domingo, 18 de diciembre de 2022

Recuerdos del hamman

 La luz del atardecer se adentró en la cúpula del hamman y mi mirada se quedó absorta entre los haces de luz, haces que se asemejaban al entramado de los alfombras, hebra con los que se entrelazaban nuestros destinos, hilos que iban tomando el peso y la opacidad del vapor donde se perdía la direccionalidad para recrear una atmósfera cálida, acogedora donde las formas se diluían y se respiraba el calor que abría las poros y expandía los pulmones mientras los hábiles manos de Fatma me despojaban de las pieles muertas y con la henna, el gassoul mi cuerpo volvía a sentir el contacto del aquí y el ahora con una intensidad que me colmaba de tal forma que no necesitabas imaginar, ni seguir soñando porque por fin estabas viviendo ese sueño. 

Llegaba a los baños y era el momento mágico que las generaciones de mujeres dialogaban con esa genuina alegría de la inocencia. La autenticidad se expande y cada mujer se despoja de sus ropas y frente a otras con naturalidad,  se muestra en su desnudez, sin tapujos, sin temores. Las risas siempre brotan cuando comienzo a tararear y me miran de arriba abajo. Les gusta mi piel blanca, mis redondeces, mis kilos de más son objeto de deseo aquí, y las risas generan puentes. El jabón y los cubos pasan de una mano a otra. Son horas para el placer propio en grupo, para recrear las escenas que permitan dar salida a situaciones conflictivas en el vapor. El relajo de los sentidos, la caricia sutil del vapor despierta memorias ancestrales, ecos de caricias en las que se eclipsarán los miedos y te liberaras de la parálisis. En el hamman una encuentra la fuerza que libera las fronteras entre tu mundo y mi mundo. En el hamman puedes liberarte de todas las ataduras, de todos los posos y encontrarte para alcanzarte desnuda, porque desnudas somos agua. Y el agua fluye, libre se transforma y nos lleva en un instante a otra parte, ya no somos río, ola, sino vapor, aliento que enciende la piel. Camino por las salas desde la más templada a la más cálida siguiendo el rastro del vaho, desde la nitidez de los cuerpos que se despojan de las ropas que quedan dobladas a buen recaudo en la sala fría, bajo la mirada protectora de la más anciana que sirve té y atesora la caja de metal donde guardan el dinero, a la atmósfera donde se desdibujan los contornos de la fuente, de los cuerpos. Deambulas erguida, las plantas de los pies siguen la calidez de las baldosas. La vergüenza no existe, mis pechos se balancean y atraen las miradas de soslayo pero no me incomodan ¿qué diferencias hay? Tonos de pieles muy diferentes, variados, marcas de los besos del sol en diferentes partes de nuestras anatomías, más caídos los pechos o más erguidos, despuntando o ausentes, los ciclos de la vida se deslizan aquí con suavidad, con honestidad. Pieles curtidas, pieles hidratadas, flácidas, tersas, arrugadas, ásperas, suaves,… somos las creadoras y en el espacio del hamman nos encontramos para curarnos, para que las heridas cicatricen, para aliviar los dolores del cuerpo y del alma. 

Los cubos se llenan una y otra vez para despojar al cuerpo de los restos del jabón negro, del picor de los ojos, de la espuma del gassoul y llevarse a su paso los restos de pieles, vellos y sinsabores hacia el sumidero. Los cuerpos se tienden y se estiran, crujen los huesos, las contracturas se deshacen al contacto hábil de las manos y los cuerpos que se vuelven rodillo, instrumento para la distensión. La henna cubre la cabeza, huele a limpio. Las arcillas, la henna envuelven todo el cuerpo y el calor es más suave, más ligero. Los pulmones se abren más, parece que los poros de la piel se abren y supuran las emociones que te estancan, las cargas que no son tuyas y se entremezcla con esa capa que el agua templada arrastrará lejos de ti en unos minutos, mientras respiras profundo y te dejas llevar por las imágenes que traen esos olores que evocan el jardín del ryad. Las risas se intercalan con susurros y las miradas de las mujeres mayores valoran los cuerpos de la futura esposa mientras las niñas juegan a lavar a sus muñecas como las bañan a ellas sus madres, masajeando sus cabezas, desenredando los nudos de sus largas cabelleras, frotando sus pies que han correteado por las polvorientas azoteas mientras las tías tienden la colada,

