domingo, 6 de octubre de 2019

RISSANI


RISSANI

 

Rissani el mercado del sur, donde aún es posible ver cómo venden las ovejas, las vacas, las cabras. En la explanada contemplo los burros atados a una piedra por una de sus patas con una cuerda de no más de veinticinco centímetros para impedir que se peleen con otros. Permanecen de pie, estáticos aguardan, bajo el sol que empieza a apretar, el regreso de sus dueños con las compras realizadas que llevarán en sus alforjas de tiras de plástico tejidas con las cintas de embalajes. Todo se recicla. Algunas siguen siendo de hojas de palmera entrelazadas, con paciencia. Lo tradicional se entremezcla con las huellas del mundo moderno. Pero aquí, no es más que una ligera pincelada esa globalización que nos uniformiza cada vez más rápido. En el mercado cubierto por las palmas entre el claroscuro los puestos de frutas, verduras, carne, pescado, van dando paso a los de especias. Las especias con su paleta de colores, y los olores que se entremezclan generando un ras al hanut en la atmósfera… entrecierro los ojos y reconozco, el anis, el comino, la menta, la canela, el jenjibre, … La mirada se posa sobre la piedra de alumbre, las tiras delgadas de azafrán, el pimentón, la henna verde pistacho y verde más terroso, los frasquitos con el khol, el lápiz de labios de amapola. Cúrcuma contra las inflamaciones en las articulaciones, khol para que la mirada de las mujeres sea más profunda y evitar las infecciones oculares en los niños, un ras al hanut con másd e cuarenta especias especial, henna para teñir el pelo, gassoul para que la piel brille tras un hamman con una suavidad que prolongará las caricias, ginsen para despertar y sostener el deseo de los hombres y las mujeres, eucalpito para los resfriados,… Todas las dolencias encontrarán el eco del alivio en este espacio. La sonrisa del vendedor, su sorpresa ante mi reconocimiento de las especias le fascina y me ofrece trabajo aquí, una vez que despliego mis conocimientos con un grupo de compatriotas que observa y compra más de lo que necesitan.
Los tejidos de los amazig con sus medias lunas y estrellas en el fondo y los colores amarillentos, terrosos para mostrar las dunas, los caminos de la vida en este desierto donde están las raíces del corazón. Lejos del ruido, de las distancias concretas, un latido muy profundo y vuelvo a sentir la alegría de la libertad, del descubrimiento de la inocencia, de las ilusiones que reverdecen.
Perfumes sólidos de almizcle, ámbar, jazmín te envolverán desde las muñecas.
El herrero afila sus hachas, sus cuchillos, el yunque al sol, los carpinteros lijando las maderas para hacer camas, armarios, los cafés con los hombres sentados tomando el té y charlando mirando hacia la calle desde los arcos del edificio que cobija de ese sol abrasador, denso. Las mujeres atraviesan la calle a paso ágil envueltas en sus niqabs, camino de la tienda de telas donde cobrarán el tejido para el próximo caftán que estrenarán en la fiesta de cordero.
La vida transcurre lentamente. Los niños tratan de sacar unas monedas llevando las compras en su carretilla de metal hasta los coches. Algunos solo recibirán lágrimas e indiferencia tras tirar por las mercancías y cargarlas. Aún su infancia está a flor de piel y la rabia la gestiona con lágrimas mientras algunos  adultos se muestran indiferentes y no se inmiscuyen. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario