viernes, 9 de agosto de 2024

Fragmento de Cuadernos: Marruecos

 Un fragmento de lo último que estoy elaborando, a ver qué os parece. 

FRONTERAS

A trece kilómetros de agua, a tiro de piedra otro mundo. ¡Tan cerca y al mismo tiempo tan lejos! En un día despejado puedes ver la costa española desde Tánger, en el horizonte. ¿Cómo no soñar con la otra orilla? Llegan de ella olores impregnados en la publicidad que entra por la parabólica en pleno desierto, el maletero repleto de regalos en el verano se abre en plenas vacaciones de verano y una nueva vida comienza a bostezar en el vientre de las madres. Para el al Kebir volverán a estar ocupados todos los cojines del salón y brillará la bandeja del té a rebosar con sus vasos humeantes.

Las luces deslumbrantes nos nublan la visión del sueño lúcido, de la intuición de la madre que adivina en los silencios de la hija que sus alegrías están huecas. ¡Cuántas oquedades van formando abismos en esos catorce kilómetros que separan dos continentes. ¡Cuántos cuerpos a merced de las corrientes no encontrarán el camino a casa!

La luz del mediterráneo que antaño fue lienzo de espuma en el que dibujar sueños de aventuras, abundancia, tesoros por descubrir, civilizaciones desconocidas con las que fusionarse y crear nuevos alimentos para el alma y el cuerpo, abrigo de azotes y exilios, compases nuevos, ritmos, cantos que ahora se han teñido con sangre, bajo la sangre coagulada en esa marea putrefacta, de cuerpos de africanos sin pasaporte, sin banderas en sus pateras, en sus cayucos, sin identificación posible, sin memoria, sin mapas en sus trenzas, cuerpos semidesnudos. Mientras en sus casas aguardan el regreso del hijo, recuerdan que borraron sus huellas con agua para que no olvidase el camino de regreso a su casa y nada perturbase su vuelta, se aguardan noticias en el móvil del amigo, la agonía de la espera envuelve a los bebés que se desarrollan en el vientre de las madres, que agonizan en la espera que no parece terminar. Hasta que un día son ellas las que se lanzan al agua, sobre las huellas de los que partieron para iniciar el camino por sí mismas, hartas de una vida de harapos, cegadas por la luz de los móviles, inventando redes de sostén en medio de un abismo oscuro, lleno de peligros, agresiones, abusos, silencios y mordazas caminan, suben al cayuco y arriban en esta orilla. Con ellas traen un trocito de la masa madre y un turbante de tela pintada con los colores de su tierra.

Seguirán subiendo, seguirán partiendo de ese sur que arde y quema sus sueños. Continuarán viajando con su alma limpia, tratando de salvaguardar la pureza con que fueron acogidas en los senos de sus familias y recibieron su nombre del griot y tomaron nuevos nombres para camuflarse en las calles el norte de su continente y al otro lado del mar. Un nombre que no es más que ruido, un ruido insignificante ante el cual ni siquiera se girarán. Tendrán que aguardar a que la marea sea favorable para dejar de ser parte de las sombras de la medina y abrirse paso hacia la orilla. ¿Quiénes son? ¿Cómo llamarlas? ¿Cómo hablar con ellas y ellos? Un viaje que empezó hace años, y en él han parido a veces al borde del camino, otras con la mirada perdida enredadas en su sufrimiento aguardan en las medianas de las carreteras de Argelia, con la mirada perdida. El blanco de sus ojos es el blanco de cualquier ojo, ¿acaso no podemos sentir esa soledad profunda en cualquier parte? ¿Cuál es tu nombre? ¿Acaso no podemos aprender un nombre africano con muchas consonantes y a pronunciarlo en bámbara, árabe, dariya, hassania o en wolof?

