sábado, 28 de septiembre de 2019

ATLAS



Las montañas están siendo oradadas por la pólvora. Los carriles se ensanchan y mientras el tráfico no cesa. Al borde de la carretera aguardan sentadas sobre las rocas mientras hablan por el móvil que mantiene lazos de comunicación y poder entre los jóvenes, los adultos,  entre las madres y los hijos, entre los hombres, permanentemente conectados…
Las vísceras del titán están siendo rasgadas y despertará Atlas, se levantará de mal humor y las tormentas se volverán más virulentas. Extrañará los cedros frondosos que cubrían sus axilas, extrañará los palmerales frondosos. Los sueños profundos se ven perturbados por las excavadoras y las voladuras. Ya no mecen sus sueños las oraciones, ni las ofrendas susurradas en las casas encaladas en blanco de los morabitos que  a lo largo de los caminos polvorientos que serpentean sus curvas, adormecían su conciencia con el eco de los cantos de las mujeres mientras lavaban las alfombras en los arroyos que atravesaban el palmeral. Silencio que estalla con las explosiones. El adobe está siendo sustituído por el cemento, el hormigón y el asfalto.  Su furia se desatará pronto. Mientras el viento sigue arrastrando la arena, rasgando grano a grano las  torres de las kasbas, las paredes se resquebrajan y las ventanas empiezan a enmarcar pedazos de cielo que deseo tocar con la punta de las dedos, exprimir las nubes que pasan como naranjas para beber su zumo dulce que trae abundancia y prosperidad.
Los asentamientos son cada vez más duraderos  y ya no precisan la constante renovación de las últimas capas tras sufrir los envates de las lluvias tras los deshielos de las cumbres. Los nómadas ya no conducen rebaños de dromedarios, ni de cabras, ya no viven en jaimas a lo largo  ancho de estas cumbres, sino que están confinados a habitar en las laderas de unas montañas delimitadas por las carreteras que conducen a la estación de esquí, donde las casas de asemejan a las casas que puedes encontrar en el Pirineo. Ellos sobreviven malviviendo, olvidados por los sistemas políticos a los que no sienten pertenecer. No les permiten moverse con sus rebaños y al llegar el invierno se arremolinan, se encierran, se vuelven roca que aguarda a que pase el duro invierno, hasta que llegue de nuevo el agua cristalina correr ladera abajo. Los pastos reverdecen. Nacen los cabritos mientras las historias de su pueblo se van quedando en la memoria de los más jóvenes hasta que llegue la noche. Alrededor del fuego narrarán nuevas historias los más viejos.
La vida nómada está en manos de los emigrantes que van hacia el norte siguiendo el flujo de las monedas, buscando las casas de las cigüeñas que dejan en el otro lado de El Estrecho. Aquí los nidos están vacíos y sienten sus alas crecer los más jóvenes. No son pájaros y siguen cuidando de las palomas mensajeras en las jaulas que tienen en las azoteas. Mientras, durante las horas más calurosas de día, el kif kif adormece y relaja la angustia de las carencias, ausencia de libertades, de futuro.
Los cambios son lentos, llevan tiempo y cambiar las estructuras de poder en las mentalidades, en las actitudes conlleva varias generaciones. La vida aquí en el sur es tan distinta y tan común en las ansias de felicidad en ambas orillas.
Casi todos sueñan aquí y allá con tener dinero como forma de lograr sus metas vitales, casi todos quieren ganar mucho y trabajar poco.  La fantasía de no tener que hacer nada, como si la contemplación fuera el antídoto contra la tristeza. 






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