FEZ
Los oficios siguen
poblando de vida la medina de Fez. Más allá de
su historia de intercambios internacionales en su Universidad al
Qarawiyyin, la medina sigue escondiendo secretos y tesoros.
Atrás queda aquella
borrachera de chilabas y bigotes que veía tras mis gafas empañadas por la
lluvia. Hoy luce el sol radiante, el cielo está azul. Oficios que te adentran
en la vida de antaño donde las manos eran esenciales. Contemplo las
herramientas que configuran bellos brocados, en tinte adecuado para los
pellejos que se transformarán en bolsos, babuchas, cinceles que inmortalizarán
los noventa y nueve nombres de Alá sobre el mármol, las vetas de cedro que
serán transformadas en armarios, mesillas talladas que sostendrán la bandeja
del té y los dulces de las confidencias.
El hamman Mernissi y la henna sobre la
cabeza nos transforman en dos locas extranjeras que no tienen paciencia para
dejar que la henna suba el color en su cabellera mientras charlan, toman té,
escuchan música con las amigas, descubren artes amatorias,… estas locas siguen
con su periplo sacando fotos medina arriba y abajo ante el asombro de los
hombres y las risas de las mujeres. Sin duda esta sería una noticia que le
contaría el carnicero a Fátima.
Fez ya no es aquel
espacio desbordante, inabarcable donde no era posible encontrar la salida y los
niños de apenas seis años acababan sacándome por unas monedas, ya que no sabía
salir de aquel laberinto en el que acababa en un callejón, frente a una puerta
cerrada.
Ahora son las
mujeres las que mendigan monedas. Ya no es aquella inmensidad desbordante, pero
mágica. Ya que los yins siempre han
venido a mi auxilio en esta ciudad hermosa, antigua donde los deseos se
encarnan y todo es posible.
Fez, capital
religiosa, Fez y sus madrasas.
Fez, con su color
azul que dibuja los bordados, las cerámicas, los versos del Corán que me traje
hace veinte años en un cuenco de barro.
Fez, la de los
brocados azules.
Fez, con sus
tejados verdes y llamadas a la oración recorriéndola.
Fez es el cedro que
te abraza y te rescata de tus miedos.
Fez es el centro de
la magia entre el azul y el verde, entre la pureza y el mestizaje.
Fez por fin me
acoge, no me devora y me escupe sino que me adentro en su medina y por primera
vez me siento como en casa.
Fez abre sus
secretos desde las fuentes, a los caravasares, desde la humedad del Hamam Rihab
el Madina de su sala más caliente.
Fez te obliga a
descubrir lo que hay en tu corazón cuando la brújula se rompe e intuyes que
desciendes por una de las dos calle principales tras atravesar la puerta Bab
Boujloud y en los callejones anexos las viviendas silenciosas serpentean hasta
conducirte más cerca del Mausoleo, a otra calle en la que te reencuentras con el
aguador que te conduce al hamam para
quitarte la henna.
Alimento el sueño
de volver a su medina, y disfrutar de la música andalusí en sus noches suaves
donde la brisa me recuerda la brisa de mi tierra, en el norte, en Asturias.
La medina es un
laberinto en el que me reconozco enfrentándome al minotauro, en el que sigo el
hilo de Ariadna que me lleva al centro. Recorro sus callejones, y cada vez me
siento más cerca de entender el entramado de este espacio que antaño me pareció
imposible de recorrer, inexpugnable, hostil.
Ahora, recuerdo
sonrisas de niños, hombres, mujeres, sonrisas cómplices y generosidad.
Fez me invita a
mirarme en el espejo, a atravesar el umbral del sueño, a subir a sus azoteas y
seguir las huellas de la tía Habiba. El alma de Fátima está aquí y me susurra:
la herida de los árabes es el tiempo. Ese tiempo que discurre de forma tan
diferente. Ese reloj que sigue la esquizofrenia del latido del corazón y el
ritmo de la tradición junto a la modernidad.
Fez es la ciudad de
la niña que vende cigarrillos sentada en un taburete en la medina y charla con
dos extranjeras que lleva
n la henna en su pelo mientras comen un tahin.
Fez, la primera
ciudad con hospital psiquiátrico, Maristan Sidi Frej.
Fez y el zellig que decora el interior del riad, sus suelos, paredes generando una
atmósfera floral en la que está vibrando el sonido del laúd, de la voz profunda
de Oum Kelsoum, y de Fairouz rasgando el cielo de las noches de Beirut mientras
la mirada se pierde en el cuadrado estrellado que cubre el patio, o la voz de
Amina Alaoui recitando el poema sufí de Ibn Arabi:
“Tomate tiempo para:
pensar, pues de la fuente del poder,
jugar, pues es el
sendero de la perfecta juventud
viajar, pues es de
las experiencias más excitantes,
rogar, pues es el
poder más grande sobre la tierra
querer y ser
querido, pues es un privilegio divino
la amistad, pues es
el camino para la felicidad
reír pues es la
música del alma,
dar pues es
demasiado corto el día para ser egoísta
trabajar pues es el
precio del éxito
la caridad, pues es
la clave del cielo
y el cielo o
empieza aquí en la tierra o no empieza nunca.”
Fez y su perfume
sólido a jazmín como regalo para Hanzada desde el corazón de unas mujeres que
te miran a los ojos.
Hoy entro en el
Mausoleo de Mulay Idriss II descalza, con los brazos cubiertos pero me expulsan
por mi indumentaria que rebela que no soy muslim.
Las alfombras rojas en las que descansan las mujeres y comparten comida no son
las que me expulsan, las alfombras me llevan a buscar un hueco libre pero llega
el guardián y nos echa.
No me dejan ofrecer
mis respetos al fundador de la ciudad que me concedió el deseo que le pedí, ayer
cuando metí unos monedas en la ranura de bronce enmarcada en la estrella de
ocho puntas que hay en uno de los laterales de la puerta principal. Pero
volveré sabiendo recitar la Sahada
para poder romper esas fronteras entre musulmanes y no musulmanes, como dos
categorías civilizados frente a bárbaros, cristianos versus bereberes.
Mi alma es amazigh.
Fez y sus colinas
es mi Roma, mi Meca. Fez es el lugar al que peregrinaré y volveré, inchalá.
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