HAMMAN
El ritual del hamman sigue siendo el mismo. Te da una
sensación de continuidad en ese tiempo sin tiempo. Esa sensación de vivir los
límites el cuerpo a través del tacto, de la piel que es acogida por el vapor en
la penumbra, por el agua caliente que cubre tus poros y poco a poco pierdes la
noción de dónde acaba tu cuerpo. Eres bóveda, arco, fuente, jabón negro
deslizándose por los recovecos de las pieles morenas. El guante y la presión
con que te despojan de la piel muerta vuelve a llevarte a las fronteras de tu
cuerpo, a los contornos de tus senos, brazos, vientre, espalda, caderas,
glúteos, piernas, pies, cara. El olor de los olivos se entremezcla con el gassoul y con la henna que se va ablandando sobre tu cabeza y te permite trazar
sobre el mármol los mensajes cifrados de tu corazón, los mapas de los tesoros
que guardabas y por los agujeros del techo de la bóveda se cuelan los haces de
luz que, van marcando las sombras que van haciéndose más alargadas. Los
calderos de agua chocan sobre los azulejos del suelo, suenan a hueco. El eco
del chorro de agua de la fuente se vuelve cascada cuando golpean la pared y
entra más agua para llenar la fuente con agua fría. Agua que lanzan sobre la
cabeza para que dejes de diluirte en este espacio en el que cada oquedad te
devuelve al placer de estar dentro del útero, de estar jugando y vivir el
momento presente de la forma más absoluta y plena.
Las mujeres me miran
de soslayo, sonríen, tumban a sus hijos sobre sus regazos y frotan sus piernas,
sus nalgas con fuerza, mientras ellos boca abajo se adormecen, miran y les
llama la atención mi piel blanca. Jóvenes, niñas, adolescentes, ancianas buscan
más agua tibia para eliminar sus pieles muertas. Conversan. Se prestan jabones,
la cuchilla con la que rasuran sus pantorrillas, su pubis, axilas y de vez en
cuando la masajista vadea aguas calientes y frías para arratrar
los restos de
cabellos, jabón, gassoul, henna hacia el sumidero.
Se sorprenden
gratamente cuando me niego a salir y quiero quedarme un rato respirando el
vapor, observando las huellas que la vida marcará en nuestros cuerpos. El ciclo
de la vida se escribe en los cuerpos de estas mujeres que juntas de lavan,
muestran sus cicatrices, sus carnes cuelgan con el paso del tiempo, de los
partos, al lado de los pechos nacientes de las adolescentes se elevan y no
sienten vergüenza alguna. Erguidas caminan con naturalidad, muestra sin tabúes,
ni prejuicios sus cuerpos desnudos.
La piel cobra una
tanto sedoso, suave y la ropa se desliza por ella como una caricia. La más
ligera corriente de aire que entra desde la calle te hace sentir la necesidad
de cubrirte para no resfriarte. La frontera de tu piel es otra, más flexible,
permeable, sensitiva, olorosa y el cuerpo entero reclama un té con hierbabuena
y tumbarse relajadamente a disfrutar el olor a henna, olivas y unas gotas de jazmín que te echaste en las muñecas
y en el cuello se expandan y te embriaguen.
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