sábado, 29 de julio de 2017

Vacas sin cencerro



Rumiantes escuálidas y con una joroba sobre el lomo, tras la cabeza, blancas, con sus cuernos negros a su libre albedrío por las ciudades, los pueblos, y caminos polvorientos. Vacas sagradas, vacas intocables, vacas libres, tratan de encontrar qué comer, en estas aceras que están compuestas por una

basura compacta, multicolor donde se aglutinan plásticos, chanclas rotas, restos de comida, polvo, tierra, telas, excrementos animales y humanos. 
A veces se sientan entre los dos carriles de la carretera para que el incesante tráfico les espante las moscas y no gastar la poca energía que han conseguido rebuscando restos de fruta. 
Puedes contar sus costillas y los cuernos parecen que no representan ningún peligro, ya que van plácidas, libres, serenas, respetadas por todos. Incluso hay un hospital para estas rumiantes. Allí está la primera vaca, la fundadora en un recinto
para ella sola, con su parasol, su cubo con pienso, por lo que no tiene ni que levantarse para comer. Su dolencia en la pezuña de la pata delantera derecha se lo impide. Cubierta por una manta con incrustaciones doradas y plateadas, contempla a los visitantes que se acercan hasta ella. Sus cuernos pintados de color naranja y un
cuidador para atenderla. Rodeada de una barandilla cubierta con collares de caléndulas cercana a la divinidad palpitante aguarda junto a su caja de ofrendas. 
Vacas de ojos tristes, vacas de ojos vacíos, miradas perdidas que yo no tienen lágrimas para derramar, por el dolor que supone saber que la fuente de la vida es agredida cada cuatro minutos en este país, donde nacer mujer es una maldición.
Las vacas claman por las mujeres. ¿No las escucháis? Las vacas no mugen porque están encadenadas por la tradición patriarcal y colonialista.
¿Cuándo llegará el día en que en este continente otorguen el mismo trato a sus mujeres que a las vacas?

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