La hospitalidad sigue brotando en cualquier rincón y me ofrecen hasta una silla para que me acomode y pueda dibujar, con tranquilidad, mis palmeras, para regalárselas al niño que vende sus dibujos sobre un cartón. Me deja sus colores y su hoja de papel, confían en mí. Tendrá ocho años o nueve y ya vende sus dibujos con casas, montañas, árboles, y nubes bajo el mismo sol. Un rato agradable compartiendo dibujos en ese lenguaje universal en el que un triángulo se vuelve tejado, desván. Entre el cielo y la línea de tierra todo es posible.
El extraño trae noticias, posibilidades de descubrir algo nuevo, en el viaje de la vida cualquier persona es la extranjera en algún momento y ofrecer el calor de un té, una silla para descansar un rato y tomar aliento trae baraca. Tres días para acoger y reconfortar al viajero en la casa, ofrecer la mejor alfombra para que el sueño sea lo más reparador posible, dejar que sea el que saboree el pedazo de carne del cuscús, abrir de corazón la placidez del hogar y confiar en que cuando los papeles se inviertan serás tú el que disfrute de las ofrendas hacia la búsqueda de la felicidad en la que toda la humanidad andamos
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