Los clientes llegan
en los vuelos y una vez que atraviesas la puerta exterior del aeropuerto ya no
es posible volver sobre tus propios pasos para buscar a tu guía. El hilo de la
vida te lleva hacia el exterior, hacia un destino luminoso. Los círculos del techo
de la termina desde la que la luz juega formando sombras inspiradas en el zellig se forman sombras y haces de luz
sobre el suelo.
Marruecos es un
viaje en el que las resistencias se tambalearán. Tus sentidos se agudizarán. La
magia de las vibraciones sutiles que resuenan en tus memorias ancestrales te
hará desear volver, la intensidad de los paisajes, sus colores, el
contraste con los claroscuros, las
vivencias en las que la hospitalidad te rodeará hasta que conectes con la
esencia de tu humanidad.
Un mundo poliédrico
donde puedes conocer la diversidad de las formas de vida que abarcan el abanico
desde las atmósferas que describe Mohamed Choukri, a las que narra Fátima
Mernissi y las que revelan desde el otro lado del océano Leila Slimani o
Mohammed Taia.
La realidad es tan
compleja, diversa y la máxima que reza es haz lo que quieras pero con la máxima
discreción. – Lo que vives en el
desierto se queda en el desierto.- Con
discreción se saltan las normas que prohíben los dictados de la piel guiando a
los jóvenes y no tan jóvenes a lugares apartados, amparándose en el oscuridad.
Una oscuridad en la que los destellos del hornillo en contacto con la llama del
mechero quema el kif kif. Kif, kif para
relajarse, para contemplar, para evadirse de las carencias que son cada vez más
acuciantes en la esquizofrenia que va calando en los jóvenes que olvidan sus
valores tradicionales por los espejismos que llegan a través de los móviles, de
las parabólicas, de los silencios de los compatriotas que regresan cuando las
cigüeñas se van, con sus coches cargados de regalos y colman sus horizontes
vitales con cosas que pueden ser adquiridas con dinero pero que no proporcionan
más que malestares y frustraciones.
La verdadera vida
está en los beduinos, en los tuareg, en los amazighh, en este pueblo nómada que
no se apega a las casas, sino a las vivencias de compartir la grandiosidad
de la naturaleza y activar parte de ella como elemento que representa el
equilibrio y a merced de sus dictados, de los cambios en las estaciones
levantan sus jaimas, libres y con la mirada limpia en sus ojos puedes ver el
universo en equilibrio, moviéndose.
Responsables de sus
familias, clanes amplios que abarcan a tantos miembros que sin duda los
acontecimientos familiares como una boda son encuentros donde se marcan los
hitos del calendario. Los números son un dibujo, no hay esa dominación de una
edad determinada para hacer o no hacer. El tiempo se mide a través del reloj
interior que el corazón marca, con sus
pálpitos el momento de casarse, de irse con los amigos a descubrir mundo, el de
tener hijos, el de alejarse a descubrir la identidad propia frente a los demás, de partir y de volver. En europa
tenemos relojes aquí tienen tiempo.
Aprendes a
descubrir lo oculto tras un periodo de observación porque esa es la mayor
fuente de aprendizaje y el encuentro con los musulmanes, con los judíos, con
los turistas, con los ateos, con los cristianos te aporta una amplitud tan
amplia como tu horizonte de dunas y estrellas. Cantas, cantas para no olvidar
tu lengua para seguir salvaguardando tu identidad, la de un pueblo que escribe
en sus alfombras, en las joyas de sus mujeres, en sus ropas, en sus tatutajes
su historia y en sus canciones reviven y de inmortalizan las heroínas, las reinas como Lalla Fadhma,
Dhiya, Tibiabin, Tamanante, Tin Hinan, Andamana.
Ondea tu bandera al
viento arifi, inflamada por los aliseos, el azul se expande como el océano y el
mar mediterráneo, el verde que representa la tierra, el amarillo como símbolo
de la arena del desierto y en el centro de la bandera en rojo la letra Yaz en
amazigh que representa al hombre libre y feliz.
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