TRECE TUMBAS DE LA DINASTIA MING
El
camino de las tumbas está custodiado por parejas de animales de piedra, que se
van sucediendo entre los sauces llorones, y la vegetación. El bochorno es
insoportable, antes de que arranque el conductor M, se baja y comienza a correr
poseído, como si alguien lo persiguiera. Con su bandolera cruzada, corre, y el
sudor le mueve el peluquín, nos adelanta y cuando nos detenemos nos dice que él
corre cada mañana en Madrid. El calor es sofocante y en el fondo de la mochila
las cartas que encontré en la muralla china se mezclan: siete de picas, reina
de corazones diez de diamantes, cuatro y diez de corazones. Los elefantes de
piedra y los camellos, los caballos nos acompañan en nuestras instantáneas para
terminar en la gran tortuga que sostiene sobre su caparazón las inscripciones
de los reyes de la dinastia Ming. Las
tumbas están en las colinas cercanas y no podemos acceder a ellas.
Los sonidos se mezclan, piying, con el chino
mandarin, hay doscientas noventa y dos lenguas que se encuentran con los
balbuceos de una nueva variante que trata de expandir M, otorgándonos un nuevo
nombre, así nacen Yoalin la mujer elegante, Sxié, nieve, y Meili la chica
bonita. Pekín se transforma en Beijing a medida que se viaje hacia el sur. Y
mientras el tibetano lucha por no desaparecer
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