El viaje se inicia
antes de emprender la carrera hacia el aeropuerto, mucho antes. Comienza al
pensar en la posibilidad de volver al sur, a mi sur, a Marruecos tras nueve
años de ausencia. Volver al azul intenso del cielo, a la luz intensa cálida,
acogedora de Marraquech. Pero esta vez con el tiempo persiguiéndome, sin
fuerzas casi para programar, para buscar lo que ansío y surgió la oportunidad
de un viaje privado. Algo nuevo, diferente y nos enrolamos. Como deseo el
desierto y los riads, como destino Fez, Marraquech, las gargantas del Dades, Quazarzate…
volver a sentir la arena anaranjada entre los dedos, rodar por las dunas…
Vuelvo sí, vuelvo quiero creer que estoy
volviendo con mi peor y mi mejor historia… No vuelves a vivir nunca con la
misma intensidad pero una regresa a los lugares donde amó la vida, donde sintió
el pulso de esos momentos que son eternos en las entrañas. Y así me dejé llevar
y en menos de quince días estaba sobrevolando los jardines de la Ménara,
sintiendo el calor envolvente cual caricia densa, y suave al mismo tiempo.
Una huella antigua
brota dentro de mi alma y va apoderándose de mi piel, a medida que mi mirada
iba posándose sobre el azul índigo de los hombres amazighh. Mis miradas de
deslizan sobre el ritmo africano que ha tomado el pulso de las noches de
Marraquech con sus músicos gwnuas, marcando con sus tambores el ritmo
trepidante ante el que no hay resistencia posible. Y empiezas a bailar, a girar, a danzar.
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