El día despunta ya y con
las primeras luces Jai salió a cortar unas hojas de la platanera. Las colocó en
el fondo de la barca de madera, tras achicar el agua del fondo y dispuso la
fruta que tenía en los cestos a lo largo de toda la lancha. El durian en la proa para contrarrestar el
peso junto con los cocos. A continuación dispuso las piñas, y los manojos de
bananas, plátanos pequeños, papayas, rambután y al alcance de sus manos dejó
los mangos y las piñas y el cesto con los mangosteen.
En el extremo del cartel que anunciaba los precios de las fruta colgó unas
ramas con longan. El cuchillo junto
con las bolsas de plástico las metió bajo su asiento para cuando llegara la
última hora de la mañana, la hora de ofrecer a los turistas un bocado de mango
y piña para saciar su sed.
Pero para eso aún
faltaban unas cuantas horas y todavía debía de ir a dar su ofenda de arroz
glutinoso para los monjes que salían hacia las cinco de la mañana, descalzos,
con su escudilla en las manos a recibir las ofrendas de comida con las que se
alimentarían ese día, gracias a la devoción de los demás. Antes de salir hacia
las proximidades del wat debía depositar su ofrenda en la casa de sus
espíritus, encender los nueve inciensos y dejar el loto que se acaba de abrir,
y del que emanaba aquel olor que hacía soñar a su abuela, así estaría contenta
y tendría un día provechoso. Los mangosteen más maduros los dejó en el altar,
para el espíritu de su abuelo. Susurró un mantra antes de cerrar el ritual de
cada mañana y se embarcó en la balsa que había construido su padre con madera
de teca a vender la fruta fresca en el embarcadero y a sus clientes habituales
en sus respectivos embarcaderos frente a sus casas.
Cuando el calor empezó a
apretar ya estaba frente al embarcadero de la casa de su amiga Malai. Ató su
barca y fue hacia la casa. Se saludaron juntado las manos a la altura de su
cuello y se sonrieron dulcemente, con mucha complicidad. Jai se sentó en la tumbona mientras Malai
acababa de servir el té y comenzaron a charlar…
-
¿Cómo
te ha ido hoy?
-
Bien,
mejor de lo que esperaba. Ya solo me quedan unos plátanos, piña y mangos.
-
Los
extranjeros te los quitaran de las manos, llegan sedientos.
-
No
han comido frutas así, las que llegan a sus países fueron cortadas antes de
alcanzar la maduración necesaria y están insípidas.
-
Me
hace gracia como nos miran, siempre me hacen reír con esos ojos grandes, se
sorprenden. Son como niños.
-
Ah
sí, desde luego. Ayer vi en el canal a Ubon. Simuló que no me conocía, pero era
ella. Estoy segura.
-
¿Y
eso por qué?
-
Iba
acompañada de un extranjero.
-
¿Un
europeo?
-
Sí,
un hombre de pelo canoso. No parecía muy mayor.
-
El
último era un viejo, con aquel estómago y aquellos pelos por todas partes.
Aunque fue providencial su aparición, pagó el embalsamamiento del padre de
ella. Y luego creo que el pasaje de avión de sus hermanos, meses después,
cuando por fin llegaron todos para hacer la incineración.
-
Este
es más joven. Pero la cartera me imagino que la tendrá bien llena.
-
Eso
desde luego, Ubon no se va con cualquiera que venga oliendo a perfume. No sé
cómo contacta con ellos pero en su red nunca el pescado es pequeño.
-
Hoy
en día por internet, en Bangkok es más fácil. Esos hombres están buscando la
fantasía de una mujer asiática. Creen que somos complacientes, sumisas,
dispuestas a cumplir con sus deseos inconfesables. Se sienten más jóvenes,
apuestos, varoniles. No entienden que para nosotras el sexo no tiene tanta
importancia, que se acuesten con nuestras hijas lejos de nuestra casa, dándoles
un buen fajo de billetes que nos hará más llevadera la vejez, no tiene
importancia. Ellas viajan por el país con ellos, con todo el lujo que están
dispuestos a pagar, y después de un tiempo cada uno vuelve a su vida, a sus
quehaceres. Tienen que aprovechar la juventud, y sacar el máximo rendimiento a
lo que poseen, y al final siempre queda el arrozal.
-
Sí,
creo que para ellos el sexo es demasiado importante porque tienen demasiados
tabús. No dejan las cosas privadas en su lugar, mira sino los manoseos que se
traen en plena calle, en los restaurantes.
-
Eso
es difícil de entender para algunos porque están ardiendo, no se apagan nunca.
Ni este calor, yo creo que los estimula más.
-
Pretender
besuquear a todo el mundo. Te los presentan y se te tiran encima. No entienden
que esas formas son inadecuadas. No tienen ni pizca de educación. A la mínima
te lanzan sus babas en la cara, aunque tú des un paso hacia atrás ellos te
agarran y no te escapas, sobretodo últimamente.
-
Se
creen que estamos para complacerles. No entienden nuestra forma de estar. Los he visto estirarse, andar como pavos
reales cuando les alertan de la presencia de escalones. Se creen que por ser
más altos son más poderosos. Me dan risa.
-
Todo
lo que tienen de grandes lo tienen de arrogantes.
-
Sí,
yo ya no tengo el cuerpo para ellos, pero no envidio a estas chicas que se
sacan un extra así. Cada vez son peores y vienen con menos dinero.
-
Y
vienen cada vez más. No sólo eso, sino que pretenden quedarse.
-
Ya,
pero no se adaptan. Al final somos de mundos tan distintos, que la fascinación
se acaba agotando y surgen las diferencias. Somos un pueblo de agua y nuestras
aguas cambian con las lunas aunque parezca que están igual no es así.
-
Ya,
los casos que conocemos es porque pasan temporadas aquí y allá y ellas como
dicen las chinas se han transformado en plátanos, son amarillas por fuera y
blancas por dentro.
-
Son
los destellos dorados que confunden, pero al final volverán a casa. Llega un
momento en que añoras la vida en tu tierra, bajo estas maderas, meciéndote en la
tumbona con el croar de las ranas. Te despiertas y necesitas ir al Wat con tus
inciensos, descalzarte, prender el incienso, dejar tus lotos, y cantar los
mantras con tus hermanas contemplando al buda reclinado.
-
En
efecto la llamada de la sangha llega
más tarde o más temprano.
-
Acabarán
afeitándose la cabeza, tomando la túnica blanca y meditando.
-
Pronto
volveremos al wat, cuando lleguen las
lluvias.
-
Lo
estoy deseando. El pansáh es la época
en que me siento más feliz conectando conmigo misma, sin ninguna preocupación,
sintiendo la unidad. Cada vez estoy más cerca del nibbana.
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