Nombramos lo
que nos envuelve, lo que no nos toca la piel, nombramos los envoltorios de los
caramelos, las etiquetas de los relojes, pero nos da miedo evocar el placer del
azúcar derritiéndose en la lengua, expandiéndose bajo ella, circulando entre
las encías, deslizándose garganta abajo. Tememos rasgar el muro que contiene el
dolor de las ausencias, de las emociones desbordadas que conseguimos amordazar
entre insomnios y duermevelas, y así, olvidando nombres, la lengua se vuelve
afilada arma que, cargada de ironías, dobles intenciones, y malos entendidos,
fortalece las murallas que nos impiden mirarnos en el espejo. Pero aquí, ante
ellos, tras cerrar la puerta del aula no es posible esconderse, no sirven las
defensas, los olvidos, las murallas, las dobleces, eres cuerpo y voz, eres alma
y cuerpo fundidas, desnuda ante lo más primario navegas sola.
Las mimosas
han florecido y el viento las arrasó esta semana desde el patio de atrás hasta
los columpios. Besos, besos tras arrastrar el cuello a tu altura con firmeza,
agarras un pedazo de piel y sorbes, sorbes en ese beso prohibido. En ese beso
con el que asedias a mujeres, niñas, a desconocidas, incluso a tu madre tratas
de besarla en los labios, de succionar con una fuerza prensil que nos lleva a
la huida, a tratar de implantar una frontera. Te decimos no, no, las que
podemos hablar, otras encantadas se dejan besar en una esquina del recreo, y
tras hablar con tu madre la pauta con que tratamos de marcarte un límite crece,
se afianza, pero tu deseo emerge, estás creciendo y pides besos a todas horas.
Repites la cantinela los besos en el papo y buscas los labios, las manos se
van, tratan de explorar y una vez más debemos seguir imponiendo la frontera del
no, no se toca a la gente en cualquier parte, no, no., no. La invasión es tu estado, invades, y cierras
los ojos cuando ves que nos enfadamos, no quieres vernos, no quieres sentir
nuestro rechazo, nuestro repudio y tratas de correr, de escapar, cierras los
ojos y te tapas los oídos para no escuchar y de nuevo vuelves a intentar
hacernos cosquillas, tocarnos los pechos, besarnos en los labios. No entiendes
las excepciones, y debemos seguir con firmeza mostrándote la norma.
¿La norma de
quién? ¿A quien sirve esa norma? Incomodan los gestos cariñosos a muchas,
incomodan hasta los besos en la mejilla que, cada mañana me da Eloy al entrar y
preguntarme si vine de Oviedo y cómo es mi coche. Así comienzan las rutinas de
mi vecino de al lado, si no viene a darme el beso no puede empezar a trabajar.
Lindo comienzo con un beso en la mejilla, grato momento cuando Juan me llama mamá y busca mi protección cuando le
dan una patada, y lloroso viene a mi buscando un beso, poniendo su mejilla para
recibir pero incapaz de dar un beso. Reclama besos, caricias y se cobija entre
mi brazo y mi tronco, lleva mi mano a su cabeza y reclama la caricia suave.
¿Será relevante en su aprendizaje enseñarle a besar? ¿ O será más importante
que diga Ana bebe agua.?
¿Qué
enseñamos aquí? Enseñamos a esperar el turno, a
colgar una chaqueta en una percha, a reconocer la m, a señalar la foto
de la lluvia cuando arrecia por la ventana, enseñamos a hacer zumo, a compartir
los pañales que quedan, a ir a la clase de al lado a pedir ceras, a mirar un
video, a estar sentados en una silla, a caminar todos juntos por los pasillos
sin gritar, a parar de darse bofetadas, a parar de agitar las manos a apartarse cuando alguno comienza a saltar
de forma compulsiva, a lavarse las manos,…
¿Qué nos
enseñan ellos y ellas? A interpretar deseos y necesidades en gestos, en
silencios, a pedir ayuda, a no esperar nada, a aceptar que la pulsión es más
fuerte, a valorar los avances mínimos, a preguntarnos qué estamos haciendo y
para que sirve lo que escribimos que debemos enseñar, a escuchar a unas
familias rotas y tratar de acompañarlas en ese camino solitario, donde la
mayoría con quienes se encuentran son conejos apresurados que sólo ven su
reloj.
Las mimosas
florecen a destiempo, el calor que nos trajo el viento del sur ha confundido
los ritmos vegetales y ha desatado los gritos, los empujones, los llantos
desordenados…No parpadeamos ya cuando la silla es arrojada hacia el suelo,
cuando las pelotas estallan contra el techo, cuando las lágrimas se expanden
por los cuatro esquinas del cuarto y no hay ya sacapuntas capaz de lograr darle
vida a un lapicero, rayas, círculos, espirales… Movimiento continuo de la mano
que gira, gira el tajador mientras la luz roja anuncia la llegada de Juan…
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