domingo, 23 de diciembre de 2018

Vínculos



-          ¿Qué te pasa?-  Te pregunté y me dijiste con tu mirada que estabas perdida, que no sabías qué hacer con aquel torbellino de emociones que te aturdían,  y no la dejaban ver con claridad dónde situarme y donde ubicarse. Era tan claro para mí, era fácil en aquel momento. Pero había dos años había sido complicado. Debía de facilitarle el camino y me decidí a hacerlo.
Me la llevé a la habitación, donde nadie nos interrumpiría, ni seríamos observadas. Nos sentamos en el sofá. Me acerqué a ella y le dije: - No digas nada, vamos tan solo a mirarnos. Vas a sentirlo, solo tienes que dejarte fluir. Deja que tu cuerpo te lo susurre. Escúchate.-  Nuestros ojos se miraron  y se fusionaron en una mirada tan dulce que la ternura que desprendían era infinita.  Todo lo lento que pude eliminé la distancia que nos separaba y posé mis labios en los suyos. Ella adelantó los suyos y se quedaron así, unidos en aquel contacto suave, hasta que ella se separó un poco y me besó las mejillas, los párpados levemente con calidez, y en la frente me dio un beso sonoro que precedió a aquel abrazo acogedor en el que me acunó en su regazo para luego ser arrullada ella por mí mientras la sonrisa amplia, luminosa se abría paso.
Pasó mucho tiempo, fue todo muy lento mientras su mente le preguntaba al cuerpo y este le respondía que no era el amante que hace que tu boca sea la granada dulce que estalla y humedece despertando la sed voraz, insaciable que busca más aguas en las que dejarse fluir y se desliza cual arroyo serpenteando el cuello, hasta alcanzar los senos y ser el temblor que desata, celebra el bostezo de los volcanes que lame con hambre, tesón, placer mientras logra rasgar las fronteras de la ropa y desnuda se abre para acoger en su hueco al otro y fusionarse en la luz dorada, rosada del amor. La humedad y el temblor te recorren, te hacen cosquillas y sabes que ese amor es un amor carnal que alumbrará con el tiempo y la complicidad un amor espiritual, pero en este caso no es este el vínculo.
- No has sentido esto ¿verdad?
- No.
- Mi corazón ha sido quien ha temblado y se ha expandido irradiando una luz tan dorada y cálida que no había nada más. La luz en la que estábamos las dos abrazadas recibiendo el calor que hace que al final del verano las semillas de desprendan y vuelen solas, libres hacia su destino. El trabajo ha concluido y la flor ya nada puede hacer por sus semillas, salvo bendecirlas y lanzarlas al aire para que vuelen, ver cómo se van llevándose lo mejor de ella consigo, su herencia, su tesoro que no es otro que todo el amor con que se han gestado, alimentado y desarrollado. Pero el ciclo sigue y para continuar es necesario agradecer los cuidados, el amor recibido y la dedicación. La vida te lo devolverá cuando menos lo creas, cuando lo necesites. No es sólo cuestión de dar y desprenderse sino de agradecer y sentir que en esa unión todos somos lo mismo, pura energía que se nutre, se expande, ilumina y lucha contra la oscuridad. En esa batalla contra la sombra los aliados se intercambian los papeles  e igual que tú me acogiste y me meciste en tu regazo cantando a la vida, ahora soy yo quien te recibe con los brazos abiertos y te acuna para que descanses y volvamos a sentir la magia de la risa que nos eleva y como el loto emergemos del lodo, de las aguas estancadas y nos embriagamos con la luz del sol y de  la luna para dar lo mejor de nosotras mismas. Compartimos la misma esencia, nuestros destinos están entrelazados como los trazos blancos que sobre el suelo terroso, rojizo forman el mandala de la flor de la vida a la puerta del templo.
- Eres Ganga, la madre, mi madre.
- Agradezco que estés viva.





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