viernes, 29 de diciembre de 2023
martes, 3 de octubre de 2023
Zambullirse
ZAMBULLIRSE
Esmeralda Vizcaíno
_ Me dijo que estaba guapa esta
mañana, y le di un beso.
_ Con este gesto mostraste el
camino hacia el tesoro, pero no supo seguir las señales, el hilo que le sacaría
del laberinto de la comodidad. Hay que olvidarse del reloj, sacrificar el desayuno, puede incluso que
perder el ferry y seguir la senda de
esas palabras silenciadas que brotaron al fin y de nuevo el muro fue franqueado
por ti, la indómita gacela.
Tendría que haber seguido y
haberte susurrado al oído: _ Estás tan hermosa...- Desataría un caudal de
caricias de tus manos, de tus labios. _ Tu risa rompe mis defensas.- La nariz
de ella se deslizó suave, a tientas
entre los pliegues de la nuez de su cuello que subía y bajaba, oscilante,
temblorosa mientras las manos se aferraban a sus hombros tratando de abarcar
los omóplatos con sus dedos muy abiertos. _ Eres una mujer tan misteriosa,
enigmática impredecible. Adoro tu espontaneidad, aunque a veces me dejas
perplejo. - Susurró él mientras ella recorría su espalda tranzando ramas de
palmeras cargadas de dátiles, abriéndose unas sobre otras. – Eres como la luna,
aunque desaparezca siempre vuelve a su plenitud. Y te espero para aullar en tu
plenilunio que te quiero.- Sus labios se besaron la uno al otro y viceversa,
unos besos jugosos, tiernos, lentos mientras se arrebujaron sus cuerpos en un
abrazo infinito. Entonces, antes de que el sueño les venciera fue él quien
comenzó a recorrer su cuerpo mientras ella murmuraba: - Soy el jardín, el eco del jazmín
lo encontrarás en mis senos. La flor de la almendra te aguarda en mi vientre.
Mi ombligo contiene el amlou, la fuente en la que hallarás el néctar que te
impulsará a seguir viaje en busca del preciado almizcle, entre las magnolias en
mis muslos… En las rodillas te aguarda un toque alegre de clavo ,mezclado con
la caricia dulce del cardamomo y entre los dedos de mis pies la canela te
renovará las fuerzas para recorrerme entera, a tu indómita gacela… Siguió el aroma
de aquel jardín entre los volcanes y los temblores que fue desatando a su paso,
mientras el olor a sal los envolvió sellando aquel encuentro nuevo, diferente
en el que aquellos cuerpos en los que podían trazar el mapa de los lunares,
manchas, arrugas, canas, cicatrices, estrías cobró una nueva dimensión. A
partir de aquel momento la forma en que ella mostraba el lunar de su escote,
cercano a su pecho era un mensaje para alimentar el deseo de reencontrarse con
un lenguaje inventado, nuevo, con un sinfín de códigos por establecer al alimón.
Cuando despertaron él le musitó
al oído: _ Echaba tanto de menos tus
dedos en mi pech… Toma mi corazón, ahí tienes tu hogar”- Entre roces ligeros y profundos los ecos habían llegado a reencontraros piel a piel.
En su alma se habría quedado gravado el sonido de ese te quiero, te amo con una
profundidad capaz de hacerte olvidar las ocasiones en que se encerró en su
Océano Glaciar Ártico, tan gélido, tan distante, tan inalcanzable.
Ahora estamos en el Mar, flotando
exhaustos, sin saber casi nadar, con una concentración de sal que nos permite
permanecer sentados en el agua y leer el periódico. Es aceitosa, cálida,
agradable al tacto, y las heridas cicatrizan a una velocidad que apenas nos da
tiempo a quitarnos el barro que nos cubre por completo. Me has traído a una
sanación en el Mar Muerto. Pero es un mar que no alberga vida, en esta tumba
líquida de aguas en las que arremansa el río Jordán, el río de las viejas
tradiciones, de plegarias antiquísimas, aguas para bautizar a reyes, aguas que
se arremolinan por debajo del nivel del mar, en la sima del Wadi Rum, aguas
quietas, silenciosas, sulfurosas, asfixiantes.
La miro a los ojos y en ellos
está el agua del Caribe, las cristalinas aguas de esas orillas donde es seguro
bañarse porque sus lechos son planicies blancas, cercadas por el arrecife donde encontrar
caracolas que susurran habaneras, poemas, confidencias, sueños, promesas,
añoranzas… Zambullirse en su mirada es perderse en el malecón al amanecer con
la brisa fresca, ebrio de esperanza e ilusión por transformar las miradas.
¿Dónde quieres zambullirte lo que
te queda de vida en el Ártico, en el Mar Muerto o en el Malecón?
sábado, 23 de septiembre de 2023
sábado, 2 de septiembre de 2023
lunes, 31 de julio de 2023
Granadas
Comenzaba el otoño y ya los dedos
de los pies estaban aprisionados en el interior de las botas, aletargados los
dedos aún trataban de vez en cuando de
estirarse y separarse cuando recordaban el tacto fresco de la arena mojada, la
caricia gelatinosa de las algas sobre las que se deslizaban haciendo que
perdiera el equilibrio y dejando que el sol besara las plantas de mis pies unos
instantes. Ahora estaba prisioneros entre los leotardos y las botas deseando
llegar a casa para descalzarme y corretear por el pasillo descalza mientras la
voz de mi madre me advertía: _ Ponte las zapatillas, no andes descalza, te
pondrás mala. Viene el catarro por el Naranco y ya lo agarraste tú. No andes
descalza. -
Ahora las granadas alborotan mi
melancolía, dejando un sabor aún agridulce en mi boca. Al menos he vuelto a
comerlas en el otoño como cuando era niña. Son el anuncio de la llegada del
equinoccio pero, me envuelve cierto toque amargo, salado que se va a mi
paladar, el amargor de las lágrimas que me evocan los años que no puede
saborearlas. Contemplarlas aquel año fue sentir el rugido profundo de un
silencio devastador, que minó la posibilidad de construir una vida juntos.
