jueves, 6 de enero de 2022

La voz de la medusa


Los ojos tardaron unos segundos en adaptarse a los claros oscuros. En unos minutos el frescor apacible, ansiado me rodeó todo el cuerpo y me sentí como la flor recibiendo el rocío del amanecer. La relajación me embargó y entrecerré los ojos. El calor sofocante se disipó y el aire húmedo del subterráneo restauró el ritmo suave de mi respiración. El olor a humedad se fue abriendo paso mientras los claroscuros iban danzando ante mi mirada maravillada que perdía la noción de lo que está arriba y abajo en los espejos de agua en los que se reflejaban las bóvedas de crucería del techo. El eco de las aguas discurriendo por cañones me traía el crepitar de los carbones y sobre ellos la tetera salvaguarda la simiente de mil historias con las que se aligerarán las noches de luna, los atardeceres, los amaneceres silenciosos en los que las mujeres salen a recoger la leña con la que la avivar ese fuego con el que preparar el té para iniciar el día antes de que el silencio se rompa con la llamada a la oración.

Estaba en medio de ese ensimismamiento en el que los sentidos despertaban memorias antiguas, cuando mi mirada vislumbró la mirada de la medusa, boca abajo envuelta en el verdor de aquella humedad que velaba el rostro de la gran medusa, capaz de petrificar con su mirada a quienes se cruzasen en la trayectoria de su mirada. Boca abajo su poder se eclipsaba pero me susurró en una lengua desconocida para mí en aquel momento un mensaje, un anuncio. Entre el tintineo de las gotas que se caían de la superficie donde la vida bullía en las salas de los hamanes, en los zocos de las especies, en las aguas de las abluciones que se extendían por sus siete colinas. Entre gota y gota mi memoria guardó ese susurro y se quedó guardado en lo más profundo, durante años.

Años después fue al ver un vídeo de la cisterna de Mazagan volví a sentir aquellas sensaciones que tuve en la Cisterna de Estambul, y contemplar los haces de luz entrado caer sobre el agua y el círculo de piedra en el centro de las columnas que sostienen las bóvedas de crucería me vi a mi misma jugando con el agua en aquel lugar, danzando entre las gotas de agua que de se expandían desde la oscuridad a los haces de luz generando un clima lúdico, de risas, juegos, de reencuentros. Las luces indirectas de aquellos haces de luz generaban un laberinto de escondites, de rincones en los que explorar la humedad de las bocas que se reencuentran tras tantos años de búsquedas inciertas, y los ecos de las aguas se mezclan con las lágrimas y los restos de pólvora para salvaguardar ese instante en que te dejas atrapar y fluyes en la mirada del amado siendo la gota que inicia un nuevo río, un nuevo cañón en este oasis de rocas luminosas, cubiertas de yodo y sal marina. Entrecierro los ojos y escucho a la Medusa susurrar:

 - Irás a El Jadida, eso es nasib, destino.