lunes, 22 de diciembre de 2025

Álbum de fotos: Marruecos

Ilustraciones de simbolos amazigh

Sabores

 

Tahines con ciruelas, albóndigas de carne con un huevo, kefta, pinchos de pollo y cordero, ensalada marroquí, harira y una promesa de un cus cus en la asociación aguardan. Naranjas con canela y el deseo de un cuerno de gacela. Melones y sandías en los puestos del zoco, en los maleteros de las furgonetas aparcadas en el arcén. Los higos de las chumberas alineados en las bandejas de casi dos metros de los carritos que aparcados en una esquina de la medina aguardan.

¿Cuál es el nombre del cuerno de gacela en árabe? Por fin en el hotel la recepcionista me entiende y tras hablar de Fairouz, Oum Kelsoum, me dice que algo semejante a carrusel es el nombre del cuerno de gacela que tanto me gusta. Me lo escribe un en papelito y me indica la localización de la pastiserie donde podré comprarlo. ¡Oh, el paraíso de agua de azahar, almendras, dátiles, pistachos y agua de rosas!  Dulces que se asemejan a las flores del jardín del paraíso, delicias con sabor a dátiles, miel, almíbar. Una sonrisa te da la bienvenida y te ofrece la tentación amorosa ante la que sucumbes con una sonrisa de agradecimiento.

La complicidad femenina surge en la mirada cálida, acogedora. El respeto y el reconocimiento mutuo fluyen y hacen que cada petición para sacar una foto, que es negada en un primer momento, se convierta en un álbum de instantáneas, donde las sonrisas y la magia se expanden a fuego lento. El calor era sofocante, al lado de la ventana corría un poco aquella tórrida brisa, dando una sensación de alivio a la piel bajo el sudor. Me acerqué y nos miramos a los ojos, en silencio. Le pedí con un gesto permiso para tocarle el rostro. Y ella aceptó con una leve inclinación de la cabeza. Mi dedo índice comenzó a acariciar muy suave el comienzo de su vida como mujer al tocarle la barbilla, y aquellas líneas que anunciaban la llegada de su menstruación así como el tránsito a la edad adulta ya. La siyala con sus líneas y puntos desde el labio inferior al mentón marca se momento en que la infancia se acaba de forma drástica y se anuncia en la piel para adentrarse en otra etapa a la que sigue otro tatuaje, esta vez en su frente. Recorro las líneas que se asemejan a los olivos como símbolos de fertilidad, de conexión con la tierra. La continuidad de la vida que llegó con su matrimonio, con la llegada de las hijas e hijos. Una vida en la que debió de ser objeto de envidias porque las huellas de los tatuajes protectores sobre sus mejillas aún se adivinan por la inflamación de su piel. Tal vez fue un enlace codiciado que necesitó de fuertes protecciones que, más tarde se trataron de negar y silenciar pero dejaron huellas en sus mejillas. Las quemaduras aún precisan cuidados. Nos miramos con tanta calidez… Hay un reconocimiento a ese recorrido femenino en el que todas luchamos por encontrar nuestra propia voz como personas, más allá de nuestro papel como hijas, madres, esposas, amantes, hermanas, nueras, suegras, abuelas, nietas, trabajadoras…

Ese recorrido amoroso, por su historia me lleva a ese instante en que es ella quien me pide que la fotografíe mientras dice su nombre y su linaje, con orgullo. Un instante a contraluz tras el cual nos abrazamos y nos besamos.

Su piel me susurra... Su piel lleva los episodios más relevantes de su vida, la barbilla con sus líneas paralelas, con los puntos que tiemblan como las primeras menstruaciones. La adolescencia se colapsa aquí entre los hatillos de leña más altos que ellas. Las caderas se ensanchan y la espalda también va abriéndose. El peso de los silencios, de las palabras negadas, van haciendo que las líneas del horizonte acaben en sus regazos, entre sus dedos que se cubren con la alheña. Mis dedos acarician la frente con ese olivo que fue un buen augurio en su boda y trajo abundancia, descendencia y sabiduría, a la vez que las señas de su clan. Años de identidades enmarcadas en un pañuelo que cubre su cabeza y se arremolina en su cuerpo, cual océano de telas coloridas. Las cruces de sus mejillas fueron borradas pero su piel guarda memoria de los trazos, de los carbones, de los tintes vegetales con que le hicieron los tatuajes. La mano del fuego aún puede sentirse en su rostro de mujer sabia, anciana, honesta y libre, mujer amazigh.

