sábado, 5 de noviembre de 2016

Jardines



JARDINES
Se agolpan  en mi memoria diversas imágenes de jardines, donde el equilibrio y la belleza de los sauces y los nenúfares junto con las rocas renuevan la intensidad de sus colores, mientras la lluvia torrencial cae y una voz se eleva alzando con ella mi alma. Sobrevolamos la superficie del estanque y revoloteo como el aliento de los peces de colores que se acercan la superficie sobre la  que la lluvia arrecia. Esa voz que cantando las andanzas de la bella Margot tejió complicidades vuelve a brotar, clara, limpia, y será el eco que palpite al ver las instantáneas de este jardín en la casa del Maestro de Redes en Suzhou y los Jardines de la Felicidad Yuyuan en Shangai. Esta canción al limonero de Mozart en la maravillosa voz de Naty estará ligada a estos instantes, bajo la lluvia, en uno de los pasillos techados de estos jardines de Shangai. El equilibrio entre los elementos que conforman este jardín, tiene el sonido de su voz y de esta tormenta que meció a los sauces que lloran de alegría sobre las aguas de las que emergen lotos.
Raíz de loto, ese fue el regalo del novio chino a su novia cuando tuvo que dejarla y emigrar. Una raíz de loto porque aunque se rompa en dos mitades siguen unidas por unos finos hilos, así será el amor que une a estas dos personas de duradero. Lotos blancos y rosados, lotos como semillas que dejamos en el camino hace tanto tiempo… que ya la memoria solo alcanza a desempolvar una sensación de familiaridad que me embelesó en la casa del maestro de Redes de Suzhou, en el lago del oeste en Hangzhou, en el río Li, navegando bajo el sombrero de paja, al ver los búfalos en las orillas y a las alacranes atados y con el cuello rodeado por una anilla, que facilita la pesca y la recuperación de la pieza al pescador.
El río Li discurre majestuoso entre montañas, en las que imaginamos caballos y vemos la estampa que aparece en los billetes de veinte yuanes con sus montañas, el río. En las pinturas chinas trazan esas montañas que invitan a la ensoñación, verdes,  con formas triangulares y bambús tienen su fuente de inspiración aquí en Guilin y en las márgenes del río Li. Las balsas de bambú recorren el río, con sus vendedores de tortugas, frutas…
Guilin con sus arrozales a ambos lados del camino, acequias por las que el agua discurre y entre el fango húmedo, el verdor de los tallos va dejando paso al dorado que atesora los granos de arroz. Cerca de la aldea  en las huertas los campesinos dejan sus sandalias de plástico al borde la carretera y descalzos trabajan con sus azadones. En el pueblo los hombres juegan a las cartas, casi a ras de suelo, y las mujeres mayores aguardan la llegada de turistas para mostrarles su casa, a un precio razonable. La casa con el suelo de tierra, sencilla, y sobre le aparador no falta la televisión, un camastro de madera hace de sofá, de cama, y de mesa, mientras una olla sobre la tierra aguarda… la ropa colgada de sus perchas y las perchas penden de una cuerda en una pared, tras la cual está la cocina, separada del resto de las habitaciones. No hay ni un libro. Parece que cocinan en distintos fuegos, en latas con carbón, en una especie de cocina de leña, y sobre un tazón restos de perro. Al otro lado de aquella estancia una pieza hexagonal de hormigón de al menos un metro y medio de diámetro y en el centro un agujero, en el que defecan. ¡Cuánta pobreza!
En el centro del pueblo hay un hermoso árbol, un ginkgo sus ramas enormes se extienden y cobijan los deseos de sus habitantes. Todos acuden a este árbol con un mensaje en el que muestran sus deseos. Los introducen en uno de los pliegues del tronco y aguardan a que los dioses se los concedan.  Es un árbol centenario y mientras todos miran su copa, mi mirada se queda atrapada en el as de corazones que pisa la guía. Esa carta me estaba esperando. La guardo y antes  de irnos de pueblo nos detenemos Naty y yo, escribimos un deseo para dejarlo en el tronco del árbol y renovar la esperanza de las ilusiones. La complicidad germina.

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