Ya no he vuelto a escuchar los compases de Mozart mientras me lavaba el pelo y masajeaba mi cuero cabelludo echando la cabeza hacia atrás y sintiendo la loza fría del lavabo de aquella peluquería en la que trabajaron madre e hijo toda una vida. Ya no volvería a entrecerrar los ojos y soñar con los versos de Virginia Wolff que Ángel, mi peluquero me recitaba de memoria, mientras observaba el nacimiento de mi pelo, los remolinos y planificaba la mejor forma de cortarlo. La noticia me sacudió: - “No hay nada que hacer, ya han pasado los tres años que me permitió estar aquí y tengo que dejar el piso el uno de septiembre. No hay más tiempo.
Un tiempo nuevo
ya está aquí, ha acabado un ciclo, esto es el final. Una época acaba con este
hecho. -- Esa sensación de apoderó de mi con firmeza. Consternada le dije:
- - Pero Ángel, ¿cómo es capaz de echarte de esa
casa? Esa casa que te vio nacer.
- - Es así, es lo que hay, así que cogeré mi maleta
y me iré. Quiere tirar el edificio, arreglarlo entero, hacer apartamentos. Ya le
dejé el piso de abajo pero no es suficiente y ya tuve el juicio. No hay nada
que hacer.
- - Tiene dinero de sobra, tres farmacias que tiene
¿no son suficientes? De algo puedes estar seguro no pienso ir a comprarle ni
una tirita, que se olvide.
- - Me llevo el cariño de todas mis clientas, eso me
han dicho todas, y eso es lo más valioso, dejo el cariño y eso es importante
para mí.
- - Pero tenemos que vernos, antes de que te maches.
- - Yo estoy aquí, llámame y vienes, te cortaré el
pelo por última vez, ese pelo tan hermoso que tienes.
- - Cuenta con ello.
Volví por última vez a aquel primer piso y tiré del sedal que colgaba por
fuera y abría la puerta. Aquel pasillo ancho, con paredes enmoquetadas en tonos
mostaza que vieron entrar a los nazis en plena guerra a buscar al padre de
Gelin, republicano exhibiendo las armas. Ahora los desconchones de las paredes
estaban cubiertos con posters de grandes películas de la época dorada de
Hollywood: El hombre tranquilo, Vacaciones en Roma, y La Dolce Vita. A través
del espejo te cruzabas con la mirada dulce de Audrey Hepburn, la serenidad de
Greta Garbo, la calidez de Mastrollani, la fuerza de John Wayne agarrando a
Mauren O¨Hara antes de besarla en el cementerio, y en el lateral la elegancia
de Ángel con un traje de pantalón y chaqueta clara a sus treinta años paseando
por la calle Uría de Oviedo, con sus gafas de sol, con una mano metida en el
bolsillo del pantalón, todo un gentelman. En la otra pared las plantas que su
madre que le encargó antes de morir que cuidase, ese ficus que crecía en su
galería lentamente, y a su lado el reloj de pared, con su péndulo en el que
leíamos la hora por la posición de las agujas, bajo él el retrato en blanco y
negro de su madre rodeada de sus tres hijos varones alrededor. Delante de ella
con una mirada tímida, curiosa estaba Gelín, al amparo de esa mujer fuerte y
con una presencia capaz de eclipsar a cualquiera. A ambos lados, dos niños muy
diferentes del pequeño, dos niños que parecían competir por ser el capitán del
equipo.
- - ¡Qué pena me da que te vayas!
- - Ya pero no me queda más remedio. Saldré y me iré
a Madrid al piso que compré hace ya muchos años, enfrente del Parque de EL
Retiro. Allí si me dejan cocinar ya no pido más. Escribir no podré con la
máquina allí, tendré que ir a pasar a limpio a casa de mi hija mientras ella
trabaja. A mi mujer le molesta el ruido de la máquina.
- - Pero cómo puede decirte eso.
- - Me casé con una mujer inteligente, conversadora,
guapa, una chica que hablaba francés, a la que le gustaba leer pero se ha
vuelto una vieja gruñona, que sólo sabe quejarse tomar pastillas y reñir. Ya me
dijo que aquella casa eran 70 metros y no los 150m a los que estoy
acostumbrado. Ella aquí ya hace tiempo que no viene, ni en verano porque sus
amigas ya se han muerto todas y no tienen ambiente con quién salir. Yo estaba
aquí trabajando con mis clientas, feliz, estoy como un chaval, me levanto hago
mis ejercicios por casa, limpio, atiendo a mis clientas, preparo algo de comer,
escribo y si tengo algo de trabajo pues yo encantado, soy feliz trabajando.
