sábado, 2 de mayo de 2015

Lisboa

Lisboa encandila y despierta la saudade de los tiempos en que el reloj se detenía y se adentraba una en el placer de deleitarse. Lisboa desata con su aroma a chocolate entremezclado con el de café recién molido y las almendras amargas, la sorpresa del descubrimiento. La amabilidad de sus gentes, con sus miradas en busca de encuentro, la complicidad como promesa que nace de la amabilidad “o brigada” es la fórmula con que te despiden con una sonrisa en los labios.

Aún resisten los embates del mercado chino y asiático, las tiendas con repisas de maderas hasta el techo, donde las mercancías se guardan y con las buenas maneras reciben al vecino haciendo del turista un fiel visitante que volverá atraído por este olor embriagador entre el que elijes un vino de Oporto entre las múltiples posibilidades que te muestra el dueño acomodándose al precio que estás dispuesta a pagar. 



 El Chiado y Barro Alto entre restaurantes y tascas de Fado alborotan las saudades más ancestrales.  Los miradores te invitan a descansar a medio camino entre la Baixa y el Castelo de San Jorge. Puentes que cruzas y te embarga la fragilidad  del instante en que todo puede cambiar de rumbo, y lo mismo te vas hacia el Tejo y subes hacia Alfama.



Sus aceras cual puzzles que en cualquier momento pueden levantarse y comenzar de nuevo a trazarse  estrellas, naves, anclas, olas de este océano Atlántico en que se vacía la mirada del portugués, cuando su corazón se colma de nostalgias. Al lado del tronco del árbol de Judas unas cuantas piedras de basalto negro y blanco que sobraron del último trazado de los calceteiros que crean y se recrean de acera en acera. Los piezas que sobran quedan en un rincón de la rúa, bajo en árbol, esperando hasta la próxima obra y con los mismos pedazos blancos y negros crearan una nueva greca, un cerrojo, un apellido,… En ellos se reflejaran los azulejos, azul  cobalto, verdes, amarillos,… Narran en las paredes de los mercados oficios de antaño, cuando se recogía la aceituna, la uva, la sal, se cosían redes a la orilla,  se vislumbraba esperanza en el horizonte.


Ritmos del otro lado del océano, del sur del ecuador,  hombres y mujeres que se han enriquecido en esa mezcla delicada y sensual que se vislumbra en los rostros de piel negra, y facciones delicadas,… 
Lisboa huele a trópico, tiene aires de Sao Tomé, de Angola, mezclados con la sal y las saudades. 




























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