JARDINES
Se
agolpan en mi memoria diversas imágenes
de jardines, donde el equilibrio y la belleza de los sauces y los nenúfares
junto con las rocas renuevan la intensidad de sus colores, mientras la lluvia
torrencial cae y una voz se eleva alzando con ella mi alma. Sobrevolamos la
superficie del estanque y revoloteo como el aliento de los peces de colores que
se acercan la superficie sobre la que la
lluvia arrecia. Esa voz que cantando las andanzas de la bella Margot tejió
complicidades vuelve a brotar, clara, limpia, y será el eco que palpite al ver
las instantáneas de este jardín en la casa del Maestro de Redes en Suzhou y los
Jardines de la Felicidad Yuyuan en Shangai. Esta canción al limonero de Mozart
en la maravillosa voz de Naty estará ligada a estos instantes, bajo la lluvia,
en uno de los pasillos techados de estos jardines de Shangai. El equilibrio
entre los elementos que conforman este jardín, tiene el sonido de su voz y de
esta tormenta que meció a los sauces que lloran de alegría sobre las aguas de
las que emergen lotos.
Raíz
de loto, ese fue el regalo del novio chino a su novia cuando tuvo que dejarla y
emigrar. Una raíz de loto porque aunque se rompa en dos mitades siguen unidas
por unos finos hilos, así será el amor que une a estas dos personas de
duradero. Lotos blancos y rosados, lotos como semillas que dejamos en el camino
hace tanto tiempo… que ya la memoria solo alcanza a desempolvar una sensación
de familiaridad que me embelesó en la casa del maestro de Redes de Suzhou, en
el lago del oeste en Hangzhou, en el río Li, navegando bajo el sombrero de
paja, al ver los búfalos en las orillas y a las alacranes atados y con el
cuello rodeado por una anilla, que facilita la pesca y la recuperación de la
pieza al pescador.
El
río Li discurre majestuoso entre montañas, en las que imaginamos caballos y
vemos la estampa que aparece en los billetes de veinte yuanes con sus montañas,
el río. En las pinturas chinas trazan esas montañas que invitan a la
ensoñación, verdes, con formas
triangulares y bambús tienen su fuente de inspiración aquí en Guilin y en las
márgenes del río Li. Las balsas de bambú recorren el río, con sus vendedores de
tortugas, frutas…
Guilin
con sus arrozales a ambos lados del camino, acequias por las que el agua
discurre y entre el fango húmedo, el verdor de los tallos va dejando paso al
dorado que atesora los granos de arroz. Cerca de la aldea en las huertas los campesinos dejan sus
sandalias de plástico al borde la carretera y descalzos trabajan con sus
azadones. En el pueblo los hombres juegan a las cartas, casi a ras de suelo, y
las mujeres mayores aguardan la llegada de turistas para mostrarles su casa, a
un precio razonable. La casa con el suelo de tierra, sencilla, y sobre le
aparador no falta la televisión, un camastro de madera hace de sofá, de cama, y
de mesa, mientras una olla sobre la tierra aguarda… la ropa colgada de sus
perchas y las perchas penden de una cuerda en una pared, tras la cual está la
cocina, separada del resto de las habitaciones. No hay ni un libro. Parece que
cocinan en distintos fuegos, en latas con carbón, en una especie de cocina de
leña, y sobre un tazón restos de perro. Al otro lado de aquella estancia una
pieza hexagonal de hormigón de al menos un metro y medio de diámetro y en el
centro un agujero, en el que defecan. ¡Cuánta pobreza!
En el
centro del pueblo hay un hermoso árbol, un ginkgo sus ramas enormes se
extienden y cobijan los deseos de sus habitantes. Todos acuden a este árbol con
un mensaje en el que muestran sus deseos. Los introducen en uno de los pliegues
del tronco y aguardan a que los dioses se los concedan. Es un árbol centenario y mientras todos miran
su copa, mi mirada se queda atrapada en el as de corazones que pisa la guía.
Esa carta me estaba esperando. La guardo y antes de irnos de pueblo nos detenemos Naty y yo,
escribimos un deseo para dejarlo en el tronco del árbol y renovar la esperanza
de las ilusiones. La
complicidad germina.
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