SER
MÁS ALTA NO SIRVE.
El brazo se extiende y los dedos agarran
con firmeza, sin despertar sobresaltos, silenciando gemidos, aullidos, gritos
de dolor que corren por las venas, las arterias y levantan color en las
mejillas, al compás de una mano que se aferra a su muñeca, pero no suelta, no
abre los dedos. Mientras desde unos centímetros más allá de la barandilla, las
demás, nos percatamos del peligro, acudimos y le abrimos los dedos, alerta
buscamos el otro brazo desde su espalda, suavemente invocando el ritmo de las
nanas establecemos distancia, dejamos que recupere espacio vital y desde unos
metros el relevo ve los cabellos como escarpias, aullando un desgarro que
silencia el orgullo, la soberbia, o tal vez el miedo a mostrarse una vez más
derrotada, vencida y apaleada.
Algunas ponemos voz: - ¿Te duele? – La
negación es la respuesta innata: -No.-
Pero el cuerpo manifiesta la intensidad
de la caricia negativa, el pelo sigue enervado, no es capaz de llevarse ni
siquiera la mano a la cabeza, no soporta ni un leve roce, sólo el viento frío
que se cuela por entre los barrotes surca el cuero cabelludo.
Después en la intimidad llegarán las
aspirinas, los antidepresivos y un viernes más salimos corriendo, tratando de
no caer en el delirio.
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