¿Qué hacemos
el viernes en el taller?. – Encuentro imágenes de esa África que palpita bajo
mi piel y de nuevo veo la posibilidad de abrir la ventana hacia el sur.
Ya no es
bastante el retrato de Mario Benedetti en el armario como señal, para recordar
en esos momentos en que pierdo el rumbo que, hay un mundo más allá de las
cuatro paredes en las que estoy y que el mundo no empieza, ni acaba donde
estoy. Quizás no me alcanza, porque al menos una vez al día me pregunto: ¿qué
hago aquí? Y no encuentro una respuesta que me colme de sentido. Quizás se deba
a que tras nueve años con ese retrato conmigo lo han pintarrajeado, dejándole
los mostachos rojos, con una herida, como una señal indescifrable, de momento.
África, de
nuevo, África con la música de Ismael Lo, esa voz melodiosa y a la vez profunda
puede que nos dé la fuerza para seguir trabajando al ritmo de estos corazones
que desean danzar, girar, gritar, cantar, romper la pureza del color y explorar
entre los rojos y los amarillos los naranjas, los verdes, transformar los azules en cielos estrellados,
y comenzamos a pintar máscaras, a pintar macarrones con los que insertar las
cuentas de los collares que lucir, en Carnaval, y nos expandimos al ritmo del
tabal, de la voz de Mariam Hassan,
Cesarea Evora, … y así encontramos esa Dibi dibirek como himno de nuestra
alegría, de nuestras ganas de vivir y de seguir riendo, trabajando con el apoyo
de la vecina, con la que compartimos el día a día.
La tribu fue
necesitando chozas, y un baobab para contar sus historias, a su sombra los
cuentos que nos ayudan a seguir creciendo, y entre cafés y pinturas tejemos una
red que nos protege si caemos del alambre sobre el que, cada día, realizamos
nuestras piruetas en solitario.
Ahora ya no
estamos solas, estamos una al lado de la otra, juntas, compartiendo actividades
en diversos espacios, tratando se dar sentido al hacer diario, dentro de una
rutina fotográfica, de la que extraemos risas, lágrimas, cafés, resoplidos,
combatimos la furia, y nos sentimos cada vez más acogidas, más amparadas, más
protegidas, más fuertes, más apoyadas la una en la otra, y viceversa.
El circulo se cierra, mis niños y sus niños, nuestros niños, compartimos
el tiempo, trazamos proyectos en el aparcamiento, a la salida,… y nuestras
clases son una, ellos lo saben, lo sienten así y cuando alguno se despista nos
busca en mi clase, aunque no tenga mi foto en la puerta, ellos saben cuál es,
dónde está y tras el recreo vienen a comer el pincho todos juntos, al compás de
una melodía africana, portuguesa,…
-¿Qué
hacemos después de África, Encarna?.- Me
pides que siga creando, necesitas que siga proponiendo cosas que nos ayuden a
crear un bienestar propio que se contagie, y sigo pensando, abierta a lo que me
rodea. Necesito daros una
respuesta, porque esa es mi respuesta a
la pregunta implacable que me hago: - ¿Qué hago aquí? ¿Para qué estoy aquí?
¿Qué sentido tiene estar aquí?.- Cuando
empezamos con este teatro adaptado a la dificultad de coordinación, de seguir
órdenes, empecé a encontrar sentido, cierta luz, para ahuyentar fantasmas,
miedos, bloqueos, y al seguir con esta exposición de África, la llama pasó de
ser la tenue luz de la cerilla a hoguera, hoguera de San Juan.
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