Te encontré ovillada sobre ti misma, dormida sobre un lecho de hojas de maíz.
Iba buscando un poco de intimidad para hacer pis cuando te encontré allí, medio dormida. Te despertaste y casi de un salto te levantaste. Miraste mis manos y mi rostro, al ver que sólo llevaba un pañuelo de papel en la mano y una sonrisa no saliste corriendo. Te pregunté si te encontrabas bien y no me respondiste.
Quizás no me entendiste.
Te señalé hacia mi derecha e hice un gesto con el brazo para que me acompañaras. A dos metros estaba la carretera y mi coche. Lo abrí y te ofrecí un té caliente, me serví otro y bebí.
Tú esperaste a que yo bebiera primero, para acercarlo a los labios y frenar el temblor que te recorría.
Unas motos se acercaban en la distancia y al verlas te escondiste en el asiento trasero del coche.
Arranqué, cerré los seguros y nos pusimos en marcha.
Al llegar a la ciudad, en un semáforo abriste la puerta y saliste corriendo entre la multitud. El maíz, como dirían los haitianos “el que sostiene la vida” te protegió, te cobijo y te llevó hasta mí.
Mil preguntas me asaltan… eras una muchacha joven, que tuvo que vestirse rápido, llevabas unos tacones inmensos, unos vaqueros y una chaqueta de vestir, ajustada. Tu tez blanca, tus ojos negros en los que el rimel se había corrido, con un pendiente nada más, esas manos arregladas, con las uñas pintadas de rojo, sin un bolso, eran signos de tu huida.
Pero cómo empezó todo… Imaginármelo, eso es cuanto puedo hacer.
Sembraste embustes para construir la realidad de una forma digerible, asequible. Esparciste mentiras piadosas que evitan insultos, gritos y golpes. Cultivaste medias verdades para protegerte en la oscuridad de las noches solitarias, donde el silencio se puebla de los esputos, de las malas palabras y la humedad en los ojos se desborda por tu rostro, hasta que de tus ojos manan lágrimas. Aguas que ruedan sin desatar sollozos.
El reloj suena y debes de iniciar el día sigilosa, silenciosa, incluso debes sonreír, cantar para que no se vuelvan a alborotar las agresiones, con que te cubre alrededor del medio día cuando se alborotan fantasmas, carencias, necesidades de alimentar al minotauro que te habita.
Entonces se tornan inútiles tus pasos cautos y escasa es la protección de tu melena sobre tus mejillas, inservibles se vuelven los números de teléfono con que te cruzas en la parada del bus, en el corcho de la sala de espera del centro de salud, en el hall del instituto.
Tu mente sólo aguarda a que el temporal amaine, no puedes hacer, ni decir nada, te alejas en tu cabeza hacia la caverna del vacío, tratas de romper las aristas de cada palabreja, te asaltan las dudas: ¿serán ciertas estas palabras?, ¿me las merezco!
Quieres creer que no volverá a ocurrir, necesitas confiar, quieres darle otra oportunidad.
No te das cuenta de que te adentras en un campo del que cada vez es más difícil salir, mientras el maíz crece, crece, crece.
Tú caminas, arrastras tus pies, no te das cuenta de que ya te cubren las plantas y no ves el horizonte. Cabizbaja has perdido la brújula.
Estás aislada y no quieres ver.
Te inundan, te descolocan, las heridas están tan tiernas que sólo deseas evitar más dolor, otro desgarro. Cubres la piel morada, verdosa, amarillenta con maquillaje y te calzas los tacones.
Desfallecida no eres capaz de establecer una frontera entre los demás y tú.
Mecida por la rueda te escabulles de las manos que te tienden y vas de la acumulación de la tensión, a la explosión, para llegar a la calma, al arrepentimiento, a la luna de miel y de nuevo giras otra vez, en esta noria de violencia, acumulas tensiones, así hasta…
¿Hasta cuándo?
