martes, 29 de enero de 2019

El palmeral

Caminando por la orilla de este océano Atlántico, el mar expande mis horizontes.
Levantas la mirada y tratas de atisbar en el horizonte, más allá de la espuma y las olas dónde estará, qué estará haciendo, cómo se estará sintiendo....

Alzas la mirada un poco más arriba y las estelas de los aviones te susurran anhelos, sueños, deseos de despegar, de cerrar los ojos en este norte frío y abrirlos tras unos instantes de concentración firme en el sur...

Ya estás, ya llegué, por fin de vuelta en casa, en el palmeral. Las palmeras bordean los olivos, frondosos olivos entre los que serpentea el camino, que te lleva al arroyo donde las mujeres lavan la alfombra de vivos colores y contemplo el agua discurrir risueña, amorosa, transparente sobre el rojo, el blanco,  entre los nudos azul marino que recorren la historia de estas familias que trenzan sus historias de vida en la alfombra. Alfombra amazigh, alfombra sobre la que descansar, en la que se encuentran con el amado y toman un té, comen un cuscúsm y desgranan poco a poco una granada mientras susurran al oído bellas canciones de Fairouz. 
En la mirada del otro te reconoces, te alimentas y te expandes sintiendote parte de universo, estoy expandiéndome, estoy emocionada,  vibro, palpito, late mi corazón y su corazón con un latido en el que el tiempo transcurrido deja de pesar, de existir... estamos en el lugar en el que debemos estar, uno en los brazos del otro y ya no hace falta que nos proteja la copa del sauce llorón, porque estanos en el palmeral, somos la palmera.



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