Llegas y me abrazas… Me ausento, me
alejo, salgo por 24 horas, de esta rutina insidiosa, machacante y te encuentro
en el día verde, miércoles. Te abrazas a mí con todo el cuerpo y buscas un
pedazo de piel para estamparme un beso. Sonrío, es tu forma de decirme: te
extrañé ayer. Y seguimos un día más construyendo lazos, deseando que la
operación de tu madre salga bien y aprovechemos esta situación para que
escribas por primera vez la R y la M en el sobre que, contiene nuestros deseos
de una pronta recuperación en la vista de tu madre. Al día siguiente dices:
- Mamá, Cuca, está hospital, papá
trabajando.
- Te preocupas por mamá.- No me miras,
pero escuchas y te digo:
- Cuando tú llegues a casa mamá estará
allí, en casa, esperándote. Va a buscarte papá al autobús, pero ella estará bien,
esperando a que llegues y le des un beso. Mamá está bien.
Buscas mi regazo, colocas tu cabeza, te
tumbas y te acaricio el pelo, ese pelo tuyo castaño, suave, limpio, salpicado
de rayos de sol y te relajas un rato, mientras los demás escriben en la pizarra
y tú los contemplas, sereno, tranquilo aguardando tu turno.
Tu mirada
limpia, tus ojos inocentes se reflejan en mi mirada y en ese instante con un
clic inmortalizamos nuestras miradas hacia un mismo objetivo: un futuro digno,
tranquilo y sincero.
Paredes
desnudas, raídas, cortadas por velcros desparejados, colores tintineando,
rodando por el suelo de sobre en sobre, de funda transparente a la opacidad del
violeta, ¿violeta? Será jueves hoy, jueves, lunes en rojo, qué importa el día,
¿acaso significa algo distinto al de ayer? Ayer,… ayer miércoles tarjeta verde,
y comemos sobre un naranja que va perdiendo su intensidad, a medida que pasan
los platos, fotografías descoloridas, recortes de revistas, macarrones…
levantar, pegar, elegir, colocar,… ¿estructurar?
Mantenerse
erguida, en esta desnudez que se inunda y se cubre con el pudor del sol que se
filtra por entre las rendijas de la persiana, construir con los trozos rotos de
los papeles continuos un retablo para fugarse a través del títere, de la sombra
larga que ellos generan, de las muecas sordas, entre los gritos y los alaridos
con que nos contagian el nerviosismo, la carencia de limites. Fugarse, de este
presente silencioso bañado por insultos repetitivos, ecolálicos, permaneciendo
al margen, con la maleta medio vacía, sin instalarse del todo, para no perder
el único horizonte posible: la marcha será pronto, esto no es más que una
estación en este camino. Perfilas el margen, el borde, como una cuerda floja en
la que transitas entre envestidas desmedidas, entre maltratos perpetuos,
tratando de no caer en esa espiral de violencia, de desgarro y te equilibras
tratando de mantener tu sensación de recién llegada, el frescor del que acaba
de llegar y se sabe de paso, en tránsito. Cada día es mayor el deseo de irse,
de partir, de no regresar, las rupturas son mayores, las fisuras son enormes,
no hay orden predecible en el caos. ¿Cómo anticipar? Otro cristal se rompe contra el suelo,
lanzado desde el primer piso, otro golpe seco, sordo, ¿una silla, contra el
suelo o un cráneo?.
Patadas como
banderas, bofetadas entre chavales preadolescentes, bofetadas sonoras y
despidos inmediatos hacia la progenitora, ¿Cuál es el mensaje? ¿hay mensaje
educativo? ¿cuál es la ley? ¿dónde está la justicia, la ecuanimidad?
Aprendemos
todos y todas: el próximo puedes ser tú, puedes ser el sujeto de la próxima
denuncia rodeada de villancicos y gritos del gordinflón de rojo y blanco que,
deja cajas vacías en el hall de la entrada, bajo al abeto y a dos metros del
Belén, donde Noé recibe su inyección de insulina, en el banco de la entrada y
con el culo al aire balancea piernas y brazos, sobre el regazo de su abuelo.
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