte
a ver a otro amor, otro lecho
Cerraste tu luto
entre las lluvias y la humedad de seis primaveras
Era tiempo de volver a casa
me lo susurraste desde la bóveda celeste
con las estrellas danzando, entre el rumor del agua del pozo
y te traje a casa.
Con tus tonos verdosos, volviste a la colina de ese lecho de arenas, a reunirte con los tuyos, a contarles lo que viste en el norte. Retornaste y ahora los cuencos de barro están rotos y los pájaros no vienen a narrar cuentos. Eres tú quien vuelve a cantar cerrando el círculo de poder, qué hace que el alma esté a salvo. Desandando mis pasos y atraída por los hilos invisibles me dejó sentir para llevarte a tu lugar. Agradezco y saludo a todos los que están y te extrañan. Hoy habrá una fiesta de bienvenida. No caerán estrellas porque los deseos se han cumplido. Gracias, sucran, gracias por ser parte de la alquimia que hace posible la magia, susurrarme en medio de las arenas en los pozos profundos del sueño y llegaste a mis oídos nítida: - Llévame a casa.- Desde el fondo del pozo vi pasar las constelaciones, con sosiego marcaban el momento mientras las mujeres sacaban el agua y cantaban sus cantos de amor y desamor. Yo debía guardar el instante preciso, lo sentiría y así fue.
Llegamos al cementerio al lado de las minas abandonadas de khol me lancé del coche llevada por una fuerza superior a mí, una fuerza reconocida que ya sentí en este mismo lugar, hace seis años. Hoy me sacó del coche y me llevó hasta la mitad de la duna, entre las tumbas donde tomé tres piedras negras que ardían y demarcaban las tumbas que estaban casi enterradas, por la tormenta de arena del día anterior, piedras que quisieron venir al norte, a orillas del Cantábrico, dos fueron para unas amigas y esta que se quedó conmigo. Ha perdido la negrura intensa, brillante.
Las piedras están vivas y guardan memorias. Del norte me llevé un canto rodado blanco, con tres círculos concéntricos, marcados por el óxido por el contacto con otras piedras. ¿Para quién era esa piedra? Ella me lo dirá. Los músicos gnawa nos reciben sentados a la sombra de la pared de adobe, vestidos de blanco, con sus turbantes lustrosos, refulgentes sobre sus rostros azabache. En la sala nos aguarda un té y las alfombras que acogen nuestro cansancio, la música gnawa comienza y los tambores, el djembe comienzan junto con los qraqebs, desde el mayor, el más pequeño con apenas ochos años. Los movimientos se imitan para integrar los cambios, los giros sobre sí mismos, las ruedas. La música vibra y mi mirada se conecta con la suya, nos reconocemos nos sonreímos el cuerpo sabe, recuerda. Me falta el gambri. Serán maahlem. Saco la piedra del bolsillo y la dejó sobre la mesa. Los pies me llevan al centro y tocan. La vibración me lleva a girar, giro, giro sin parar rodar, giro sobre el lecho del océano, sobre los nudos de la alfombra girar para sentir la luz a través de los párpados cerrados para sentir el movimiento la expansión hacia el mundo, con los brazos extendidos para protegerme y no chocar con las columnas. La música me lleva a continuar a ir más rápido, a ir bajando la velocidad y a detenerme. Sé que la piedra es suya, se la doy tras conversar con él y saber que sus padres vinieron de Senegal. La veo entre sus manos tan cálidas, tan terrosas que parecen que los círculos oxidados que la piedra trae grabados contuvieran un mensaje que él descifra en contraste con el blanco, con su piel cósmica – “Te dará baraca”- le dije. Le expliqué de dónde la traje, desde el océano Atlántico desde la playa de San Antolín de Bedón que situé en el mapa donde dibujé Merzouga y dejando que él sea donde ubique donde estamos en este instante. Un puente está trazado, un recorrido nuevo que irradiará gratitud y magia. Él la coge con la mano abierta, la siente y me agradece ese regalo.
No hablamos la misma lengua pero, hablamos el mismo idioma. Sostiene la piedra en su mano la conversación ha sido tan íntima y profunda que va más allá de esa mirada silenciosa, el gesto de dar y ofrecer el tono de voz que comprende para sentirnos, una parte de mí se queda aquí.
Se cerró una herida muy antigua. Ya no hay sangre, ya no hay postilla, ya no hay infección, ya no hay supura, ya no hay más que una cicatriz. Las cicatrices nos ayudan a crecer nos ayudan a mirarnos de nuevo, a vernos con mayor profundidad, huellas en el alma más allá de las que llevamos en la piel, que también narran historias recientes. La memoria de la familia en la que crecemos nos ayuda a comprender por qué somos como somos, las causas de nuestras líneas rojas, en esas fronteras con que nos van tejiendo territorios de confort, refugios, formas de resistencia, de afrontamiento, de celebración de las diferencias, diferentes vivencias universales que experimentamos desde que nacemos hasta que decidimos cómo enfrentar el final. La muerte es un cambio, un rito de vaciarnos para dejar que entre algo nuevo, diferente. Limpiar el alma para romper la rueda del samsara en una vida o en mil vidas.
