sábado, 5 de noviembre de 2016

Resilencia



RESILENCIA

A Abla Saadat
Oviedo, 28 noviembre 2014. La sala de conferencias estaba repleta de personas. El traductor iba trasladando el mensaje a la lengua materna del público. Las imágenes sonoras  iban removiendo la memoria reciente  y los gritos de repulsa frente a los ataques policiales iban bombardeando los tímpanos, desde adentro, desde afuera. Y en esa escalada de alaridos  el mareo, la náusea se transformaban en repulsa que se transpira, en puños apretados conteniendo la ira. Mientras las voces de los presos cada vez más exhaustos llegan nítidas, y el hambre voraz de venganza se arremolina en las últimas filas.
En cambio, en las primeras filas la escucha remueve la angustia de las ausencias, la angustia y las lágrimas acuden presurosas, empañando la mirada. Se establece un vínculo entre las generaciones, donde las abuelas, las madres y las nietas se unen en una corriente circular, que gira, gira, gira  proyectando hacia el futuro los anhelos y el sueño de liberar su tierra, su hogar, Palestina. Un territorio libre de muros, donde dejar mansa la mirada en un horizonte cubierto de olivos centenarios, frondosos, y donde el olor del azahar en primavera increpe al transeúnte y le haga detenerse para compartir un té, de camino hacia el otro lado del país. -¡ Limonada fresca!-,  Limones recién exprimidos en verano, esa sería la única acidez que conocerán sus nietos, y no la que provoca la constante negación del derecho de los hijos a visitar a su padre en prisión. Encarcelado,  sin juicio,  sin derecho a una defensa, sin fecha de liberación,…   Mujeres, esposas que sostienen a la familia. Ellas son las guardianas de la memoria. Ellas se enfrentan al miedo,  a la incertidumbre, y aunque las encarcelen siguen resistiendo, y transmitiendo cómo cuidar y amamantar a las futuras generaciones que, construirán con los pedazos que ellas recortan, desde el fondo de la celda,  la redondez de la bóveda celeste.  Los llamados a la lucha sienten la profundidad de las raíces de su familia, alimentando a sus hijos e hijas, a sus esposas que claman por justicia. 

Miro tus manos y las veo unidas, enlazadas,… observo tu mano izquierda tomando notas, para no dejar sin respuesta a ninguna de las preguntas que hoy te hace este público afín. El dramatismo de los hechos, el escalofrío de la realidad está rodeándonos. Pesa.  Nos paraliza en la silla,  pero en medio de esa densidad hay una luz, una esperanza que se expande en el tono dulce de tu voz, en su firmeza, en su calidez.  Me zambullo en ese brillo,  que me lleva hasta tu mirada profunda. Nos miramos y me siento en paz. Es  una paz firme, y a la vez tan sutil. Abla al mirarte veo, reconozco el camino que has hecho desde el desgarro, a la resistencia pacífica. Sé que el camino ha sido largo, difícil, te has enfrentado a tu oscuridad y has encontrado la luz del amor que albergas dentro. Miras a los ojos y acoges al otro. Nos faltan las palabras para comunicar con fluidez pero nuestros cuerpos no las necesitan y nos abrazamos y besamos, como lo hacen una madre y una hija que se reencuentran tras una larga ausencia. Y en ese abrazo me haces sentir cómo la fuerza de la vida hace brotar a las semillas, en el interior de los huesos de las olivas. Semillas que  germinan, niños que cantan, olivos que crecen, padres que vuelven a casa.
-         Salam, habibi, habibi salam 
-         Sucran.


Esmeralda Vizcaíno

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