 

 

GIRAR

Djemma al Fna

 

DJEMMA AL FNA

La Plaza me da la bienvenida

De vuelta en casa…

El abanico de sabores se amplifica

Más allá de las naranjas,

palpita el holong, la boca del dragón

entre papayas, manzanas, fresas,

limones, piñas…

El paladar se amplia

Los burros ya no son los amos

las motos siguen atravesando la medina,

frenética danza de gentes, mercancías, olores y mareas de sudores

Los poros de abren, estallan, supuran sin cesar…

La purificación comienza….

Un proceso de alquimia está en el aire, envolviéndome.

Una red de palabras, de deseos que corren como los granos de arena entre las costuras, llevados por el viento hacia el beso en la espuma del té.  Granos inverosímiles con olor a especias, a sabor rancio, a hilos de perfume que el intenso calor deshilacha. Palabras suspendidas a flor de tierra, horizontes opacos desdibujados que van oscilando al caer la tarde en una corriente de espirales invisibles. Un aliento, un suspiro y la ciudad roja por fin. Callejuelas que se retuercen, taxis compartidos con café solo y las ventanillas bajadas, rumbo a Bab Doukhala. Un umbral acogedor, conocido, a la sombra del minarete, una pared como cualquier otra, ocre, pero en una ubicación ensoñada que se hace presente al fin. Atravieso el claroscuro, giro a la derecha y en el fondo un rostro de mujer tras la verja, un módico precio: 120 dinares, incluyendo masaje, jabón negro y la quissa. La ropa se queda custodiada por otra mujer, y en el techo la bóveda de madera de cedro, bajo ella la vegetación en el estuco y la inscripción de una de las suras del Corán marca la frontera entre lo que está arriba y abajo. Desnuda me adentro en la magia del vapor, llevada por la mano de otra mujer que me adentra en la sala más caliente. Sus manos me cubren con el agua tibia, para que el calor sea menos sofocante mientras otras rellenan los calderos. Me dejará un rato para ungir, lavar, nutrir, acomodar los suspiros, la respiración retomará a su ritmo pausado. El olor de la aceituna abre los poros de la piel ayuda. despega la piel muerta. E agua que baja desde la coronilla por la espalda, entre los pechos arrastra los restos de jabón y los restos que la quisa deshizo. Un nuevo crecimiento, una nueva etapa comienza en la sala del hamman cuando sientes que se ablandan las resistencias, como se desprenden las cargas ajenas que llevas y forman oquedades. Las fricciones en la sala templada me purifican. El gassoul, el agua caliente, los calderos tibios que verterá sobre mi espalda mientras contemplo como las sabias manos de la madre recorren el cuerpo de la hija, tumbada sobre sus muslos despojándola de la suciedad, del dolor de espalda, y dejan que el cuerpo sea tabula rasa, pergamino sobre el que trazar nuevas danzas, símbolos, que te harán conectar con la sanación de las ancestras para encontrar alivio en esta vida. Hay tantas tramas que llevamos bajo la piel, tantos ecos antiquísimos que nos hacen tener cierta cadencia la caminar, al tocar, al hablar de las que no somos conscientes.

Nos vestimos con palabras que creemos nuevas cuando esas ropas están hechas jirones, otros lenguajes palpitan en la piel. En la desnudez del hamman se encuentra el diccionario. La epidermis vuelve a renacer, elimina cargas viejas, muertas que no te permiten salir a la luz, a la lluvia, al viento, al roce de unas hojas de té. Despojarse de lo que sobra, de lo muerto para volver a vivir. Y en ese proceso al amor de la otra mujer, de la amiga, de la abuela, de la madre, de la cómplice que sabe que la palabra magia contiene amiga. Desde el acto generoso de reconocimiento mutuo desde donde nace un tiempo y un espacio para reconstruirse, para tomar el cuerpo con amor, mecerlo, cantarle y dejar que se sosiegue, que se dé la posibilidad del alivio que las lágrimas rueden y que la sonrisa abra camino al abrazo largo, profundo donde los corazones laten al compás, sin tiempo, sosteniéndose mutuamente para soñar un horizonte limpio y saber que un gran viaje comienza con un pequeño paso. No hay ruido solo el murmullo del agua, las gotas que acarician los cuerpos y las manos que se entrelazan para dar las gracias. Manos fuertes que nos han sostenido, manos que han despojado del dolor a nuestras articulaciones, manos abiertas que acarician, sostienen, sustentan y aman.

