sábado, 5 de noviembre de 2016

Abanicos de rostros chinos



ABANICO DE ROSTROS CHINOS
La grandeza de esta tierra se hace patente en las extensiones sobre las que construían  sus palacios, y hoy en la altura que alcanzan sus rascacielos, tratando de alcanzar el azul del cielo que esconden bajo esta densa capa de polución, que te lleva a sentir cierto mareo. En sus calles la vida bulle, enérgica. Se entremezclan las imágenes de los inválidos en la indigencia, con los ciegos que cantan mientras mendigan en las escaleras del Metro, junto con los cochazos, y las familias comiendo en un parque, disfrutando juntos de un día de vacaciones. Todo ello se mezcla con el olor nauseabundo de ese tofu fermentado que te noquea, al doblar una esquina, y te hace correr para dejarlo atrás. Comida que se prepara en cualquier esquina, con la ayuda de unos carbones, comida por todos lados, a cualquier hora, comida rápida que absorben con ayuda de los palillos, haciendo ruido, y se entremezcla a veces con lágrimas en soledad. 
La China de los mil rostros, que se mezclan en las calles, entre mis fotos. Las mujeres maduras bailando juntas en la acera de Shangai, entre las tiendas de ropa hacen su coreografía en plena calle, con la música bien alta, al caer la tarde, bajo las luces de neón que empiezan a encenderse, y así se mantienen en forma. Y los hombres maduros, en las mañanas, van al parque a practicar taichi. Juntos cantan fragmentos de Ópera en las calles de Xian. Hombres juegan al maghong y a las cartas en cualquier rincón de la calle, en un sofá que han sacado a la acera,  y al doblar la esquina estás frente a los centros comerciales, de cincuenta plantas, que no te permiten ver como en esa misma manzana hay  edificios de tres plantas escondidos tras marañas de cables, viviendas desde las que salen a fregar en una palangana con agua sus platos, sus fuentes… bicicletas cargadas con bolsas repletas de plásticos, que triplican el tamaño del hombre que las trasporta.
El arte de la escritura lo practican sobre el asfalto de los parques, trazando con un pincel y agua los ideogramas que representan los deseos, las plegarias, tal vez alguna máxima de Confucio.
Los jóvenes encadenados a sus móviles de última generación, recorren en metro sus  circuitos diarios, y marcan su territorio con su cuerpo, aislando a sus chicas de la proximidad física de los demás. Se transforman en escudos que cargan con sus bolsos, con sus compras y las dejan confinadas en el espacio reducido que media entre la pared del metro y su cuerpo. Allí siempre encuentran su mirada, y ellas escapan a través de sus móviles, o tal vez conversan con ellos en diferido.
Hace tanto calor en la calle, ellas se protegen del sol con sus guantes,  pamelas, paraguas. Mientas ellos doblan sobre el pecho sus camisetas varias veces, dejando sus panzas al aire, ombligos refrigerados deambulan por las calles de Beijing, Shangai, Xian…

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