El silencio de la noche en las dunas relaja y las
estrellas juegan al escondrite esta noche, porque las nubes son arrastradas por
el viento tórrido que las remueve.
Los recuerdos del Dakar se alborotan y la sensación de
libertad de los territorios por recorrer borra todo lo que dejas atrás, ya no hay
nada, no piensas en la familia. Solo existes tú, la arena, la moto sobre la que
recorres esta ruta, los kilómetros que debes recorrer hoy no son más que un
número que tampoco tiene relevancia. Estás tú y la libertad del camino, de
avanzar hasta el límite de tus fuerzas, la frontera con la civilización se
mueve, parpadea. No hay tiempo, todo se desvanece, recuerdos, pasado.
Es el eco de las tribus primitivas, nuestra memoria
ancestral que se libera cabalgando sobre la moto. Es la huella de las sendas que
transitábamos tras la caza, siguiendo a los animales salvajes de los que
dependíamos para vivir.
Nos hemos asentado y hemos llenado nuestra mente de
compromisos vacíos, de miedos, de esperas interminables, de proyecciones hacia el pasado, hacia del futuro
mientras el presente se escurre como arena entre los dedos. Nos olvidamos de la
lección más importante:
-
Compartir es vivir.-
Aislados cada vez más solos perdemos el sentido. No hay
orden. No hay un lugar para nosotros en cada etapa de la vida, el caos reina y
nos confunde.
El aire no cesa, solo queda esperar con paciencia, disfrutar
de su caricia, y dejarnos llevar, confiar. Tras la tormenta llega la calma, brotan
las estrellas y veo caer una fugaz, pequeña, lejos, muy lejos. Los tambores y
su eco me acunan y me duermo.
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