Lista para iniciar el viaje, rumbo a la ciudad roja, te envuelve como si la Sáhara te devorara por completo con un beso envolvente, en el que pierdes la conciencia de los límites del cuerpo. Comienzo a caminar, descendiendo, el ritmo de unos tambores me atrae y lo sigo cruzando el umbral de una de las revueltas de la medina. Los niños cantan al compás de esos tambores improvisados con los que giro, giro y danzo imitando el movimiento de sus hombros que oscilan adelante y atrás, con ellos ante la mirada pausada de los gatos callejeros. Risas y complicidades de compases para seguir caminando tras la instantánea. Busco los claroscuros mientras las gotas de sudor comienzan a descender por mi nuca, por mi columna vertebral, entre mis pechos la humedad me arropa como si fuese una manta y sigo buscando el cartel que diga Djemaa al Fna entre las puertas cerradas, candados e hilos que revolotean prendidos a los clavos, ahora que se han despojado de la tensión de los dedos que los cruzan y enhebran. La pintura me atrae. Me dejo llevar las pinceladas de cada cuadro, pinturas que cabalgan sobre la pólvora, rostros con miradas limpias, alfabetos coloridos donde el yaz emerge como presagio, como emblema. El azul índigo se cuela por los lienzos, el granate, el luminoso arrullo de la cúrcuma. Lienzos que son especias para curar y condimentar el arroz, la sémola con la que alimentarse.

Por fin la Koutubia en el horizonte, el faro, mi faro en Marraquech, con sus cuatro esferas doradas brillando. Los trabajos de remodelación siguen tras el terremoto. Aún hay tantos rastros del seísmo, tras casi dos años pero parece que el mundial de fútbol es la prioridad ahora en la agenda de los gobernantes mientras se sigue instaurando el silencio.

Las calesas aguardan a los turistas que desean conocer otro Marrquech, el de las avenidas, el que asciende hacia los Jardines Marjorell. Y a la derecha imágenes en blanco y negro narran la esencia de la Plaza del fin del mundo, la plaza que Goytosolo propuso a la Unesco para ser Patrimonio de la Humanidad por lo que acontecía en ella, tras la penúltima llamada a la oración: los cuentacuentos,  los músicos, los saltimbanquis, los actores, aguadores, salían a contar, a actuar, entre encantadores de serpientes, curanderos, dentistas con sus tenazas al viento y su tarro de muelas extraídas, las echadoras de la buena fortuna, los curanderos con sus esqueletos de camaleones, hierbas y esencias para los hechizos. ¿Dónde está ese ambiente artístico? ¿Dónde están los actores? No los encuentro entre los monos y las mujeres que ponen la henna. No veo en el brillo de la purpurina la luz de los faroles alrededor de los que nos congregábamos para escuchar y ver a los hombres danzar la danza del vientre, haciéndose pasar por mujeres, ni a los boxeadores,… Ahora la plaza está medio tomada por los puestos de comidas y los carros de multifrutas, relegando a los de frutos secos, a los de músicas africanas, o será que está en obras parte de la plaza….

Obras de reconstrucción de casas, mezquitas demolidas en la Ciudad Roja. Las paredes regias del Palacio Bahía siguen dibujando los nidos de cigüeñas que mecen mis sueños. Tras la oración del maghrib en los cielos limpios asoman estrellas, brilla la luna creciente, desafiando las antenas parabólicas, eclipsando las farolas, en las azoteas las gatas siguen pariendo. Bajo el peldaño del Riad la camada sigue aguardado el regreso de la gata para mamar al amparo de la rueda de la moto y la sombra del peldaño. Gatos y gatos entre restos de adobe y tierras batidas al compás de los ecos de mis canciones que nos recuerdan que donde venimos y hacia donde vamos en este mestizaje que nos hermana.