ABANICO DE ROSTROS CHINOS
La
grandeza de esta tierra se hace patente en las extensiones sobre las que
construían sus palacios, y hoy en la
altura que alcanzan sus rascacielos, tratando de alcanzar el azul del cielo que
esconden bajo esta densa capa de polución, que te lleva a sentir cierto mareo.
En sus calles la vida bulle, enérgica. Se entremezclan las imágenes de los
inválidos en la indigencia, con los ciegos que cantan mientras mendigan en las
escaleras del Metro, junto con los cochazos, y las familias comiendo en un
parque, disfrutando juntos de un día de vacaciones. Todo ello se mezcla con el
olor nauseabundo de ese tofu fermentado que te noquea, al doblar una esquina, y
te hace correr para dejarlo atrás. Comida que se prepara en cualquier esquina,
con la ayuda de unos carbones, comida por todos lados, a cualquier hora, comida
rápida que absorben con ayuda de los palillos, haciendo ruido, y se entremezcla
a veces con lágrimas en soledad.
La
China de los mil rostros, que se mezclan en las calles, entre mis fotos. Las
mujeres maduras bailando juntas en la acera de Shangai, entre las tiendas de
ropa hacen su coreografía en plena calle, con la música bien alta, al caer la
tarde, bajo las luces de neón que empiezan a encenderse, y así se mantienen en
forma. Y los hombres maduros, en las mañanas, van al parque a practicar taichi.
Juntos cantan fragmentos de Ópera en las calles de Xian. Hombres juegan al
maghong y a las cartas en cualquier rincón de la calle, en un sofá que han
sacado a la acera, y al doblar la
esquina estás frente a los centros comerciales, de cincuenta plantas, que no te
permiten ver como en esa misma manzana hay
edificios de tres plantas escondidos tras marañas de cables, viviendas
desde las que salen a fregar en una palangana con agua sus platos, sus fuentes…
bicicletas cargadas con bolsas repletas de plásticos, que triplican el tamaño
del hombre que las trasporta.
El
arte de la escritura lo practican sobre el asfalto de los parques, trazando con
un pincel y agua los ideogramas que representan los deseos, las plegarias, tal
vez alguna máxima de Confucio.
Los
jóvenes encadenados a sus móviles de última generación, recorren en metro
sus circuitos diarios, y marcan su
territorio con su cuerpo, aislando a sus chicas de la proximidad física de los
demás. Se transforman en escudos que cargan con sus bolsos, con sus compras y
las dejan confinadas en el espacio reducido que media entre la pared del metro
y su cuerpo. Allí siempre encuentran su mirada, y ellas escapan a través de sus
móviles, o tal vez conversan con ellos en diferido.
Hace
tanto calor en la calle, ellas se protegen del sol con sus guantes, pamelas, paraguas. Mientas ellos doblan sobre
el pecho sus camisetas varias veces, dejando sus panzas al aire, ombligos
refrigerados deambulan por las calles de Beijing, Shangai, Xian…
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