Llega el primer día de escuela y me conducen hasta los niños y niñas afortunados que han llegado a esta orilla de la mano de sus madres a volver a convivir con un padre que es la voz de la autoridad que los alcanza a abrazar a través del móvil con su voz firme, y les trae regalos. Una palabra en su lengua materna, un saludo acompañado de una mirada cálida, el lazo de afecto se entrelaza, y les saco una sonrisa que se expande y se vienen conmigo, a mi isla, a nuestra isla. Hay en nuestros cuerpos una energía, una vibración que se reconoce, que se encuentra y baila. Va mucho más allá de una palabra en urdu, en árabe, en wolof. Es la energía, el alma que entiende de están a salvo, que pueden expresarse, que son acogidos, que alguien escucha y sabe de dónde vienen. Es algo que ocurre o no, se tiene o no. Algunos lo llaman empatía, otros experiencia. Las voces de abren poco a poco y más allá de los programas surge el deseo, la necesidad de narrar, de compartir quiénes somos. La luz vibrante y cálida del sur brota cuando Fátima me dice:

-          Aquí no hay vida profe. ¡No hay vida! ¡En Marruecos hay vida!

La vida de tantos niños y niñas cambia tanto. De poder estar en la calle, jugar en los patios pasan a estar encerrados en pisos más pequeños. Atrás queda la casa amplia, con patios interiores para jugar, terrazas a las que subir y los olores en la calle son otros. Ya no hay zoco para ir a comprar la carne, las pequeñas tiendas en las que compraban caramelos ya no están, las tiendas de barrio son sustituidas por los grandes almacenes, por establecimientos impersonales donde nadie los conoce ni les pregunta por cómo está su familia. Aquí ya no pueden salir solos a la calle, y esto lo acusan especialmente los varones. Incluso los hay que con doce años echan de menos poder conducir el coche, la moto de su padre. El zoco con los olores vibrantes, sus colores parecen resplandecer más, en sus memorias, y la asepsia que impera en este norte los deja cabizbajos, perdidos, todo es igual. Tienen miedo a perderse y no saber regresar a casa. Aquí los semáforos son respetados por los vehículos mientras allí, el ritmo frenético del tráfico, las motos, las mulas en las medinas, las bicicletas cargadas de mercancías son un desafío para los sentidos. Los olores son sus mapas sensoriales que los llevan de su casa, a la tienda en que su madre compra la canela, o en la que le regalan un palo de regaliz al saber que sacó un nueve en el último examen de matemáticas. Todo el mundo te conoce y aquí en cambio eres el extranjero del que desconfiar, la extranjera invisible. Allí la gente tiene tiempo y te pregunta por cómo está tu familia, si recibiste noticias de España, sabes quién está esperando un bebé, o quién será la próxima en casarse, más allá de una fórmula de cortesía es una toma de contacto entre familias.

Sus ojos se abren tanto cuando se encuentran con los míos. Se da un intercambio de energía que trasciende las palabras, las lenguas no son barreras, son herramientas, barro con el que modelar tantas kasbas. El español es el agua que va adentrándose en la tierra batida que ellos y ellas traen consigo, los nuevos sonidos, los trazos van conformando una nueva argamasa con la que construir puentes y puertas o kasbas para vivir en este nuevo territorio hostil. No se lo ponen fácil, son muchas las trabas, los obstáculos para darles un título, un certificado de unos estudios mínimos en un país de acogida. Pero la lengua como herramienta, como elaboración de la identidad, la lengua como vehículo que posibilita la comunicación con los demás para construir vínculos. Ese es el objetivo de los aprendizajes de esa tercera lengua, segunda o cuarta. La lengua materna es la que vertebra y los sostiene como personas, deja pasa a una segunda en la que se pierde la profundidad, la raíz se extiende y trata de sostenerse hacia los lados y debe encontrar otros lenguajes para no caerse, para sostenerse y crecer. No es fácil. Su esencia es un árbol con una raíz que necesita arraigarse profundizando, expansión para soportar tormentas, vendavales, crudos inviernos, y seguir ansiando la fuerza de la luz y el calor del sur. Se convierten en árbol de argán cuyas raíces llegan a ser cinco veces más extensas que su altura para encontrar entre la arena el agua para subsistir.