Luego voy a la partida y a veces ya ni juego al mus porque ellos son ya tan
mayores que ya no pueden ni jugar, o se han muerto. Mira esta foto era el
equipo de fútbol de cuando tenía veintiocho años, ya no quedamos vivos más que
Manolo y yo. Él anda en una silla eléctrica con la cabeza ida. ¿Cuántos años me
quedarán buenos diez, quince como mucho?
- - ¿Por qué no te quedas aquí en otro piso?
- - No, no. Yo me voy a mi casa. La compré y mi
suegro no estaba de acuerdo, de aquella invertí todo lo que había ganado en
Paris, ya sólo tengo que recoger mi ropa y ya está. Al tener que dejar el piso
de abajo hace tres años fue cuando tuve que desocupar todo, aparecieron tantas
cosas, fotos, pero ya todo eso está en Madrid. Hace unos meses cuando me llegó
la carta ya diciéndome que el 1 de septiembre tengo que dar las llaves me
desorienté, intentaba meter la llave en el piso de abajo y no podía abrir. Fui
al médico y me dio unas pastillas para el riego, es lo único que tomo. Y no se
lo digas a nadie, prométemelo, pero la semana que viene cumplo ochenta y dos
años. Nunca tomé nada de medicación, estoy ágil, me muevo, ya me ves. Me
encuentro muy bien.
- - Y lo estás, tienes más vitalidad que mucha gente
joven.
- - Si me deja encargarme de cocinar y puedo seguir
escribiendo, tengo el Museo cerca, puedo ir a ver muchas cosas allí.
- - Desde luego, tendrías que escribir la historia
de tu vida.
- - No sé, tú siempre me lo dices.
- - Sí es así, estas tres novelas que has escrito
son interesantes, pero tu vida lo es más.
- - No sé, quiero acabar esta. Me tiene atrapado
ahora desde que estoy con esto no he escrito nada, pero estoy pensando, en mi
cabeza sigo escribiendo.
- - Claro me imagino, y con todo esto, lo secadores,
esa máquina…
- - Esta máquina fue de las primeras que salieron
para hacer tratamientos de rayos infrarrojos, mira esta foto, en ella está
Marita que ya murió y se hizo esta foto el día en que empezó la Guerra Civil.
Todo esto son trastos, vendí la mesa de madera sobre la que escribo que me la
compró una clienta, pero el resto ya quedé con los gitanos para que vengan el
día antes y se lleven los secadores, los sillones, lo que quieran. Lo demás lo
voy sacando a la basura poco a poco. No quiero que nadie entre después y se
haga una idea de cómo vivía aquí. Te voy a dar una de las hijas de la planta de
la galería, porque tú la cuidarás.
- - Aún así me da tanta pena. Naciste en esta casa,
te fuiste tan joven y volviste pensando que acabarías tu vida aquí a la vera de
este puente del que partieron tantos barcos,...
- - El otro día me llamaba Gelin la mujer de la
Confitería, ella que me conoce de siempre, y me prestó tanto, me llamaban
Gelin. Me fui de aquí tan joven, con catorce años me enviaron el internado
después de que una de las ayudantes de mi madre me hiciese hombre, tú ya me
entiendes.
- - Sí, me lo contaste. Luego te fuiste a América,
¿qué país te quedó por ver allí?
- - Viví en casi todos, salvo en Cuba. De aquí me
fui a Buenos Aires, con mi hermano, Iba a
trabajar en una oficina, ya que habíamos estudiado para eso en Villaviciosa.
Pero allí en la oficina el trabajo no me gustaba. Y los dos empezamos a
estudiar por las noche en una Academia de Peluquería. A mí me encantó y dejé la
oficina, ganaba más en una semana que en un mes en la oficina. Mi hermano lo
dejó porque se le hinchaban los pies por estar de pie y no era muy sociable con
las señoras. Luego me fui a Chile, trabajaba y cuando tenía dinero viajaban
cuando se acaba el dinero volvía a trabajar, así recorrí casi todo. En Caracas tenía
mi peluquería, con empleadas y puede que tenga alguna hija por ahí, no lo sé.
