Las montañas están siendo oradadas por la pólvora. Los
carriles se ensanchan y mientras el tráfico no cesa. Al borde de la carretera
aguardan sentadas sobre las rocas mientras hablan por el móvil que mantiene
lazos de comunicación y poder entre los jóvenes, los adultos, entre las madres y los hijos, entre los
hombres, permanentemente conectados…
Las vísceras del titán están siendo rasgadas y despertará
Atlas, se levantará de mal humor y las tormentas se volverán más virulentas.
Extrañará los cedros frondosos que cubrían sus axilas, extrañará los palmerales
frondosos. Los sueños profundos se ven perturbados por las excavadoras y las
voladuras. Ya no mecen sus sueños las oraciones, ni las ofrendas susurradas en
las casas encaladas en blanco de los morabitos que a lo largo de los caminos polvorientos que
serpentean sus curvas, adormecían su conciencia con el eco de los cantos de las
mujeres mientras lavaban las alfombras en los arroyos que atravesaban el
palmeral. Silencio que estalla con las explosiones. El adobe está siendo
sustituído por el cemento, el hormigón y el asfalto. Su furia se desatará pronto. Mientras el
viento sigue arrastrando la arena, rasgando grano a grano las torres de las kasbas, las paredes se
resquebrajan y las ventanas empiezan a enmarcar pedazos de cielo que deseo
tocar con la punta de las dedos, exprimir las nubes que pasan como naranjas
para beber su zumo dulce que trae abundancia y prosperidad.
Los asentamientos son cada vez más duraderos y ya no precisan la constante renovación de
las últimas capas tras sufrir los envates de las lluvias tras los deshielos de
las cumbres. Los nómadas ya no conducen rebaños de dromedarios, ni de cabras,
ya no viven en jaimas a lo largo ancho
de estas cumbres, sino que están confinados a habitar en las laderas de unas
montañas delimitadas por las carreteras que conducen a la estación de esquí,
donde las casas de asemejan a las casas que puedes encontrar en el Pirineo.
Ellos sobreviven malviviendo, olvidados por los sistemas políticos a los que no
sienten pertenecer. No les permiten moverse con sus rebaños y al llegar el
invierno se arremolinan, se encierran, se vuelven roca que aguarda a que pase
el duro invierno, hasta que llegue de nuevo el agua cristalina correr ladera
abajo. Los pastos reverdecen. Nacen los cabritos mientras las historias de su
pueblo se van quedando en la memoria de los más jóvenes hasta que llegue la
noche. Alrededor del fuego narrarán nuevas historias los más viejos.
La vida nómada está en manos de los emigrantes que van
hacia el norte siguiendo el flujo de las monedas, buscando las casas de las
cigüeñas que dejan en el otro lado de El Estrecho. Aquí los nidos están vacíos
y sienten sus alas crecer los más jóvenes. No son pájaros y siguen cuidando de
las palomas mensajeras en las jaulas que tienen en las azoteas. Mientras,
durante las horas más calurosas de día, el kif kif adormece y relaja la
angustia de las carencias, ausencia de libertades, de futuro.
Los cambios son lentos, llevan tiempo y cambiar las
estructuras de poder en las mentalidades, en las actitudes conlleva varias
generaciones. La vida aquí en el sur es tan distinta y tan común en las ansias
de felicidad en ambas orillas.
Casi todos sueñan aquí y allá con tener dinero como forma
de lograr sus metas vitales, casi todos quieren ganar mucho y trabajar
poco. La fantasía de no tener que hacer
nada, como si la contemplación fuera el antídoto contra la tristeza.
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