Tahines con ciruelas, albóndigas de carne con un huevo, kefta, pinchos de pollo y cordero, ensalada marroquí, harira y una promesa de un cus cus en la asociación aguardan. Naranjas con canela y el deseo de un cuerno de gacela. Melones y sandías en los puestos del zoco, en los maleteros de las furgonetas aparcadas en el arcén. Los higos de las chumberas alineados en las bandejas de casi dos metros de los carritos que aparcados en una esquina de la medina aguardan.
¿Cuál es el nombre del cuerno de gacela en árabe? Por fin en el hotel la recepcionista me entiende y tras hablar de Fairouz, Oum Kelsoum, me dice que algo semejante a carrusel es el nombre del cuerno de gacela que tanto me gusta. Me lo escribe un en papelito y me indica la localización de la pastiserie donde podré comprarlo. ¡Oh, el paraíso de agua de azahar, almendras, dátiles, pistachos y agua de rosas! Dulces que se asemejan a las flores del jardín del paraíso, delicias con sabor a dátiles, miel, almíbar. Una sonrisa te da la bienvenida y te ofrece la tentación amorosa ante la que sucumbes con una sonrisa de agradecimiento.
La complicidad femenina surge en la mirada cálida, acogedora. El respeto y el reconocimiento mutuo fluyen y hacen que cada petición para sacar una foto, que es negada en un primer momento, se convierta en un álbum de instantáneas, donde las sonrisas y la magia se expanden a fuego lento. El calor era sofocante, al lado de la ventana corría un poco aquella tórrida brisa, dando una sensación de alivio a la piel bajo el sudor. Me acerqué y nos miramos a los ojos, en silencio. Le pedí con un gesto permiso para tocarle el rostro. Y ella aceptó con una leve inclinación de la cabeza. Mi dedo índice comenzó a acariciar muy suave el comienzo de su vida como mujer al tocarle la barbilla, y aquellas líneas que anunciaban la llegada de su menstruación así como el tránsito a la edad adulta ya. La siyala con sus líneas y puntos desde el labio inferior al mentón marca se momento en que la infancia se acaba de forma drástica y se anuncia en la piel para adentrarse en otra etapa a la que sigue otro tatuaje, esta vez en su frente. Recorro las líneas que se asemejan a los olivos como símbolos de fertilidad, de conexión con la tierra. La continuidad de la vida que llegó con su matrimonio, con la llegada de las hijas e hijos. Una vida en la que debió de ser objeto de envidias porque las huellas de los tatuajes protectores sobre sus mejillas aún se adivinan por la inflamación de su piel. Tal vez fue un enlace codiciado que necesitó de fuertes protecciones que, más tarde se trataron de negar y silenciar pero dejaron huellas en sus mejillas. Las quemaduras aún precisan cuidados. Nos miramos con tanta calidez… Hay un reconocimiento a ese recorrido femenino en el que todas luchamos por encontrar nuestra propia voz como personas, más allá de nuestro papel como hijas, madres, esposas, amantes, hermanas, nueras, suegras, abuelas, nietas, trabajadoras…
Ese recorrido amoroso, por su historia me lleva a ese instante en que es ella quien me pide que la fotografíe mientras dice su nombre y su linaje, con orgullo. Un instante a contraluz tras el cual nos abrazamos y nos besamos.
Su piel me susurra... Su piel lleva los episodios más relevantes de su vida, la barbilla con sus líneas paralelas, con los puntos que tiemblan como las primeras menstruaciones. La adolescencia se colapsa aquí entre los hatillos de leña más altos que ellas. Las caderas se ensanchan y la espalda también va abriéndose. El peso de los silencios, de las palabras negadas, van haciendo que las líneas del horizonte acaben en sus regazos, entre sus dedos que se cubren con la alheña. Mis dedos acarician la frente con ese olivo que fue un buen augurio en su boda y trajo abundancia, descendencia y sabiduría, a la vez que las señas de su clan. Años de identidades enmarcadas en un pañuelo que cubre su cabeza y se arremolina en su cuerpo, cual océano de telas coloridas. Las cruces de sus mejillas fueron borradas pero su piel guarda memoria de los trazos, de los carbones, de los tintes vegetales con que le hicieron los tatuajes. La mano del fuego aún puede sentirse en su rostro de mujer sabia, anciana, honesta y libre, mujer amazigh.
GIRAR
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