JOTA DE TREBOL
Tras
el viaje en el tren bala (Suzhou 9:00 y a las 13:40 Shangai) dejamos la tierra del arroz y el pescado para
ir al mar, a Shangai. Hacemos nuestra última plegaria ante al Buda
de Jade blanco, será el último templo que visitemos y nos deleitamos con los
bonsáis, que separan unos pabellones de otros, las ofrendas de vivos colores
nos recuerdan el sabor fresco de esta fruta que hemos descubierto aquí, la
fruta del dragón, con esa pulpa blanca con pintas negras que se envuelve en una
piel rosácea, con escamas verdes y amarillentas que parecen pinceladas
expandiéndose para trazar un ideograma que expresa un concepto.
Las
nubes se vuelven densas y llueve sobre Shangai, el cielo encapotado nos lanza
una cortina de lluvia a través de la que vemos el Bund con sus torres, una con
forma de abrelatas, y hasta ahora la más alta de China con 420,5 m y 87 plantas la
Torre Jinmao, donde está trabajando Javier. Al día siguiente desde allí el
cielo estaba despejado y las nubes no nos impidieron ver Shangai como si de una
maqueta se tratase, antes de volver a estar en el suelo y mirar hacia arriba
sintiéndonos hormiguitas. Aurora es otro edificio que se asemeja a un gran
neón, donde los anuncios se suceden. El rojo de la torre de telecomunicaciones,
la Perla de Oriente llama nuestra atención, y en este Bund a la orilla del río
los negocios se gestan mientras los cargueros repletos de contenedores atraviesan
el río rumbo a Singapur, a Europa,… Volveremos a ver esta isla de rascacielos
iluminada en plena noche desde el barco, y las siluetas de cada torre serán las
líneas de colores con que dibujaremos en sueños estampas que se entremezclaran
con pagodas que se reflejan en las aguas de los lagos. Luces de colores, rojas,
plateadas, doradas, recorren los rincones, y los edificios emblemáticos de cada
ciudad, y así en la noche los paseos subiendo puentes y recorriendo veredas
eclipsan luz de las estrellas y la luna. Incluso iluminan las grandes
grutas con esas luces azuladas, rosadas
creando en el interior de la cueva espacios que aun se perciben con mayor
grandiosidad, e invitan a imaginar el sonido de la flauta de caña.
En
algunos rincones como Qibao se puede pasear en esas barcazas a remo, que
recorren el canal, bajo los puentes que comunican las dos orillas, y en las callejuelas entre los puestos de
comida, las chicas con sus trajes tradicionales se sacan fotos en los puentes
que cruzan el canal, los padres de familia cargan a su bebé en brazos, y
aparecen las casas de té donde los hombres mayores comentan las noticias y
cuentan leyendas. La vieja China convive con la moderna y futurista. En plena calle encuentro la jota de trébol
esperándome es la última carta de este viaje.
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