sábado, 5 de noviembre de 2016

Xi¨an



XI´AN
Recuerdo el gesto de un arquero… Sus rostros son diferentes, cada uno guardaba el alma de un hombre en un cuerpo común. Las filas de arqueros con la rodilla en tierra y sus coletas inclinadas, su silueta es el mapa de la región de Xian.  Todos ellos en formación en bloques de cuatro, los arqueros, las ballestas, los capitanes y los generales, dispuestos a entrar en batalla, distribuidos en cuatro fosas descomunales que incluyen hasta los carros. Cuerpos de terracota, un ejército sepultado, descubierto por un agricultor que con su azada extrajo una de estas cabezas y ahora descansa tras pilas de libros, esperando para autografiarlos. Ha aprendido a leer y se entretiene con su ipad jugando a las cartas. 
Cerca del aeropuerto han descubierto una ciudad sepultada, con los animales que criaban para alimentar al emperador, y su corte. Hay figuras de mujeres, todas ellas a escala, miden unos sesenta centímetros, pero no se pueden visitar aún. Quizás algún día permitan la colaboración con otros arqueólogos extranjeros y el pasado pueda hablar con claridad la humanidad.
Por la tarde vistamos la Gran Mezquita de Xi´Am Entre arcos de piedra nos adentramos entre la frondosa vegetación envueltos por la llamada a la oración que desde los altavoces reclama la presencia de los musulmanes en este Ramadán. La sala de oración está cubierta de esterillas de bambú y pronto se puebla de hombres vestidos de blanco. Escuchaba como un leve susurro sus plegarias mientras, We Wei nuestro guía nos mostraba los movimientos más sencillos del Taichi en aquel patio cubierto de flores y armónicos recovecos al más puro estilo oriental los discursos se entrelazaban:
-           Allah akbar…
-           ¡Tomo la sandía, la parto en dos mitades, te doy este para ti, y este para mí!
Y así dentro de mí iba enraizando la serenidad en mi corazón.
Al salir los puestos iban sucediéndose, casi como una alfombra por la que discurrían para tomarte un descanso a medida que el joven artista pulía el sello de jade con el apellido de mi amiga y dos caracteres chinos que significaban mujer sabia y justa. Sentada junto a él veía como pulía con su buril paciente. Al ver que había dejado la tilde pulió toda la superficie y comenzó de cero el trabajo, sin inmutarse. Sentada en el umbral de la tienda, veía a los turistas pasar un metro por debajo, siguiendo la corriente de sus compras en aquel zoco oriental al más puro estilo árabe, incluyendo el regateo.
Por la noche Wei Wei  nos llevó a una zona donde los chinos pasaban su tiempo libre. En el interior de aquel edificio, tras atravesar las tiras de plástico que cubrían la puerta, el calor iba cediendo gracias al aire acondicionado, en aquella galería de restaurantes. Fue a comprar unos dublins y volvió con ellos para sentarnos en otro restaurante más adecuado a la visión que él tenía de nuestros gustos y allí él eligió el menú: sopa de arroz, dublins, raviolis rellenos, raviolis fritos y tripa de pepino. Antes de llegar a los postres fue directo al grano y nos preguntó sobre las dificultades que habíamos tenido con Fan, la guía de Beijing. Ahí entendí la excesiva amabilidad de nuestro guía y se fue difuminando la imagen de Fan bajo su paraguas rosa, encadenada a su móvil, lanzando a “Manolo” a sacar las entradas, a contarnos, a encargarse de no perder a nadie, a esperar por el último que se quedaba atrás mientras nos sacaba fotos a todos y videos que luego ofreció ella, explicando que era el único sueldo que percibía Manolo. Es la única ocasión en que una guía explicita la necesidad de una propina y espera con la mano extendida a que descendamos del autobús, reclamando su propina tras haberse encarado a voz en grito con una compañera por llamar a Lisboa y reclamar el plantón con que la dejó, tras bajarnos a fotografiar la parte olímpica de Beijing, tras cruzar la autovía y ella volatizarse más de media hora.
Eso sí cada día programaba sus visitas a los centros de compras, no había forma de librarse de los criaderos de ostras con sus collares de perlas, de los joyas de jade, de las tiendas de té,… pero no resultamos un grupo muy rentable. Acabamos en una fila de sillas pensando en escapar de aquel lugar en medio de la nada, una parada de carretera,… salir temprano para visitar la Gran Muralla, esa fue la excusa, madrugar para traernos a comprar perlas…era su objetivo.
El Mercado de la Seda, aquel centro de cinco plantas, lleno de tiendas pequeñas que eran como cubos entre los que circulabas por el medio del pasillo, sin acercarte porque los brazos de las vendedoras se extendían para agarrarte y meterte en el interior, donde cerraban y se colocaban delante impidiéndote pasar, invadiendo tu espacio vital y sin dar un paso atrás conseguías con frialdad que bajase el precio, de aquella cazadora que acabo en el contendor de ropa. Porque las tallas son otras y la envergadura de los cuerpos no es intercambiable. Pero frente al asedio de aquellas vendedoras encontré el antídoto: comencé a lanzar besos y así dejamos de ser una presa apetecible. Besos para todas, kiss, kisme. El abanico de ofertas de cerró y conseguimos salir a tomar el bus.
Al día siguiente logramos llegar en un bus al  Templo de los Inmortales. Su patio cubierto de banderas multicolores, con los símbolos del yin y el yan cruzaban el patio. Los monjes recogían en una bolsa de deporte los billetes de las ofrendas y en una sala cubierta hasta el techo en pequeñas tablillas de unos diez centímetros cada una las plegarias se elevaban entre las volutas del humo del incienso. Los templos son remansos de paz en medio del bullicio de las ciudades. En algunas tiendas, sentado en la puerta el dueño dormitaba bajo el estandarte de plumas e ideogramas,… dulces  sueños provocados por una ola de calor.
Los días comienzan con el tañido de la Torre de Campana y finalizan en la Torre de Tambor.

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