RISSANI
Rissani el mercado del sur, donde aún es posible ver cómo
venden las ovejas, las vacas, las cabras. En la explanada contemplo los burros
atados a una piedra por una de sus patas con una cuerda de no más de
veinticinco centímetros para impedir que se peleen con otros. Permanecen de
pie, estáticos aguardan, bajo el sol que empieza a apretar, el regreso de sus
dueños con las compras realizadas que llevarán en sus alforjas de tiras de
plástico tejidas con las cintas de embalajes. Todo se recicla. Algunas siguen
siendo de hojas de palmera entrelazadas, con paciencia. Lo tradicional se
entremezcla con las huellas del mundo moderno. Pero aquí, no es más que una
ligera pincelada esa globalización que nos uniformiza cada vez más rápido. En
el mercado cubierto por las palmas entre el claroscuro los puestos de frutas,
verduras, carne, pescado, van dando paso a los de especias. Las especias con su
paleta de colores, y los olores que se entremezclan generando un ras al hanut en
la atmósfera… entrecierro los ojos y reconozco, el anis, el comino, la menta,
la canela, el jenjibre, … La mirada se posa sobre la piedra de alumbre, las
tiras delgadas de azafrán, el pimentón, la henna
verde pistacho y verde más terroso, los frasquitos con el khol, el lápiz de
labios de amapola. Cúrcuma contra las inflamaciones en las articulaciones, khol
para que la mirada de las mujeres sea más profunda y evitar las infecciones
oculares en los niños, un ras al hanut
con másd e cuarenta especias especial, henna para teñir el pelo, gassoul para que la piel brille tras un
hamman con una suavidad que prolongará las caricias, ginsen para despertar y
sostener el deseo de los hombres y las mujeres, eucalpito para los resfriados,…
Todas las dolencias encontrarán el eco del alivio en este espacio. La sonrisa
del vendedor, su sorpresa ante mi reconocimiento de las especias le fascina y
me ofrece trabajo aquí, una vez que despliego mis conocimientos con un grupo de
compatriotas que observa y compra más de lo que necesitan.
Los tejidos de los amazig con sus medias lunas y estrellas
en el fondo y los colores amarillentos, terrosos para mostrar las dunas, los
caminos de la vida en este desierto donde están las raíces del corazón. Lejos
del ruido, de las distancias concretas, un latido muy profundo y vuelvo a
sentir la alegría de la libertad, del descubrimiento de la inocencia, de las
ilusiones que reverdecen.
Perfumes sólidos de almizcle, ámbar, jazmín te envolverán
desde las muñecas.
El herrero afila sus hachas, sus cuchillos, el yunque al
sol, los carpinteros lijando las maderas para hacer camas, armarios, los cafés
con los hombres sentados tomando el té y charlando mirando hacia la calle desde
los arcos del edificio que cobija de ese sol abrasador, denso. Las mujeres
atraviesan la calle a paso ágil envueltas en sus niqabs, camino de la tienda de
telas donde cobrarán el tejido para el próximo caftán que estrenarán en la
fiesta de cordero.
La vida transcurre lentamente. Los niños tratan de sacar
unas monedas llevando las compras en su carretilla de metal hasta los coches.
Algunos solo recibirán lágrimas e indiferencia tras tirar por las mercancías y
cargarlas. Aún su infancia está a flor de piel y la rabia la gestiona con
lágrimas mientras algunos adultos se
muestran indiferentes y no se inmiscuyen.
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