sábado, 10 de mayo de 2025

Retorno & Re torno & Re horno

 Volver a los lugares donde amamos la vida como dice el bolero, quimera inalcanzable. Volvemos sobre nuestros pasos, ansiando recuperar la calidez de aquel instante y nos encontramos con los cambios implacables. Ya no reconozco las calles de Erfoud... ¿Dónde están las casas de planta baja?  ¿Y los horizontes abiertos ciento ochenta grados? 

Ya solo en mi memoria sigue palpitando aquel cielo estrellado que contemplaba flotando en mitad de la piscina, una piscina enmarcada en las copas de nísperos donde las chicharras no cesaban de cantar. 

Ya solo en mi interior permanece aquel muchacho, Sabri que nos condujo entre zanjas hasta la escuela donde en la escalera que conducía a la azotea por la que se colaba una bocanada solar que besaba las sandalias desperdigadas sobre los escalones y creaba un claro oscuro nítido, que se grabó en mi mirada. Me parece percibir hasta las motas de polvo suspendidas en aquella luz intensa.  En unos minutos el negro fue aclarándose y delante de la puerta pintada de azul celeste, dejamos los zapatos al lado de otros, y nos adentramos en aquella habitación de paredes verdes, sobre el suelo la esterilla y en el mueble medio desvencijado de madera pintada de azul había un radiocasette. Nos sentamos en la esterilla y apareció la maestra con un cojín, un pañuelo que extendió sobre él y comenzó a ponernos la henna en la mano,  me dibujó distintas pìeles de animales, la cobra, la serpiente, para que tuviese coraje, fuerza, valor y el árbol de la vida sobre el antebrazo para que la baraca, las bendiciones no me abandonasen. Tomamos té y unos dátiles que nos sirvió. La música nos arrulló y bailamos en aquel salón, celebrándonos. Sobre el alféizar de la ventana un cuaderno abierto apoyado en la reja con sus ejercicios a varios colores, ordenado, limpio, un cuaderno impecable. 

Una tarde inolvidable en aquella antesala del desierto que guardo en mi memoria. Vuelvo a ese enclave y aquella casa encalada en blanco por fuera y verde por donde no la encuentro. Me reciben las frondosas palmeras, la luz tamizando los atardeceres, la belleza del contraste de los ocres del adobe con los azules sólidos del cielo.

Mis cuadernos se han poblado de palmeras siempre, palmeras en blanco y negro, violetas, rojas, anaranjadas, palmeras y más palmeras como refugio frente al aburrimiento en las aulas cuando soy alumna. El camino se vuelve espiral y vamos ampliando el laberinto. Recorremos las sendas creando un ritmo que nos conduce a amasar la harina, el barro para cocer en el horno y elaborar los alimentos, el pan, llegamos a crear la jarra, el zellig, que sigue la huella de la naturaleza, su diseño repetitivo en esa geometría sagrada,  que es fuente de inspiración para las artesanos y se repite el patrón en los collares, en los pendientes, en las pulseras, en las fachadas cubiertas por el zellig de las mezquitas, en las alfombras sobre las que se llevarán las oraciones siguiendo los pasos del sol. 

Suena la llamada a la oración y de nuevo te envuelve en el discurrir del día, es el reloj. Liviana recorro la medina entre las risas femeninas y las miradas de sorpresa de los hombres que se sorprenden gratamente al ver la henna secándose  sobre mi cabeza. Algunos me indican donde está el hamman, mientras ellas de reojo me miran y cuchichean, se ríen pensarán lo que yo pensaría en el norte si viese una mujer con los rulos puestos pasear por la calle sacando fotos.  Una provocación que toman e interpretan de forma distinta los hombres y las mujeres. Cada vez siento más tirantez en mi cabeza y me neto en el hamman donde el vapor ablanda la pasta y la transforma en materia parta pintar sobre mi cuerpo lunas y soles,  diamantes y semillas... Del hamman salgo renovada, las sabias manos de otra mujer han masajeado, lavado, estirado mi cuerpo y el vapor ha mecido mi alma.  

Volver no es posible, pero el ritual es necesario para retomar el contacto con la fuerza interior, con la esencia, por eso volvemos a los lugares donde amamos la vida, por eso hay lugares de peregrinación. 

martes, 22 de abril de 2025

Imposible retorno

 Volver no es posible, no es posible el retorno aunque el paisaje tenga el mismo color los aromas son otros, la mirada ya no se enfoca en el mismo encuadre. Al borde de la vía han proliferado señales de progreso y calidad de vida de los habitantes en treinta años, pero el olor de la lluvia sobre los tejados de adobe entremezclado con el olor de la madera de cedro y el penetrante olor de las cabras ya no tiene esa fuerza envolvente, ha dejado paso al carburante derramado tras varias vueltas de campana,  al té que se expande desde el borde del vaso y a los chicles pegados en la suela de la chanclas que se expanden tras la zancada larga, frente a la mirada penetrante de una infancia que abandona el juego por las demandas de ausencias prolongadas. Serpentea la carretera por las laderas, túneles que se abren hacia el interior del corazón de este Atlas que sigue palpitando entre olivos y palmeras en mis recuerdos. En la memoria están intactos los sabores, los olores, los gestos, las palabras... ¿Cómo retornar a ese instante donde todo estaba por comenzar? Volviendo a entrecerrar los ojos y dejándose mecer por el sonido de un poema el pájaro y yo... Tomar el pulso de un corazón desbocado, ilusionado con un futuro de complicidad y ternura, sin miedos, sin  dudas con mil preguntas en la punta de los dedos con las que trazar rumbo hacia la reconstrucción de un aquí y un ahora por el que ya pagamos un alto precio. La vida es hoy, ahora desde la mirada amorosa y honesta.