lunes, 12 de febrero de 2018

Mirando nuetsro envejecer



Cierro los ojos y floto en el agua, no hay dolor, no hay resistencia, el movimiento es suave fácil, el cuerpo sigue a la mente y la alegría me hace sentirme libre. No hay frontera, en el agua mi mente vuela como cuando mi cuerpo podía correr, doblarse sin saber lo que era el dolor, la contracción.

Mi cuerpo se ha arrugado, el deterioro de la carne, de los huesos es implacable, pero ya no me perturba, hace mucho que dejé de teñir mis canas, hace mucho que dejé de pasar frío para estar más guapa, hace mucho que la única coquetería que mantengo es pintar mis ojos con khol. Eso sí cuando él llega a mi encuentro, en el palmeral donde nos encontramos por primera vez hace más de cuarenta años, me gusta que se zambulla en mi mirada y el khol resalta el verde de mis ojos que no han perdido la ilusión, a pesar de todas las lágrimas derramadas por las innumerables pérdidas que traen consigo las mareas de la vida.

Voy hasta el huerto y quito malas hierbas alrededor de las tomateras, preparo la tierra para las próximas semillas que acogerán y la tierra me susurra alguna historia que más tarde escribiré sentada en la terraza, bajo la sombra del jazmín, la parra y la pequeña rosaleda. Un nuevo cuaderno forrado de tela me llega desde la vieja europa de una de mis amigas con su carta, una carta manuscrita que nos recuerda a nuestra juventud, cuando no existían los ordenadores y nos carteábamos. Me la llevo conmigo y la abro sentada bajo las palmeras, frente al riachuelo en el que las mujeres jóvenes lavan la alfombra sumergiéndola en el lecho y pisándola descalzas mientras danzan. El leve chapoteo y sus risas es el eco que le describiré cuando le conteste. Abro el sobre y lo acerco a la nariz, huele a incienso y a perfume. Saco el papel y veo como su letra sigue siendo clara, con un leve temblor, pero nítida, elegante, suave, la tinta se desliza por el papel como la tenue caricia de sus labios cuando nos encontramos frente a frente y tras reconocernos la una en la otra nos besamos y abrazamos fundiéndonos en un abrazo largo, firme y acogedor. Me alegra saber que este año vendrá dentro de tres semanas a visitarme. Leo y releo su carta hasta un par de veces. La meto en el sobre y huelo su perfume, cierro los ojos y la siento aquí al lado. La guardo para volver a leerla más tarde, en el silencio de la hora de la siesta, cuando me disponga a contestarle con mis lacres, papeles reciclados y mis dibujos trazados con henna.

Por la tarde iré a dar un paseo hasta el zoco a ver con qué me sorprende hoy, quizás encuentre un olor que me guie hasta el regalo perfecto para mi amiga. O puede que simplemente me siente en la terraza del café a tomar té y charlar con los hombres para los que sigo siendo la extranjera que se vino a vivir aquí la vejez, o quién sabe puede que acabe encerrada en una Madrasa o en el hamman con otras mujeres disfrutando de un buen baño, con un masaje que alivie un poco el dolor de mi espalda.

Cada día me tomo un té contemplando la luz irse en el horizonte y enciendo una vela con barritas de incienso en el pequeño altar donde ofrezco a la energía creadora ofrendas de flores, olores para que mis seres queridos encuentren descanso y luz.

Ahora voy más despacio, pero llego a tiempo, no me dejo arrastrar por preocupaciones, tendrá que ocurrir lo que tenga que ocurrir, hoy por fin siento que cada día es una vida entera.

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