El tronco sufrió mutilaciones
las ramas que excedían el listón fueron cortadas
No alcanzaron a brotar las flores
porque sus hojas pudieron formar racimos
No se empapó bajo la lluvia
transformando su tronco en canal
capaz de erradicar la sed de las raíces
No, no fue posible
que su verdadera esencia
diera flores, frutos, semillas
La naturaleza vegetal
fue anestesiada por las tijeras
y los nudos de responsabilidades
deberes ajenos
marcados por la llamada del almuecín.
Amaneció un nuevo día
en esa hora en que el hilo blanco no se distingue del negro ocurrió lo más temido,
despertó y su alma sintió la caricia de otra alma,
la llamada ineludible de esa otra presencia vegetal en otro jardín, en otro continente.
El desconcierto inicial se disipó como niebla a mediodía.
Las preguntas: ¿Soy yo a quien buscas?
¿Cómo voy a acercarme si no tengo ni un brote de hojas ni puede ofrecer la promesa de una flor?
¿Estaré inventándome esta llamada, este reclamo insistente de mi presencia?
El viento gélido dejó el tronco sin hojas, la ventana se quedó abierta y el frío quemó los brotes tiernos de unas yemas que afloraban. Pero la invocación seguía rodeándolo como un eco, como un latido. No importaba la oscuridad, lo abarcaba desde la última hoja y no cesaba de ahuecarse por dentro, desde las raíces, al tronco. Cada noche la oquedad era mayor y albergaba susurros, cantos que mecían sus memorias más antiguas, sus anhelos de cuando eclosionó la primera flor, el calor con que arropó las primeras semillas con sus hojas...
Comenzó a sentir la autenticidad con que desde el otro lado, otro árbol lo sentía flexible, capaz de no quebrarse por la ferocidad de las tormentas, amoroso ofreciendo sombra y cobijo a los jóvenes que se acariciaban bajo su frondosa copa, orgulloso y satisfecho de sus frutos y flores, ofrendas de aromas veraniegos a los paladares ávidos.
El día que supo por la canción de un pájaro la historia de la cigüeña que vive entre el norte y el sur, entre un continente y otro, que la esencia era la luz que le permitía sostenerse, crecer, decidió luchar por su vida. En el otro jardín el árbol con que soñaba, también había sufrido quebrantos, perdido ramas, ambos eran árboles viejos pero su esencia seguía añorándose, necesitando proximidad y reestablecer el canal de comunicación que les permitiese seguir creciendo en esa caverna interior en la que se adormecían escuchando sonidos de cantares antiguos donde las danzas de sus hojas acogían a múltiples pájaros capaces de volar con alas propias. Decidió dejar de ser el falso bonsai de unos comerciantes para adentrarse en su esencia y ser el jardín.
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