La última granada dulce,
espléndida la saboreé de las manos de mi habibi. Tras aquel encuentro
mágico en el que el cuerpo se deslizó suave y delicado para alcanzar la red que
tejimos con palabras, canciones, versos, relatos, y darle consistencia, darle
peso y hacernos sentir que era real. La proximidad, el calor del tacto, el olor
nos llevaron a encontrarnos uno frente a otro,
estrechar un lazo que rompió cualquier convencionalismo, las normas, las
leyes, los tabúes. De todo eso me doy cuenta ahora, con el paso del tiempo. En
aquellos momentos era una mujer joven, enamorada que no deseaba sentir si era
real lo que me generaban sus palabras susurradas en aquellas grabaciones,
escritas en aquellas cartas de su puño y letra. Y aquel deseo no se apagó ante
el roce de nuestra piel, de nuestras miradas.
Reconocerte fue un acto reflejo,
me bastó tu perfil a contraluz para sentir que eras tú quien estaba en el
umbral y levantarme. No distinguí tu rostro, pero sabía que eras tú y me
levanté. Tú llegaste con cierto temor, con respeto trataste de mantenerte a
salvo, tras las normas sociales de las que tú eras más consciente que yo en
esos momentos. Trataste de escabullirte de la intimidad que ansiábamos y yo fui
quien hizo saltar por los aires todas esas barreras cuando te dije: - La única
garganta que me interesa es la tuya, en el Dráa es donde están todos los que
vienen conmigo en la excursión y yo vengo a verte a ti. Vamos donde podamos
estar tranquilos.- Y el palmeral nos acogió, en aquel pueblo que pisábamos los
dos por primera vez.
Bajo el olivo nos sentamos y me aproximé a ti, inspiré tu exhalación
varias veces y fue como si te deslizaras por mis fosas nasales para enraizarte
en mis pulmones, mientras aquella mezcla de aromas, tu aroma, las olivas, mi
perfume, y aquel calor agradable hacían que te extendieras aún más allá
llegando a mi corazón para habitarlo. Fueron unos segundos que para mi fueron
tan largos, nuestras miradas se acariciaban como preámbulo a la caricia de
aquel primer beso tan lento, jugoso, tierno como el primer grano de la granada
madura. Cuando vi las granadas en el zoco y me preguntaste qué quería comer,
solo tuve ojos para la granada. Nos fuimos a buscar una sombra y me explicaste
que las normas sociales impedían que fuésemos de la mano, ya que solo los
matrimonios podían mostrar afecto en público, pero fue salir de alrededor de
las casas cuando en aquella carretera nuestras manos se entrelazaron llevadas
por la fuerza de un imán poderoso. Pensé: me soltará, pero no lo hiciste,
incluso cuando pasó un coche a nuestro lado.
Después te pusiste a partir la
granada y desgranarla con meticulosidad para quitar todas las pieles
amarillentas, en ese momento fue como ver a mi tía abuela allí sonriendo ante
nosotros, mirándonos con aprobación y alegría. Me ofreciste los granos sobre la palma de tu mano y los tomé con mis
labios, y mi lengua. Te estremeciste y me susurraste: - ¿Quieres matarme? – Y
yo seguí rozando con mi lengua las líneas de tu mano, metiendo los granos en mi
boca con mis labios. Estaba verde pero para mí no hubo otra más dulce.
Las granadas del año siguiente me
hicieron llorar con tan solo verlas y no pude ni tocarlas.
La asociación que hacemos entre algunas
frutas, olores, con personas, vivencias
es tan poderosa, tan voraz, nos esculpen el alma. Una granada que para mí era
un fruto hermoso donde estallaban los olores, las texturas, la paciencia, la
espera ansiosa por imaginar el placer que traía consigo el jugo de los granos en la boca, entre los
dientes, se iba tiñendo con el deseo de
las caricias, del amor, …. Tantos
significados para ese nombre, granada. Granada, el nombre de esa ciudad en la que desperté su
añoré por primera vez la llamada a la oración, ante la ausencia de las campanas
del convento con las que despierto. Granada la ciudad que se desparrama colina
abajo entre sus casas blancas, con patios en los que florecen los granados, los
jazmines, los naranjos, colmando el aire con olor de azahar. Granada que
alborota mi melancolía, mi esperanza de encontrar ese fruto entre tus manos, de
dedos largos, finos, fuertes, manos grandes, suaves, cuidadas, manos que saben
de la dureza de los campos, y de las madrugadas de duermevelas, de tintas
que entremezclan palabras con flores
secas, amapolas y caléndulas.
La granada fruto del árbol de Paraíso,
explosión de sensaciones, de olores y deseos que evocan mi nostalgia de ti, mi habibi,
¿serás capaz de devolverme ese resplandor que aceleraba mi corazón al ver los
granos de intenso rojo, apiñados esperando a ser desgranados y expandir su jugo
fresco, oloroso y delicioso entre tus labios?