- - Rodeado de señoras has oído de todo, los
secretos que se cuenta al peluquero, podrías contar esas historias de ese tiempo
que es otro ya.
- -- Desde luego, lo voy a pensar, primero tengo que
acabar con la novela que estoy terminando pero puede que lo haga, sí. Una vez
una clienta me envió la propina por el chófer, de aquella fueron al cambio unos
diez mil pesetas.
- - La dejarías muy satisfecha, me imagino. ¿Estamos
hablando de esa época en que los sueldos medios eran de unas seiscientas
pesetas?
- - Sí, más o menos, era muy elegante, muy bonita. Y
una cosa lleva a la otra, estaba muy sola, el marido no le hacía mucho caso.
Uno era muy discreto.
- - Por supuesto, discreción y saber estar.
- - En la próxima vida nos casamos tú y yo. Viaja y
disfruta todo lo que puedas luego llegará el momento en que ya no te apetecerá.
Volví y quise estar en la peluquería de mi madre, volver a vivir aquí en esta
casa en la que nací y ella se murió. Ahora me voy a la mía y llevo el cariño,
el respeto de la gente, eso no tiene precio.
- - Desde luego, te echaremos de menos mucho. Se
perderá ese saber de cómo seguir tiñendo a estas mujeres mayores que en las
nuevas peluquerías les queman el pelo.
- - Eso te lo dan los años, yo tengo una ficha por
clienta y apunto las proporciones si le gusta el color como queda para la
próxima tintura, anoto los tiempos, si le pareció bien el rizado, para ir
viendo en las futuras permanentes, pero a ti que haría con ese pelo que tienes
un corte, unas mechas de color, aun se pueden crear tantas cosas con tu pelo.
Me llevaré esta tijera que la compré hace cuarenta años y el que me la vendió
dijo que no haría falta afilarla nunca y así ha sido.
- - Unas tijeras, un peine y el mundo por montera.
- - Adoro esta profesión, me ha permitido conocer
tantos lugares, tantas personas, a tantas mujeres sus formas de pensar, son
fascinantes, tan rápidas, inteligentes, me encantan.
-
Sabes muy bien cómo tratarlas, eres la
diplomacia en persona. Me fascina ver como llevas a la anciana beata que se
despide recordándote que deberías rezar, contenta y deseando volver a tus manos
y cómo sonríes con una complicidad total con otra que es atea como tú. Eres
capaz de hacer que se sientan bien todas.
-
Esa es la clave del éxito, tienen que estar a
gusto, vienen a pasar un rato agradable, algunas les gusta mirar las revistas y
no hablan, con otros puedo hablar, como tú que me corriges mis escritos, con
quien puedo compartir otras cosas. Pero si se olvidan de quejarse, de los
dolores un rato pues estupendo. Ya le dije a mi hija que dejara de ver a
televisión, yo no veo telediarios, solo cuentan desgracias, vale más centrarse
en lo que merece la pena, en lo que te da felicidad. La música es maravillosa,
escucho a Mozart y me encanta me dan ganas de moverme, de bailar. Releo Madame
Bovary y encuentro algo nuevo siempre.
Corría el final
del verano de 2019 y una época tocaba a su fin. el principio del fin de una
forma de vida estaba ya comenzando en el este, en China. Sentí que un ciclo en
mi vida concluía ahí, en ese momento en que miré por última vez la escultura de
la Virgen del Carmen y el Niño que colgaba de una peana detrás de la puerta de
la peluquería de la que ya no quedaba ni el rastro del papel escrito con mano
temblorosa que anunciaba la existencia de la Peluquería que antaño tuvo un
cartel con luz integrada a la calle donde se podía leer: Peluquería Ángeles, y
que se llevó por delante un camión que cruzó la villa de Llanes cuando la
circulación era de doble sentido en esta villa marinera. Una villa que deja ir
a unos de sus hijos en silencio, a un hombre que llevó con orgullo ser de
Llanes por toda Ámerica Latina y se va ligero de equipaje en el autobús camino
de Madrid, con su maleta en la mano mirando como antaño con la cabeza alta,
hacia delante pero esta vez sabe que ya no vivirá el día del retorno.
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