El tiempo no existe cuántos posibles futuros se dan a la vez. La física cuántica ya explica lo que los filósofos sabían, tratamos de desenredar el tiempo como si fuese un ovillo, con un principio y un fin pero estas alfombras se tejen en mil tramas, eso sí los tejen a la vez. Se acortan unas veces se alargan otras, atándose a otros ovillos en ese tejer y destejer, en ese anudar y desanudar las mujeres trazan las historias de una vida. Tejen sus emociones mientras trabajan así mirando el revés los nudos podemos leer el corazón de la tejedora, durante la creación de la alfombra sus alegrías, sus rabias observando las líneas de nudos que se ondulan hacia arriba, o hacia abajo.
Las emociones nos vertebran, nos hacen vivir la intensidad, ya sea positiva o negativa. ¿A qué vinimos? Vine a acompañar procesos de auto sanación esa es mi misión, esa ayuda que brindo no es otra que comprender que nos enfermamos y nos sanamos. Pero cada una es la que debe hacerlo, estar cerca donde puedan dejar que esté, para acompañar. Y este acompañamiento consiste en escuchar, abrazar, compartir un paseo, una chocolatina, reírse o dar un masaje en un pie dolorido, hinchado. Acompañar consiste en estar atenta, disponible, accesible, es expandir conocimientos y crear virtudes y crear rituales que esconden esa geometría sagrada que nos ayuda a recordar lo que sabíamos antes de encarnar. Somos polvo de estrellas. Somos magia creadora, divina. Volver a vibrar en lo más alto, en la energía más pura, a través de caminos como el yoga, la música, la meditación, la oración, el amor hacia los demás, la honestidad hacia un mismo, hacia la libertad es el camino. Cada vez menos transitado, cada vez más necesario, volver a los valores humanos, a esos valores a esos derechos humanos que los gobernantes pisotean, dejando a los niños y niñas morir de hambre, dejando que no accedan a una sanidad, a una educación a la que tienen derecho.
Se me parte el alma al ver a estos niños y niñas en los campamentos amazigh corriendo tras los coches, con ese estrabismo en las miradas.
No entiendo cómo la lengua amazigh no se enseña en las escuelas. La lengua nos alumbra al mundo en que nos toca vivir. La lengua materna nos construye como personas, nos humaniza. La lengua es una herramienta con la que transformar el mundo, con ella conformamos sueños, utopías y sin utopía cómo saber hacia dónde caminar. Son las mujeres las transmisoras de esta herramienta. Gracias a ellas no se ha perdido y están las alfombras en los tatuajes en las joyas. No basta con que ahora esté en la toponimia. Tiene que palpitar en las escuelas. Una lengua de resistencia que ha vivido y ha soportado los intentos de ser asesinada por el colonialismo, por su afán de progreso que no se apoya en sus raíces y que pretende copiar a otros continentes, olvidándose de su riqueza en su recorrido. Progreso que se lo llevará a la siguiente catástrofe, el próximo seísmo si no somos capaces de integrar lo vivido y reconciliarnos para encontrar la paz y el sosiego. No será posible el desarrollo armónico.
La pared de adobe arde. La paja se ha secado hace ya mucho tiempo. El viento araña las grietas y poco a poco va debilitando las puertas las paredes de la Kasbah. Solo las palmeras recuerdan el golpeteo constante de los mazos con los que al compás de alguna canción iban creando un ladrillo al día de un metro por un metro. Ahora elaboran ladrillos más pequeños para recuperar los huecos causados por las lluvias. Los troncos de la palmera ennegrecidos guardan memoria de las ollas de cuscús que palpitaban cada viernes y de los gestos de amor con que algún hombre compartía su trozo de cordero con su mujer, esquivando la mirada inquisitiva de su madre que no entendía porqué no repudiaba a esa mujer estéril.
Ya no quedan más que los muertos en el cementerio tras la acequia seca, rodeada por palmeras medio secas aún permanece intacto algún cuenco de cerámica, esperando recoger el agua que atraerá a algún pájaro para que les susurre a las ánimas. Ya no queda nada dentro de la torre de la Kasbah. Ha colapsado el techo de adobe y los troncos de palmera, solo la puerta exterior se mantiene en pie, sin cerradura, para salvaguardar el patio, al que se abrirán las habitaciones para encontrar sosiego y calma a la hora de tomar el té, descansar al aire libre bajo esa bóveda celeste enmarcada en los muros de la fortaleza de barro. Ya nadie honra a los comerciantes que antaño con sus dromedarios recorrían el norte de África para llevar la sal intercambiarla por especias, telas. Rutas en las que el trueque era de noticias, cuentos, músicas, ropas, sabores, olores, esencias, canciones y así el mestizaje era algo habitual. Las telas iban recreando encuentros como este Chal de Forum Zguid en el que se entremezcla las influencias del África negra con la cultura amazigh y se crean pañuelos que, con sus bordados teñidos por mujeres ancianas lucirán en el cuerpo de la novia. Cuando vaya a casa dejará de ser usados y coserá otro forro para que en la siguiente boda otra mujer reciba este chal, que sin duda la protegerá del mal de ojo, con su diamante tejido y le traerá abundancia, protección, fuerza y alegrías.
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