Lisboa encandila y despierta la
saudade de los tiempos en que el reloj se detenía y se adentraba una en el
placer de deleitarse. Lisboa desata con su aroma a chocolate entremezclado con
el de café recién molido y las almendras amargas, la sorpresa del descubrimiento.
La amabilidad de sus gentes, con sus miradas en busca de encuentro, la
complicidad como promesa que nace de la amabilidad “o brigada” es la fórmula
con que te despiden con una sonrisa en los labios.
Aún resisten los embates del
mercado chino y asiático, las tiendas con repisas de maderas hasta el techo,
donde las mercancías se guardan y con las buenas maneras reciben al vecino
haciendo del turista un fiel visitante que volverá atraído por este olor
embriagador entre el que elijes un vino de Oporto entre las múltiples
posibilidades que te muestra el dueño acomodándose al precio que estás
dispuesta a pagar.
El Chiado y Barro Alto entre
restaurantes y tascas de Fado alborotan las saudades más ancestrales. Los miradores te invitan a descansar a medio
camino entre la Baixa y el Castelo de San Jorge. Puentes que cruzas y te
embarga la fragilidad del instante en
que todo puede cambiar de rumbo, y lo mismo te vas hacia el Tejo y subes hacia
Alfama.
Sus aceras cual puzzles que en
cualquier momento pueden levantarse y comenzar de nuevo a trazarse estrellas, naves, anclas, olas de este océano
Atlántico en que se vacía la mirada del portugués, cuando su corazón se colma
de nostalgias. Al lado del tronco del árbol de Judas unas cuantas piedras de
basalto negro y blanco que sobraron del último trazado de los calceteiros que crean y se recrean de
acera en acera. Los piezas que sobran quedan en un rincón de la rúa, bajo en
árbol, esperando hasta la próxima obra y con los mismos pedazos blancos y
negros crearan una nueva greca, un cerrojo, un apellido,… En ellos se
reflejaran los azulejos, azul cobalto,
verdes, amarillos,… Narran en las paredes de los mercados oficios de antaño,
cuando se recogía la aceituna, la uva, la sal, se cosían redes a la orilla, se vislumbraba esperanza en el horizonte.
Ritmos del otro lado del océano,
del sur del ecuador, hombres y mujeres
que se han enriquecido en esa mezcla delicada y sensual que se vislumbra en los
rostros de piel negra, y facciones delicadas,…
Lisboa huele a trópico, tiene
aires de Sao Tomé, de Angola, mezclados con la sal y las saudades.
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