sábado, 5 de octubre de 2019

TAOUZ








-El atardecer está próximo y desde Merzuga salimos en el todoterreno rumbo al desierto pedregoso. Las huellas del Dakar quedan atrás e Idir toma rumbo al sur, siguiendo las pistas de piedra que él conoce y que para los extranjero están vedadas ya que, no conoce estas colinas pedregosas por las que antaño debieron de discurrir ríos, crecer frondosos palmerales, correr rebaños de gacelas que recorrían las colinas y bajaban al río a beber al caer la tarde.

Es fácil imaginar estos parajes ahora  desérticos ardientes, cubiertos de vegetación, de gacelas, de serpientes, peces nadando en el río y a la orilla de ese océano que iba retirándose, tras contemplar los petroglifos sobre las rocas negras, parduzcas.

Idir hecha agua sobre las rocas, y se vuelven más oscuras, el negro contrasta con el blanco de los trazos que hace siglos y siglos alguien trazó en esta escalinata que te lleva la cumbre de la colina.

Desde la cima se contempla la planicie, el lecho del río reseco. La energía es tan intensa, tan vivaz… el viento agita mi pañuelo, lo extiende, ondea, como si se desplegaran las peticiones de antaño para que las diosas nos den buena caza, para  que llegue la lluvia a tiempo, para que la cosecha de dátiles fuese abundante, una gacela de patas anchas, grande para alimentar al grupo, un pez como ofrenda, una serpiente como talismán.

Los ecos de los primeros viajes están aquí. Desde estas colinas contemplar la caza, sus movimientos, y dar las orientaciones a los cazadores más avezados para que logren capturar la mejor presa. Los cielos estrellados con las rutas hacia el norte son los primeros mapas. La luz es tan reveladora, es devorada por las rocas negruzcas, pardas. El hilo de la vida comenzó a moverse aquí, en este valle. Aquí rodó el hilo rojo que el viento llevó al norte y comenzaron las migraciones al norte, siguiendo la búsqueda del agua, pero sabiendo que el camino de ida entraña un camino de regreso. Estamos volviendo, desandando el camino.

Me siento como si volviera a casa. Lanzo al aire el pañuelo blanco con mi plegaria de gratitud y de esperanza. La felicidad es caminar y no es llegar a una meta, sino caminar siendo consciente de cada paso.

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