Cada vez hay más miradas altivas y desafiantes que ya no se someten a la selección de las futura suegra y recusan esta selección ya que no se sienten objetos, sino cuerpos que vibran, tiemblan, se estiran y danzan en la atmósfera cálida del hamman, sintiendo su poder como mujeres que encuentran en los tatuajes de sus abuelas sobre sus espaldas, sus pechos, sus frentes, sus barbillas la fuerza de las ancestras guiando sus pasos hacia la creación de su mundo, en el que ellas son las que deciden por sí mismas. Son las curanderas, las mujeres respetadas que saben leer en los elementos de la naturaleza la ley natural que marca el curso de los días y las noches. Sus cuerpos no pueden ser considerados objetos de deseo, ya no. Se sienten orgullosas de ser amazigh. Sus cuerpos son vehículos, son templos que deben cuidarse para que su sabiduría se expanda y cree una nueva realidad, lejos de imaginarios que proyectaron deseos masculinos sobre su desnudez y estos espacios prohibidos. Sus cuerpos cuando se dejan envolver por el viento del desierto, desnudos sienten el abrazo creador de la naturaleza, dándoles la fuerza creadora en su movimiento, en sus miradas, en sus canciones, en sus voces, en la caricia de sus manos, en forma de mostrar ese cuerpo que recorre las medinas, los zocos, dunas, wilayas y llegan a la orilla del mar desde donde se yerguen oteando horizontes nuevos. 



sábado, 23 de julio de 2022

Oviedo 2022

Comenzaron mis vacaciones y estuve paseando por mi ciudad sacando fotos durante varios días mientras charlaba con amigas y recordaba otra visión que hice de mi ciudad hace años, recordando cómo veía mi calle cuando era pequeña. 

Ahora vuelvo a escribir sobre mi ciudad, recordando momentos de adolescencia, de juventud y  observando desde el presente estos cambios que experimenta. Voy a compartirlos y espero que pronto pueda mostrar ese Oviedo del confinamiento también. 

Espero que os guste y os agradezco de antemano los comentarios que queráis dejar, Gracias



miércoles, 6 de julio de 2022

Madrasa Ben Youseff Marraquech


 

MADRASA

 

Los zellij verdes, negros, amarillos se reflejaban en el agua de la fuente del patio interior. La belleza del estuco ascendía por las cuatro paredes y el cielo se enmarcaba más azul desde allí.

Recorrimos las habitaciones de la planta baja, y entre claroscuros, una presencia nos invitaba a seguir adentrándonos en los reducidos cuartos, sin dejar ni uno por visitar, de los ciento treinta y dos. Era como si los estudiantes nos esperasen, alumnos jóvenes que aprendían los versos sagrados y las leyes coránicas recitando una y otra vez,  al compás de un balanceo constante.  En aquellas celdas con escasa iluminación nos parecía verlos sentados, en el escalón de la puerta, con los pies descalzos sobre el zellij,


buscando la redondez en aquellos cuadrados de colores verdes, negros, blancos y amarillos, compartiendo las confidencias alumbradas por las claraboyas. Mientras, en el piso superior los mayores recorrían los pasillos, encontrándose en las habitaciones centrales con el maestro, que les mostraría a los más despiertos, algún texto prohibido que hablase de las sultanas olvidadas, de Sitta al Horna, de Malika Qurtyba conocida como Sunh, sultana de Córdoba.

Horas de estudio y oración, plegarias hacia Alá, envueltos por su nombre por los cuatro costados,  giraban en noches de luna llena, sobre el mármol tibio de aquel patio y se sentían más cerca de la plenitud por unos instantes, hasta que perdían el equilibrio y las manos firmes de otro estudiante los sostenía entre risas y caricias.

En el corazón de aquellos pasillos la música brotó, barrió los rincones elevándose aquella Nana que vino del agua y volvía al agua purificadora, a mecer los sueños de aquellas almas estudiosas, que vivieron años de sacrificio en nombre de Alá. ¡Allahuakbar, Dios es grande!  La voz profunda de Cova se elevaba, envolviendo, acogiendo colmaba la estancia, cada oquedad del estuco, cada beta de cedro tallado, amansando, desterrando el desasosiego, liberando el deseo de ser hombre y mujer, compañeros en la vida, en su recreación.

La puerta se cerró y de nuevo estábamos en casa, éramos las dueñas de la Madrasa. Habíamos vuelto para liberar los deseos de obedecer a la naturaleza y vibrar al compás de aquella canción, que brotó para sanar la Tierra. Con ella curamos el dolor del sacrificio, por las renuncias realizadas en aras del estudio. Sentimos el amor por el saber como regalo, como vía para ser más humanos, para salir de la cueva  a la luz, desde el agua cálida del patio, desde la magia de los mosaicos que desde el barro glorificaban y reflejaban nuestros rostros, borrando los miedos, los caminos errados y nos devolvían al placer de caminar descalzas, de mojar las piernas, jugar con el agua y celebrar sentirnos integrantes de una gran familia, la humanidad, sin velos, sin fronteras que nos distanciasen. Cantamos, cantamos y la Madrasa hizo suyo nuestro canto. Al amparo de la luna los estudiantes repiten esa canción con gratitud, como plegaria, como profecía: - No hay espacio para el dolor, somos gente de luz. -

