Volver a los
jardines Marjorelle y escuchar el canto al amor entre Yves Saint Laurent y Pierre Bergé. Rendir homenaje
a su memoria frente a la columna de piedra que recuerda a las columnas griegas,
bajo la que están las fechas y lugares de nacimiento y muerte de ambos. Un amor
que duró cincuenta años. Un amor que atravesó las puertas de la muerte llegando
más allá. Amor que se sostiene por la admiración, el respeto y la apoyo mutuo
en la construcción de un proyecto de vida común donde cada uno aportó al otro
lo que necesitaba para suplir los embates de los caprichos de la genialidad,
las consecuencias de los excesos de alcohol y drogas. Un amor que supo dar
espacios para expandirse, explorar, vivir y volver a reencontrarse.
Las huellas de este
amor están en estos jardines, recorrer sus sendas el bosque de bambú, los
cáctus, y descubrir entre los tallos de bambú el goce del frescor, la dicha de
detenerse y sentarse en el banco para contemplar y sentir la plenitud. Luego
llegan las palmeras, los helechos, y los cactus que se elevan aportando
memorias de sus innumerables orígenes que te recuerdan los aires mejicanos, y
entre ellos los nenúfares que florecen sobre el agua que atraviesa el jardín en
forma de fuente, de acequia y de estanque habitado por peces de colores,
anaranjados, blancos. La armonía es sublime, los rincones inesperados, la
belleza… Los dibujos de Yves a sus amigos a lo largo de los años irradiando
amor, love, desde 1970 a 2006. Y las sendas amazigh que le llevaron a Yves
Saint Laurent a descubrir el color en esta maravillosa ciudad, Marraquech.
En el Museo, al
lado recoge los elementos más destacados de este artista que nos dio el poder a
las mujeres vistiéndonos con los pantalones que sólo vestían ellos, sin
arrebatarnos la sensualidad, sin mermar nuestro erotismo, dando un aire de
misterio que se materializa en la imagen de Catherine Denueve presente en este
espacio que te invita a adentrarte desde el blanco y negro al abanico de
colores intensos que irradian sus trajes con influencias saharianas, amazigh,
españolas, subsaharinas. Música, maniquíes, fotos, complementos, trajes, videos
te llevan al universo que lleva el nombre de Yves Saint Laurent.
La atmósfera te
atrapa, te envuelve y entras dejando la luz radiante del exterior de la ciudad
roja, y entre las paredes negras, que siguen un diseño circular te encandilan
los diseños de su puño y letra con la selección de los tejidos para cada
diseño. Las imágenes de las portadas en Vogue, con esos vestidos que son una
homenaje a pintores como Picasso, y luego al girar la sorpresa ante esos
maniquíes de figuras femeninas de piel negra con sus trajes elegantes que va
desde su etapa con Dior en blanco y negro donde la elegancia es una esencia que
define su sello, te giras y te sientes fascinada por el color, esos diseños con
tintes bereberes, españoles, africanos, que parece que van a echarse a andar
con una presencia elegante, segura, radiante, sensual y preguntarte por una
localización, por alguien,… La mirada de Yves te sigue desde las fotografías de
este artista que supervisa la sala, y se sentiría orgulloso de esta muestra de
su universo, donde la música, los diseños, la forma de colocar los elementos
como los complementos que resaltan nuestra feminidad todo crea una armonía
grácil, etérea,… evoca el nido de las cigüeñas que sobrevuelan el cielo de
Marraquech.
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