SUEÑO
El sueño se queda prendido en el vuelo de los pañuelos que cuelgan delante de la pared de adobe en la Kasba al atardecer cuando todas las tiendas se cierran permanezco aquí, en esta casa que ahora está deshabitada. Tomo un té en esta terraza de piedra, alfombras y madera. Siento la brisa suave, sueño con el fluir del agua que discurre sobre otro lecho reseco, sobre el que se eleva el puente y contemplo cómo las estrellas van apareciendo desde esa colina rasgada de tonos verdes, pardos, amarillentos.
Dormir en este silencio donde solo el viento se cuela entre las callejuelas estrechas. Casas que cabalgan unas sobre otras, creando espacios de sombra en los que dormitan los gatos. Dejar que la luz tenue de los quinqués ilumine la pared y jugar a hacer siluetas de animales con las manos. Compartir la narración de viajes, cuentos que hablan del exilio de los que dejaban al Ándalus para venir a estas tierras y trazar un viaducto que comunique mi sur con tu norte soñado, un espacio sobre el que vivir y construir un refugio que nos proteja y nos permita habitar en el palmeral. Poblar un lugar que está a medio camino entre la iglesia y la mezquita, un espacio que es nuestro lugar de encuentro dentro de la Kasba, en las proximidades del palmeral, dromedarios. Nos tumbamos sobre la gruesa de alfombra que arropa nuestros cuerpos, en un abrazo cálido, acogedor y respetuoso. Deseo poder abarcarnos con la fuerza que la ternura otorga, con la fragilidad de un amor respetuoso que crece cada vez que nos damos alas el uno al otro. No hay necesidad de aferrarse, de luchar contracorriente. Vamos con el viento a favor, porque hemos aprendido a ofrecer lo más preciado que tenemos que es el tiempo. Tiempo para vivir con tranquilidad, confianza. Tiempo para gozar de una charla sobre un mismo horizonte, de una puesta de sol, del silencio cómplice, de un poema, de un sueño del que nos despedimos, de un recuerdo... tiempo para compartir y hacer la vida comer, reír, llorar, dormir, amar, viajar, sentirse y vibrar. Tiempo para recoger las cosechas de la paciencia. El amor como una ofrenda, donde entregamos el corazón, reconstruirnos ese es el reto de un amor que ya no quiere dejar hijos como huella. En este crepitar hormonal el amor es una alcachofa que va desgranando sus enigmas, como diría el poeta, ya no hay más nudos invisibles con las familias de origen. Se acabaron las obligaciones, las imposiciones, los círculos se tejen donde el deseo de ayudar y sostenernos, ya no hay más renuncias por contextos ajenos. Ya no hace falta postergar, esperar, renunciar. Es tiempo para ser, para mirarnos a los ojos y descubrir quiénes somos en el espejo del otro, mirarse, cuidarse, acogerse y reír hoy. El pudor ya hizo su efecto cicatrizante, las cicatrices ya son solo eso las huellas de las heridas, de las fracturas. Estamos rotos pero enteros, quizá diezmados pero más sabios. El tiempo para gozar de esa comunicación total y absoluta llega en este ocaso en el que ya no hay prisa para llegar a ningún lado, y nos basta con mirarnos frente a frente, tomar un té mientras contemplamos el horizonte limpio, abierto y las estrellas se asoman. La luna inmortaliza este abrazo soñado y no se hace mensajera de nuestros te quiero, tú te levantas al alba y te vas mirando al sol, yo me acuesto agradeciendo a la luna este encuentro al fin y haber sostenido este hilo rojo que nos une, que nos vincula.
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