La llave se gira y abren la puerta exterior. Disculpas, abrazos, risas, los nervios afloran, y tranquilizamos al guarda. Tres mujeres encerradas en la Madrasa, suceso insólito para algunos. Para nosotras fue acudir a la llamada de esas generaciones de hombres jóvenes que lucharon contra sí mismos para seguir estudiando y necesitaban encontrar el sentido a su sacrificio. 

lunes, 27 de junio de 2022

El Beso

     Carmín para iniciar el día, entre prisas y fotocopias unos segundos para devolver un guiño de complicidad - ...entre ese montón de cosas no me enteré de que: El lugar más bonito del mundo, era para mí.-  - Ya lo sé-. Después, un abrazo y un beso tierno, tan cálido, tan lindo que no pude borrar las huellas de ese rojo pasión de mi mejilla, sentí que no debía de hacerlo..

¡Cuántas preguntas me abordaron en ese día!. ¿Qué tienes ahí?, ¿quién te ha mordido?, ¿quién te pintó?, ¿quieres un clinex?, ¿te dio un beso una niña en el ensayo de la función?, ¿te han besado?.

Y ¡cuántas fueron las miradas a hurtadillas, los ojos que evitaron el reencuentro con las huellas de un beso?. Fueron muchas más los ojos que los interrogantes. Y sólo un príncipe de cuatro años me dijo: - Fue Consuelo quien te beso ¿verdad?.-  Afirmé con la cabeza y recordé la mirada de Cuen al regalarme el único beso de aquel año.

¿Por qué es tan inquietante un beso?. ¿Cuál es el poder del beso?. Este ha sido el beso más inquietante, provocativo y tierno que me recibido y conservo en mi álbum de lenguajes auténticos.

 

jueves, 6 de enero de 2022

La voz de la medusa


Los ojos tardaron unos segundos en adaptarse a los claros oscuros. En unos minutos el frescor apacible, ansiado me rodeó todo el cuerpo y me sentí como la flor recibiendo el rocío del amanecer. La relajación me embargó y entrecerré los ojos. El calor sofocante se disipó y el aire húmedo del subterráneo restauró el ritmo suave de mi respiración. El olor a humedad se fue abriendo paso mientras los claroscuros iban danzando ante mi mirada maravillada que perdía la noción de lo que está arriba y abajo en los espejos de agua en los que se reflejaban las bóvedas de crucería del techo. El eco de las aguas discurriendo por cañones me traía el crepitar de los carbones y sobre ellos la tetera salvaguarda la simiente de mil historias con las que se aligerarán las noches de luna, los atardeceres, los amaneceres silenciosos en los que las mujeres salen a recoger la leña con la que la avivar ese fuego con el que preparar el té para iniciar el día antes de que el silencio se rompa con la llamada a la oración.

Estaba en medio de ese ensimismamiento en el que los sentidos despertaban memorias antiguas, cuando mi mirada vislumbró la mirada de la medusa, boca abajo envuelta en el verdor de aquella humedad que velaba el rostro de la gran medusa, capaz de petrificar con su mirada a quienes se cruzasen en la trayectoria de su mirada. Boca abajo su poder se eclipsaba pero me susurró en una lengua desconocida para mí en aquel momento un mensaje, un anuncio. Entre el tintineo de las gotas que se caían de la superficie donde la vida bullía en las salas de los hamanes, en los zocos de las especies, en las aguas de las abluciones que se extendían por sus siete colinas. Entre gota y gota mi memoria guardó ese susurro y se quedó guardado en lo más profundo, durante años.

Años después fue al ver un vídeo de la cisterna de Mazagan volví a sentir aquellas sensaciones que tuve en la Cisterna de Estambul, y contemplar los haces de luz entrado caer sobre el agua y el círculo de piedra en el centro de las columnas que sostienen las bóvedas de crucería me vi a mi misma jugando con el agua en aquel lugar, danzando entre las gotas de agua que de se expandían desde la oscuridad a los haces de luz generando un clima lúdico, de risas, juegos, de reencuentros. Las luces indirectas de aquellos haces de luz generaban un laberinto de escondites, de rincones en los que explorar la humedad de las bocas que se reencuentran tras tantos años de búsquedas inciertas, y los ecos de las aguas se mezclan con las lágrimas y los restos de pólvora para salvaguardar ese instante en que te dejas atrapar y fluyes en la mirada del amado siendo la gota que inicia un nuevo río, un nuevo cañón en este oasis de rocas luminosas, cubiertas de yodo y sal marina. Entrecierro los ojos y escucho a la Medusa susurrar:

 - Irás a El Jadida, eso es nasib, destino.