Te aíslas y creas tu kasba o trazas puentes tratando de llegar a la otra orilla a través de juegos comunes, de cuentos compartidos. Llego con mi maleta de cuentos, títeres, fotografías, músicas, y la pregunta: ¿qué pudiste traer en tu maleta? ¿Qué se quedó allí al otro lado del océano? Reducir toda la vida en veinte kilos no es fácil, o meterla en el maletero de un coche. Hay tantos juguetes que se quedaron abandonados en las zanjas en que enterraron su infancia. Hay tantas lágrimas silenciadas que ruedan en los rincones de los patios de tantas escuelas e institutos, en los baños, en los rellanos de tantas escaleras prohibidas, rastros de sal para trazar hamsas que nos protejan contra esta soledad tan concurrida. Ese viaje hacia un destino que te han pintado brillante, repleto de cosas que desear, oportunidades para mejorar la situación económica de toda la familia, sobre tus hombros recae el peso de una responsabilidad que no es tuya porque eres el que mejor habla español. Mientras tu padre ausente nuevamente se ha ido a trabajar a otra ciudad y tu madre, tus hermanos dependen de ti, el primogénito, el varón. Traducir no es fácil, y confían en que lo hagas trasladando las angustias que no sabes gestionar de un lado a otro de un mostrador, de una mesa de despacho, y tú eres un niño, una niña que nada sabe de recibos por pagar,... Has perdido tantas horas se sueño para entregar a tiempo esos trabajo que te exigen, para aprender de memoria textos que no comprendes, todo para satisfacer las demandas de personas que creen que una lengua se aprende con un traductor.

El frío se instaura en tu interior, sabes que es imposible darles lo que pretenden que les des, pero tu corazón vuelve a palpitar cuando hablas de tu tierra, de lo que extrañas, del sabor de la pastela, del olor del zoco, del calor del hamman, de la delicadeza con tu madre te lavaba las orejas y ahora ya nadie te las frota porque vas con tu padre y ya tienes que lavarte solo. Te quitarán el dolor de espalda eso sí, pero el lavado es algo que ya haces solo, eres un hombre.

Sin embargo aquí, en esta orilla sigues siendo un niño que no puede salir solo, un niño que debe pedir permiso para hacer casi todo. Viniste a crecer a tener oportunidades, o te obligan a involucionar, a ser un niño de nuevo.

¿Qué es ser niño? ¿En qué consiste ser adulto? ¿Qué es ser adolescente? ¿Cuál es la frontera entre una edad y otra? Más allá de las fronteras del desarrollo biológico y neuropsicológico están las barreras culturales. Y muchas veces chocan con los otras, dejándote en ese territorio de aguas internacionales, de tránsito de los aeropuertos. Esa zona es la adolescencia para los marroquíes, para los sirios, para el mundo islámico. La adolescencia se prolonga en occidente mientras en sus países casi ni existe. Y en el caso de las niñas el paso de la niñez a la adultez les llega con la menstruación, tratan de despojarlas de la adolescencia con los miedos que les inculcan si no respetan el honor de la familia, un honor ligado a unas concepciones culturales que en este norte se abren a un extenso abanico de posibilidades que a ellas y ellos les asusta y sorprende. Abren los ojos como platos cuando me escucha decirles que en España es legal casarse dos hombres, dos mujeres, un hombre y una mujer. Se asustan y dicen:

 - No, profe, eso es haram. Cómo van a casarse, eso no.

-  En España es posible, en tu país pueden ir a la cárcel o te pegan. Haram es atentar contra no mismo, contra los demás. Lo prohibido el haram evoluciona y hay que ver a quien sirven esas prohibiciones.

Vivir entre tantas edades al mismo tiempo, vivir en la diversidad de identidades. ¿Cuántos nombres llegan a usar en esta tierra? ¿Cómo construir una identidad sana, abierta al diálogo? Hay tantos choques culturales, hay que abordar esos choques entre lo que ven en sus casas, lo que les dicen y lo que viven en las escuelas, en las calles. Si no abrimos espacios y tiempos para cuestionar lo que ven y lo que viven abrimos válvulas de escape agresivas, violentas, donde las carencias serán satisfechas por intolerantes que aprovechan la necesidad y la carencia para conseguir adeptos a sus filas.


 

 

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