- ¿Pedir ayuda puede transformarse en una
culpa que nos doblega? .
- No, no podemos sucumbir ante esta
trampa, es la autosuficiencia, el orgullo mal entendido el que habla cuando te
escucho decir: - Me siento muy mal, culpable por haber llamado al timbre y
haber pedido ayuda, yo que nunca pedí ayuda en los años que llevo y ahora Paula
está con dos puntos en la ceja, …-
Pedir ayuda es lo único que nos salva de
caer en el agujero negro sin posibilidad de salir a flote, pedir, pedir, gritar
socorro, aunque no hablemos el mismo lenguaje, aunque la voz se la lleve el
viento y la ahogue el hormigón de la institución. Cada día los agujeros que nos
minan son más grandes si miramos a otro lado, cada día es más inestable el
equilibrio que podemos mantener, cada día es un día más, o menos.
Más cansancio, más asco, más
vulnerabilidad, más agresiones, más pánico, más pérdidas, más frío, más
aislamientos, más oscuridad, más tensión, más cicatrices, y menos paciencia,
menos esperanzas, menos fuerzas, menos alegrías, menos humanidad, menos compañerismo,
menor sostén, y un abismo profundo que
nos condena a flotar, como islas entre mares de vómitos, arcadas, heridas
lacerantes, sangre que corre por las baldosas, entre sudores fríos, y miradas
gélidas, que no se detienen que, sobrevuelan a toda velocidad hacia otros
horizontes, donde estar a salvo de esta realidad atrapada en una nómina.
Pidamos ayuda, toquemos timbre, gritemos,
defendámonos, esquivemos, tratemos de evitar la llegada inminente de las
carencias de una medicación sumada a las
consecuencias de una planificación poco eficaz,… y tratemos de habitar al menos
dos o tres por isla, para no dejarnos caer en la deriva del absurdo, en el caos
del autoritarismo que reina en los desórdenes emocionales.
No hagas oídos sordos, mañana puedes ser
tú, puedo ser yo el blanco de una agresión.
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