Hasta que te sientas con fuerza para cerrar la puerta y correr.
Iba buscando un poco de intimidad para hacer pis cuando te encontré allí, medio dormida. Te despertaste y casi de un salto te levantaste. Miraste mis manos y mi rostro, al ver que sólo llevaba un pañuelo de papel en la mano y una sonrisa no saliste corriendo. Te pregunté si te encontrabas bien y no me respondiste.
Quizás no me entendiste.
Te señalé hacia mi derecha e hice un gesto con el brazo para que me acompañaras. A dos metros estaba la carretera y mi coche. Lo abrí y te ofrecí un té caliente, me serví otro y bebí.
Tú esperaste a que yo bebiera primero, para acercarlo a los labios y frenar el temblor que te recorría.
Unas motos se acercaban en la distancia y al verlas te escondiste en el asiento trasero del coche.
Arranqué, cerré los seguros y nos pusimos en marcha.
Al llegar a la ciudad, en un semáforo abriste la puerta y saliste corriendo entre la multitud. El maíz, como dirían los haitianos “el que sostiene la vida” te protegió, te cobijo y te llevó hasta mí.
Mil preguntas me asaltan… eras una muchacha joven, que tuvo que vestirse rápido, llevabas unos tacones inmensos, unos vaqueros y una chaqueta de vestir, ajustada. Tu tez blanca, tus ojos negros en los que el rimel se había corrido, con un pendiente nada más, esas manos arregladas, con las uñas pintadas de rojo, sin un bolso, eran signos de tu huida.
Pero cómo empezó todo… Imaginármelo, eso es cuanto puedo hacer.
Sembraste embustes para construir la realidad de una forma digerible, asequible. Esparciste mentiras piadosas que evitan insultos, gritos y golpes. Cultivaste medias verdades para protegerte en la oscuridad de las noches solitarias, donde el silencio se puebla de los esputos, de las malas palabras y la humedad en los ojos se desborda por tu rostro, hasta que de tus ojos manan lágrimas. Aguas que ruedan sin desatar sollozos.
El reloj suena y debes de iniciar el día sigilosa, silenciosa, incluso debes sonreír, cantar para que no se vuelvan a alborotar las agresiones, con que te cubre alrededor del medio día cuando se alborotan fantasmas, carencias, necesidades de alimentar al minotauro que te habita.
Entonces se tornan inútiles tus pasos cautos y escasa es la protección de tu melena sobre tus mejillas, inservibles se vuelven los números de teléfono con que te cruzas en la parada del bus, en el corcho de la sala de espera del centro de salud, en el hall del instituto.
Tu mente sólo aguarda a que el temporal amaine, no puedes hacer, ni decir nada, te alejas en tu cabeza hacia la caverna del vacío, tratas de romper las aristas de cada palabreja, te asaltan las dudas: ¿serán ciertas estas palabras?, ¿me las merezco!
Quieres creer que no volverá a ocurrir, necesitas confiar, quieres darle otra oportunidad.
No te das cuenta de que te adentras en un campo del que cada vez es más difícil salir, mientras el maíz crece, crece, crece.
Tú caminas, arrastras tus pies, no te das cuenta de que ya te cubren las plantas y no ves el horizonte. Cabizbaja has perdido la brújula.
Estás aislada y no quieres ver.
Te inundan, te descolocan, las heridas están tan tiernas que sólo deseas evitar más dolor, otro desgarro. Cubres la piel morada, verdosa, amarillenta con maquillaje y te calzas los tacones.
Desfallecida no eres capaz de establecer una frontera entre los demás y tú.
Mecida por la rueda te escabulles de las manos que te tienden y vas de la acumulación de la tensión, a la explosión, para llegar a la calma, al arrepentimiento, a la luna de miel y de nuevo giras otra vez, en esta noria de violencia, acumulas tensiones, así hasta…
¿Hasta cuándo?
Hasta que te sientas con fuerza para cerrar la puerta y correr.
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