-El atardecer está
próximo y desde Merzuga salimos en el todoterreno rumbo al desierto pedregoso.
Las huellas del Dakar quedan atrás e Idir toma rumbo al sur, siguiendo las
pistas de piedra que él conoce y que para los extranjero están vedadas ya que, no conoce estas
colinas pedregosas por las que antaño debieron de discurrir ríos, crecer
frondosos palmerales, correr rebaños de gacelas que recorrían las colinas y
bajaban al río a beber al caer la tarde.
Es fácil imaginar estos parajes ahora desérticos ardientes, cubiertos de
vegetación, de gacelas, de serpientes, peces nadando en el río y a la orilla de
ese océano que iba retirándose, tras contemplar los petroglifos sobre las rocas
negras, parduzcas.
Idir hecha agua sobre las rocas, y se vuelven más oscuras,
el negro contrasta con el blanco de los trazos que hace siglos y siglos alguien
trazó en esta escalinata que te lleva la cumbre de la colina.
Desde la cima se contempla la planicie, el lecho del río
reseco. La energía es tan intensa, tan vivaz… el viento agita mi pañuelo, lo
extiende, ondea, como si se desplegaran las peticiones de antaño para que las
diosas nos den buena caza, para que
llegue la lluvia a tiempo, para que la cosecha de dátiles fuese abundante, una
gacela de patas anchas, grande para alimentar al grupo, un pez como ofrenda,
una serpiente como talismán.
Los ecos de los primeros viajes están aquí. Desde estas
colinas contemplar la caza, sus movimientos, y dar las orientaciones a los
cazadores más avezados para que logren capturar la mejor presa. Los cielos
estrellados con las rutas hacia el norte son los primeros mapas. La luz es tan
reveladora, es devorada por las rocas negruzcas, pardas. El hilo de la vida
comenzó a moverse aquí, en este valle. Aquí rodó el hilo rojo que el viento
llevó al norte y comenzaron las migraciones al norte, siguiendo la búsqueda del
agua, pero sabiendo que el camino de ida entraña un camino de regreso. Estamos
volviendo, desandando el camino.
Me siento como si volviera a casa. Lanzo al aire el
pañuelo blanco con mi plegaria de gratitud y de esperanza. La felicidad es
caminar y no es llegar a una meta, sino caminar siendo consciente de cada paso.
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