jueves, 6 de marzo de 2014

TEATRO

TEATRO

El teatro es casi como la vida, no es la vida pero casi. Una actriz tiene su cuerpo y su voz, trabaja con eso. Estas son las palabras de Marisa, ella me enseña a hacer teatro, me da junto a mis Medeas el alimento para seguir soportando este periplo. Aprendo y recobro la energía que preciso para soportar enfrentarme a otro día de desconciertos, sin sentidos, entre conspiradoras que inventan y retuercen cualquier gesto, cualquier palabra para generar enfrentamientos manifiestos.
La energía que gastamos en protegernos de esos ataques, de esos anzuelos nos deja exhaustas, y no es suficiente dormir para recuperarse de la incertidumbre. Pero al menos la burbuja en la que vivimos en el primer piso sigue creciendo, sigue flotando, mecida por los cálidos vientos del sur y nos lleva hacia la creación conjunta de un nuevo proyecto, en el que unas telas de colores, unas canciones que hablan de África, de emociones universales como el amor, y la presencia de los niños, las niñas y nosotras serán el punto del que partiremos hacia algo nuevo, desconocido, creado colectivamente.
La emoción me lleva, es la primera obra colectiva en que creo con ellos, no a partir de ellos, sino junto con ellos y ellas, es nuevo para mí. Y estoy atenta, despierta a lo que va surgiendo.
El color, debemos adentrarnos en los colores de ese cuento del que partimos como excusa y el papel celofán nos permite crear una atmósfera, en la que discurrirá lo que ellos quieran expresar. Comenzamos con el verde, con la esperanza de lograr algo nuevo. La mano que se encuentra con otra mano, la mano que se acerca y se aleja, que busca la fusión, la entrega, el intercambio amoroso para luego dejar que sea otra mano la que juegue, la que sustituya, reemplace y acompañe, modele, juegue, acaricie, comparta, intercambie y se despida lentamente, sin brusquedad. Esas manos que necesitaron la ayuda de la mano de María para colocarse y recolocarse en ese círculo en el que vivimos y tienen su espacio todas las manos, las blancas, las morenas, las que acaban de vendar, las que tienen las uñas comidas, las que arañan y pellizcan, las que están sucias, las que se lavan con una insistencia obsesiva, las que agarran y desgarran, las callosas, las deshidratadas, las que se vuelven garra, las sudorosas, las torpes,  las suaves… manos que transformamos en bosque, bosque de abedules, frondoso, firme.
Afloraron los latidos de sus almas, los celos, la necesidad de cobijo, de cariño, la libertad para moverse y girar, girar, llevar él el ritmo, ser el derviche que marca el camino, reír, reír hasta revolcarse en sus risas. Sonreír porque han vencido el miedo a una tela y ahora no es más que un juego que él controla, con el que alejar y acercar a otra persona que está atenta a su deseo, a su mirada.
- “Encarna ¿estas muerta?, ¿estás muerta?...” – repetía mientras me zarandeaba, mientras me pellizcaba en la cara, tratando de atisbar signos de vida, no cesaba de gritar: - “¿Estás muerta?”.  Y  Cris repetía mi nombre, me llamaba y llegó incluso a darme una patada en la espalda. Y cuando abrí los ojos como si despertase de un largo sueño, explotó en risas y se abalanzó sobre mí arañándome gritando: - “¡Llora, llora, llora. !“ Y era Eloy el que lloraba, cabizbajo pensando que me pasaba algo malo.
Al verlo en el video al día siguiente la angustia de Eloy era tan patente que no era capaz de entender que no era más que una forma de enfrentarse a la pérdida, a la ausencia, a través del juego, para recuperar fuerzas. Entre sollozos, en mi regazo me llamaba y supe que aquel fragmento se quedaría para nosotras, ya que él no tenía porque pasarlo tan mal de nuevo. 
¿Soy tan importante para él?. Su madre nos dice que nos extraña los fines de semana, que escucha el dibidibidee y se pone a llorar, pero quiere escuchar esa canción, y que sale del hospital de hacer pruebas e insiste en venir al colegio, nunca dijo que quería ir al colegio, y tiene que traerlo aunque sea para una hora. 
Él me da mucha alegría, me devuelve al presente, al momento de ahora, ese ahora en que nos miramos y hay tanta complicidad, tanto cariño que nos abrazamos y nos besamos y no hay nada más en el mundo. No hacen falta palabras, un gesto basta para entendernos, para saber lo que el otro necesita, lo que el otro quiere, y celebramos el milagro de estar vivos, porque él es un milagro.



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