domingo, 23 de diciembre de 2018

El PANSAH


El día despunta ya y con las primeras luces Jai salió a cortar unas hojas de la platanera. Las colocó en el fondo de la barca de madera, tras achicar el agua del fondo y dispuso la fruta que tenía en los cestos a lo largo de toda la lancha. El durian en la proa para contrarrestar el peso junto con los cocos. A continuación dispuso las piñas, y los manojos de bananas, plátanos pequeños, papayas, rambután y al alcance de sus manos dejó los mangos y las piñas y el cesto con los mangosteen. En el extremo del cartel que anunciaba los precios de las fruta colgó unas ramas con longan. El cuchillo junto con las bolsas de plástico las metió bajo su asiento para cuando llegara la última hora de la mañana, la hora de ofrecer a los turistas un bocado de mango y piña para saciar su sed. 
Pero para eso aún faltaban unas cuantas horas y todavía debía de ir a dar su ofenda de arroz glutinoso para los monjes que salían hacia las cinco de la mañana, descalzos, con su escudilla en las manos a recibir las ofrendas de comida con las que se alimentarían ese día, gracias a la devoción de los demás. Antes de salir hacia las proximidades del wat debía depositar su ofrenda en la casa de sus espíritus, encender los nueve inciensos y dejar el loto que se acaba de abrir, y del que emanaba aquel olor que hacía soñar a su abuela, así estaría contenta y tendría un día provechoso. Los mangosteen más maduros los dejó en el altar, para el espíritu de su abuelo. Susurró un mantra antes de cerrar el ritual de cada mañana y se embarcó en la balsa que había construido su padre con madera de teca a vender la fruta fresca en el embarcadero y a sus clientes habituales en sus respectivos embarcaderos frente a sus casas.
Cuando el calor empezó a apretar ya estaba frente al embarcadero de la casa de su amiga Malai. Ató su barca y fue hacia la casa. Se saludaron juntado las manos a la altura de su cuello y se sonrieron dulcemente, con mucha complicidad.  Jai se sentó en la tumbona mientras Malai acababa de servir el té y comenzaron a charlar…
-          ¿Cómo te ha ido hoy?
-          Bien, mejor de lo que esperaba. Ya solo me quedan unos plátanos, piña y mangos.
-          Los extranjeros te los quitaran de las manos, llegan sedientos.
-          No han comido frutas así, las que llegan a sus países fueron cortadas antes de alcanzar la maduración necesaria y están insípidas.
-          Me hace gracia como nos miran, siempre me hacen reír con esos ojos grandes, se sorprenden. Son como niños.
-          Ah sí, desde luego. Ayer vi en el canal a Ubon. Simuló que no me conocía, pero era ella. Estoy segura.
-          ¿Y eso por qué?
-          Iba acompañada de un extranjero.
-          ¿Un europeo?
-          Sí, un hombre de pelo canoso. No parecía muy mayor.
-          El último era un viejo, con aquel estómago y aquellos pelos por todas partes. Aunque fue providencial su aparición, pagó el embalsamamiento del padre de ella. Y luego creo que el pasaje de avión de sus hermanos, meses después, cuando por fin llegaron todos para hacer la incineración.
-          Este es más joven. Pero la cartera me imagino que la tendrá bien llena.
-          Eso desde luego, Ubon no se va con cualquiera que venga oliendo a perfume. No sé cómo contacta con ellos pero en su red nunca el pescado es pequeño.
-          Hoy en día por internet, en Bangkok es más fácil. Esos hombres están buscando la fantasía de una mujer asiática. Creen que somos complacientes, sumisas, dispuestas a cumplir con sus deseos inconfesables. Se sienten más jóvenes, apuestos, varoniles. No entienden que para nosotras el sexo no tiene tanta importancia, que se acuesten con nuestras hijas lejos de nuestra casa, dándoles un buen fajo de billetes que nos hará más llevadera la vejez, no tiene importancia. Ellas viajan por el país con ellos, con todo el lujo que están dispuestos a pagar, y después de un tiempo cada uno vuelve a su vida, a sus quehaceres. Tienen que aprovechar la juventud, y sacar el máximo rendimiento a lo que poseen, y al final siempre queda el arrozal.
-          Sí, creo que para ellos el sexo es demasiado importante porque tienen demasiados tabús. No dejan las cosas privadas en su lugar, mira sino los manoseos que se traen en plena calle, en los restaurantes.
-          Eso es difícil de entender para algunos porque están ardiendo, no se apagan nunca. Ni este calor, yo creo que los estimula más.
-          Pretender besuquear a todo el mundo. Te los presentan y se te tiran encima. No entienden que esas formas son inadecuadas. No tienen ni pizca de educación. A la mínima te lanzan sus babas en la cara, aunque tú des un paso hacia atrás ellos te agarran y no te escapas, sobretodo últimamente.
-          Se creen que estamos para complacerles. No entienden nuestra forma de estar.  Los he visto estirarse, andar como pavos reales cuando les alertan de la presencia de escalones. Se creen que por ser más altos son más poderosos. Me dan risa.
-          Todo lo que tienen de grandes lo tienen de arrogantes.
-          Sí, yo ya no tengo el cuerpo para ellos, pero no envidio a estas chicas que se sacan un extra así. Cada vez son peores y vienen con menos dinero.
-          Y vienen cada vez más. No sólo eso, sino que pretenden quedarse.
-          Ya, pero no se adaptan. Al final somos de mundos tan distintos, que la fascinación se acaba agotando y surgen las diferencias. Somos un pueblo de agua y nuestras aguas cambian con las lunas aunque parezca que están igual no es así.
-          Ya, los casos que conocemos es porque pasan temporadas aquí y allá y ellas como dicen las chinas se han transformado en plátanos, son amarillas por fuera y blancas por dentro.
-          Son los destellos dorados que confunden, pero al final volverán a casa. Llega un momento en que añoras la vida en tu tierra, bajo estas maderas, meciéndote en la tumbona con el croar de las ranas. Te despiertas y necesitas ir al Wat con tus inciensos, descalzarte, prender el incienso, dejar tus lotos, y cantar los mantras con tus hermanas contemplando al buda reclinado.
-          En efecto la llamada de la sangha llega más tarde o más temprano.
-          Acabarán afeitándose la cabeza, tomando la túnica blanca y meditando.
-          Pronto volveremos al wat, cuando lleguen las lluvias.
-          Lo estoy deseando. El pansáh es la época en que me siento más feliz conectando conmigo misma, sin ninguna preocupación, sintiendo la unidad. Cada vez estoy más cerca del nibbana.

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