16 de octubre 2008
Hoy ante mis ojos el brazo se extendió
ágil, nervudo, acababa en garra que se cerró sobre la cabellera de una
cuidadora y los gritos brotaron, a medida que su cuerpo se doblaba. Se quebró
un límite, una frontera humana y al sentirse libre de las garras del capricho
inconsciente se revolvió, y se lanzó a dar bofetadas: - ¡Toma, estoy harta de
que me peguen, hasta los cojones de que me metan hostias, no me dan más
hostias!.- El silencio fue total, unos
pasos hacia atrás sirvieron para volver al redil de la contención, de lo
políticamente correcto y se fue a paso ligero, llorando, con el cuero cabelludo
dolorido, y los cabellos arrancados se los llevo el viento cálido del sur.
Los nervios se desataron, frenéticos, en
el cuartucho de cuidadores. Ataque de histeria, de nervios que fue diseccionado
por un tranquimazin que alguien sacó de su pastillero, del bolsillo interior de
su bolso de piel.
La hoja de los partes sucumbió como una
hoja más, de este otoño para cubrir el suelo sobre el que patinamos todas,
expuestas a ser la siguiente la víctima, una victima más invisible, muda y
olvidada.
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