INTERIORES
Emigrar, partir y dejar atrás la familia,
un hijo que aún necesita mamar, cerrar los ojos y lanzarse al otro lado del
océano, ¿acaso no es un acto de valentía? Escuchas al otro lado del teléfono
que tu hijo tiene un retraso motor y luchas por conseguir más dinero, por papeles para poder permanecer en un país en
el que él podrá tener acceso a más recursos, a médicos, a un mayor número de
posibilidades para él. Tu ancla en este otra orilla, está en esa esperanza, te
asientas en ella, construyes otra vida,… ¡felicidades! Colombia es un recuerdo
remoto, un lugar al que volverás de vacaciones, cada cierto tiempo para ver a
tu padre, a tus hermanos, a tu madre, a tus sobrinos, a tus tíos,…
La emoción se asoma a tus ojos negros,
brillan con una luz radiante, primaveral al escucharme reconocer tu valor, tu
fuerza para luchar por tu hijo. Miras hacia el pasado y sabes que te queda
mucho camino por delante, lleva tres años aquí contigo, hace seis que tú te
viniste, y aún es pequeño, el tiempo pasa, sabes que necesita estimulación,
quieres más cosas para él, más atención de una logopeda, más horas de
musicoterapia, te vas a ir a enterar de un curso sobre psicomotricidad para
estimularlo tú en casa, llega y le pones deberes, quieres que seamos duras con
él, firmes, para que trabaje. Ya se acabó el tiempo en casa con la televisión
puesta y la soledad a cuestas, encerrado sin otro niño cerca. Ahora tiene una
hermana, Ana, con la que juega, y una madre que lucha por su primer hijo sin
descanso, acudiendo a médicos, buscando diagnósticos, recursos. Mientras el
fantasma de la culpa va deshaciéndose de las cadenas, y avanza nublando la
mirada que trata de acoger para compensar.
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